He
terminado una novela en la que, a pesar del empeño del protagonista en afirmar
que cualquier tiempo pasado fue mejor, queda demostrado que los adelantos
científicos son importantes, y mucho, para que las sociedades avancen.
Con
estos sentimientos encontrados me ha gustado la narración de Alejandro M. Gallo y no me ha gustado
el protagonista aunque me he reído con él. Voy a intentar explicar con pasajes
del libro estas sensaciones ambivalentes.
Para
hablar de Gorgonio, comisario emérito, he diferenciado dos aspectos: Cómo
es el personaje y cómo es la narración.
Gorgonio
es un típico personaje de ficción; afortunadamente sería difícil encontrar un
antihéroe de esas características: Parece que está deseando jubilarse y sin
embargo acepta poca ayuda de los demás. Constantemente infravalora la labor de
la policía científica o la de la perfiladora criminal, aunque le vengan bien
tanto el trabajo de Pepote como el de La Mari. Pero tampoco le interesan las
opiniones que los demás tienen sobre los casos que investigan o sobre
cuestiones más livianas; incluso recela de estudios que anteriormente ha
realizado la policía. Únicamente
confía en su intuición y tiene claro que su forma de llevar a cabo la
investigación es la más adecuada.
Es
como si el autor hubiera desempolvado el baúl de la historia para sacar a un
tipo que parece más de los años 60 que de la segunda década del segundo milenio
—…el autor puede ser un hombre o mujer
de raza blanca…
«¿Raza blanca?», pero si aquí no hay
negros ni amarillos ni cobrizos. ¡Chorradas!
—…tal vez sea lector de la Biblia…
Joder con la Mari. Se ha empollado
todos los episodios de Mentes criminales. Ni caso. Yo, a oler un poco, que es
lo mío.
Por
supuesto, a Gorgonio le parece algo ridícula la nueva normativa nutricional
que, como el colmo policial, también ha llegado a los cuerpos de seguridad, con
lo que la sociedad se verá afectada por el bajo rendimiento de unos
profesionales más preocupados de su aspecto que de sus funciones policiales, «Nada de alcohol ni tabaco, y lo único que
les desvela es la bacteria PPJ del agua mineral […] Hasta han sustituido por
leche de soja, que sorben con pajita, los vinos peleones […] El hard boiled ha
sido reemplazado en la mierda de la posmodernidad por el “detective gominolo”
[…] ¡Que la Santísima nos proteja! ¿Dónde iremos a parar?».
Por
el contrario, Gorgonio es un degustador de los placeres primarios, le encanta
el vino y la comida; si son buenos, mejor; lo que, pasados los 60 años, no
contribuye a su forma física; él lo sabe y lo asume con más ironía que
convicción «…tendría tres o cuatro filas de abdominales pequeñitos como los de
Cristiano Ronaldo, y no un monoabdominal como el que luzco», «Estoy cojonudo…
Una carrerita que me coloque… el hígado en la boca… es lo que me recomendó el
médico».
Constantemente
intenta convencerse y convencernos de que su único deseo es abandonar el
trabajo y pasar a una jubilación que nunca llega.
Su
vida privada tampoco mejora. Gorgonio es un machista de manual, de mente
cerrada que piensa que a las mujeres y a los hombres se los mide con un rasero
diferente, «Uf, que fea es […] está claro
que no se casaron por amor, y descartado que se la esté beneficiando el
mayordomo. O cualquier otro». Los nombres de algunas mujeres implicadas en
los casos tampoco ayudan a eliminar la idea que tenemos del protagonista, lleno
de prejuicios trillados, «¡qué hembra!
[…] Vaya contoneo. Pechos inflados y pitones que me miran de frente.
—Comisario, la señorita Elena Zorravista —me informa la Mari».
Y,
aunque en reiteradas ocasiones esté en contra de una sociedad que él considera
ñoña, pueril, tiene en casa a su hijo de más de treinta años sin estudiar ni
trabajar, jugando todo el día con el ordenador; algo que se le volverá en
contra en cualquier momento; aun así considera que él no es responsable; es más
fácil achacar a la sociedad sus fracasos: «la
puñetera pedagogía posmoderna tiene la culpa. Si le hubiese dado un bofetón a
tiempo». Gorgonio no es un buen padre, ni para el hijo que vive con él ni
para la hija que no quiere conocer, fruto de una noche con la Mari dieciocho
años atrás.
Gorgonio
es un ser paradójico pues no aplica lo que piensa del ser humano ni para él ni
para su hijo «Ahí está, tumbado en el
sofá con una bolsa de patatas fritas, embobado con la tele y el ordenador
escupiendo mensajes […] la solución la vio Unamuno: un poquito de hambre y el
universo se expande ante uno». En estas condiciones no es de extrañar que
abandone a los que considera que no merecen la pena «Los tres saltan sobre él y le propinan una paliza […] me escabullo
como puedo…».
A
pesar de todo es considerado como un buen policía; el mejor, por eso lo
requieren de cualquier punto del mundo cuando se trata de descubrir asesinos en
los casos más difíciles. Sin duda es por su capacidad de deducción y su
intuición. Y este personaje algo vividor, penoso y bastante cómico queda
definido a la perfección gracias al estilo de Gallo en el que el humor es la
seña de identidad.
El
narrador es el protagonista, Gorgonio cuenta en primera persona, y siempre en
presente, lo que va sucediendo en cada momento. No se detiene en largas
descripciones por lo que el ritmo es rápido. Sí describe de forma exagerada sus
acciones; al utilizar la hipérbole, sinécdoques o hipónimos deja que el lector
descubra su mente con una sonrisa o una carcajada:
Ni los diez litros (de café) que me he tragado parecen aminorar el clavo
en la testera […] Me calzaré para ocultar mi precario estado al mundo, unas
gafas oscuras y este viejo Fedora, regalo de Robert Michum en la otra vida.
A
veces tampoco reflexiona sobre cómo va descubriendo las pistas ni qué consigue
con cada una sino que, en los diálogos nos enteramos al mismo tiempo que los
personajes.
Sólo
en el relato Vallekas conection los
narradores van alternando la primera persona del comisario y la del inspector
Ramalho da Costa, honrado de colaborar en un caso de boxeo con «Un individuo grueso […] “singular”, había
dicho el jefe superior».
Asimismo
se vale de sinestesias humorísticas bastante gráficas «Cuelga el teléfono y me lanza una mirada laxante».
Las
conclusiones de Gorgonio, al ver actuar a su equipo como si estuviera
representando una escena del teatro del absurdo, descubren su pensamiento
irónico «Definitivamente, hemos inventado
un nuevo método de interrogatorio: la poli lista y el poli descerebrado».
Ironía
que llega al sarcasmo al referirse a ciertos tópicos sociales o a realidades
impuestas que no parecen pertenecer sino a una existencia paralela, «el local en la planta 41ª fue adquirido por
la Iglesia de Nuestra Señora de la Ciencia del Séptimo día». No solo las
sectas, cualquier tipo de Iglesia es objetivo de sus dardos, «—Otra duda: ¿en qué parte de Palestina
encontró Noé los dos pingüinos para subirlos al arca?».
La
mordacidad de Gorgonio no tiene límites. Ataca a la televisión basura, a
algunas series policiales, a la alta sociedad que se sabe alta y a los
neonazis.
Sin
embargo muestra con humor un respeto y cariño hacia ciertos deportistas,
personajes literarios o autores de novelas que incluso le sirven para
protagonizar algunos relatos: «Farmacia
de guardia. Licenciado Vidriera», «Y yo mismamente en persona también —continúa
Catarella», «Buf, descubro que me estoy pareciendo al comisario Kostas Jaritos
de Petros Márkaris».
Pero
Gorgonio luce tres rasgos que lo hacen único: la utilización de onomatopeyas,
con las que ahorra describir sus sensaciones «Rum, rum, rum…», «Buf, donde estén nuestros expresos», «Hum, hum»;
una expresión fetiche con la que comienza los casos, repite en los capítulos y
define su estado de ánimo «¡Cagüén mi
manto!»; y el uso de cosificaciones para definir a ciertas personas «Ahí se acerca la mandíbula cuadrada del
inspector Matías», «Ahí llega la
inspectora con su lunar y su contoneo».
No cabe duda de que Alejandro M. Gallo ha elaborado un personaje «singular». Una pena que, en esta edición, podamos encontrar bastantes erratas, algo inusual en la editorial Reino de Cordelia, una de las que me merecen más confianza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario