viernes, 30 de diciembre de 2022

PELUQUERÍA Y LETRAS


A veces nos preguntamos si lo que ocurre a nuestro alrededor es real, de tan asombroso que nos parece. A veces pensamos que nuestra vida es rutinaria y anhelamos la que experimentan otros. A veces no somos conscientes de que la misma realidad puede ser vivida de muchas maneras. Otras veces, siempre, podemos transformar esa realidad con la imaginación y escribir un relato, una novela interesante o divertida o inteligente o delirante.

Esto es lo que consigue Juan Pablo Villalobos con Peluquería y letras, contar un día de su vida mientras reflexiona sobre el proceso de la escritura, sobre los miedos que nos invaden, sobre cómo nos comportamos ante imprevistos, sobre las posibilidades de las redes sociales o sobre la importancia que concedemos a asuntos tan banales que, como los grupos de whatsapp escolares, son capaces de afectar a nuestras obligaciones.

El mundo que nos rodea puede ser totalmente aburrido o convertirse en un loco disparate. El autor, además de hacernos reflexionar sobre las cuestiones significativas mencionadas antes, consigue que el lector pase un rato divertido con una novela de 100 páginas, perfectamente estructurada dentro del caos que supone su vida.

El protagonista, Juan Pablo Villalobos Alva, nos presenta veladamente a su familia, la brasileira, el adolescente y la niña; al mismo tiempo, narrador en primera persona, es capaz de escribir una historia excéntrica con solo observar su entorno, una novela experimental, igual que su vida: «¿Qué íbamos a hacer luego, cuando los estudios y la beca se terminaran? Como no teníamos ni idea, decidimos tener un hijo». El autor se decide en la realidad ante varias posibilidades y marca a su vez los límites de la autoficción que estarán, como bien apunta con humor, en la manera de presentar las palabras, incidiendo con esto en la importancia que adquiere la sintaxis: «voy a escribir sobre nosotros […] de una idea, de una forma, de la forma de una idea, de la idea de una forma, algo así».

Villalobos advierte en varias ocasiones de la importancia de tejer literatura y cotidianeidad en lo absurdo ficticio, por eso el lector debe estar atento al orden de las palabras, porque pueden decirnos más de lo que aparentan, para ello no faltan guiños a técnicas y a otros escritores, así, el autor se hace eco de lo que Hemingway expuso sobre lo que debería reflejar una historia, aunque él no olvida, por supuesto, la ironía, «por debajo de toda historia había una segunda historia […] la parte del iceberg que estaba debajo del agua […] pero por lo visto la literatura se encontró en todas partes, hasta en mi recto». Asimismo nos viene a la mente el efecto magdalena de Proust cuando encontramos la asociación cerebral que surge en Juan Pablo Villalobos al entrar en el restaurante, «poco a poco, con los primeros tragos de cerveza, el efecto endorfínico del aguacate […] me fui poniendo sentimental». Y no cabe duda de que el humor de Chejov está presente, con su cuento En la barbería, cuando el protagonista debe salir aprisa, con un corte de pelo a medias, de la nueva peluquería, «apareció mi expeluquero […] Se llevó la mano a la boca, como para simular sorpresa u ocultar su sonrisa».

En fin, creo que Peluquería y letras es metaliteratura de la buena; aunque no se nombren, sus reflexiones sobre literatura en general: «Me paré a buscar qué tono narrativo […] debería asumir en mi respuesta y dudé entre el cinismo, la perplejidad, la ofensa o el insulto», o la consideración particular sobre las diferentes historias que puede tener un suceso, nos acercan a algunas de las tesis sobre el cuento de Ricardo Piglia. Y, aunque no aluda a nuestro premio Miguel de Cervantes, los personajes secundarios disparatados que aparecen, como la peluquera, el ecuatoriano o las recepcionistas de la clínica de gastroentereología son dignos del más puro Eduardo Mendoza; también ayuda que todo suceda en Barcelona.

Al leer Peluquería y letras nos invade desde la primera página la felicidad; es raro encontrarnos con las vicisitudes diarias de una persona que es feliz, y la familia de Villalobos lo es, o al menos así lo percibe el narrador-autor; la relación que puede establecerse entre ellos es la contraria a la que critica, a la existente en ciertas revistas de moda «El viejo problema entre forma y fondo», porque Juan Pablo autor entabla con Juan Pablo protagonista una relación en la que la inteligencia de uno traslada al otro el sentido del humor y entre ambos aportan al lector cierta actividad neuronal que produce una predisposición a la felicidad, desde la primera página, necesaria para vivir; la felicidad no es un estado pero podemos encontrar «las condiciones de la felicidad», a pesar del miedo a las enfermedades o a la muerte, sacando siempre lo positivo de cualquier situación.

El positivismo del mexicano llega incluso a las redes sociales porque, sorpresivamente, le ayudan a mejorar su prestigio como escritor y su credibilidad como persona, aunque sea a causa de un malentendido.

La ironía es pensar que la sociedad global presta más atención a cualquier aplicación del móvil que al esfuerzo personal o al trabajo que un individuo viene ejecutando a diario, lo que despierta en nosotros otra reflexión, ¿hasta dónde podemos tomar en serio lo que consideramos éxito? ¿Quiénes son realmente famosos? ¿Hay méritos para obtener la fama?

Juan Pablo Villalobos lo deja claro en esta novela en la que la mezcla de realidad y literatura es tal que borra los límites de cada uno. Podemos jugar con la realidad para experimentar nuevas formas de escribir, también podemos jugar con la escritura para reflejar diferentes realidades «—Pasa pasa —me ordenó, enérgico y sin pausa, como si defendiera la ausencia de coma ante el corrector de estilo». Y, por supuesto, la vida y la literatura podrán tener diferentes finales pero hasta que no lleguen tendremos la posibilidad de afrontarlos con cierta fanfarronería.

En cien páginas, Villalobos ha escrito una novela corta y una obra mayor. Una obra en la que no hay necesidad de profundizar en las apreciaciones para que sean evidentes, una obra que nos transporta al conflicto sin que esté. Una obra en la que, ante todo, lo más importante es la familia como principal condicionante de la felicidad.

La novela comienza al principio del día, durante el desayuno y termina en la cena familiar. El resto del tiempo es magia, la que despliega el autor mientras «escribes de una cosa aunque en realidad estás hablando de otra». El resto del tiempo es literatura, y de la buena.

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