domingo, 22 de noviembre de 2020

LA LENGUA DE LAS SIRENAS

 

Es difícil analizar una novela sin hacer ningún spoiler. No obstante lo voy a intentar porque este libro va dirigido a un público especial, los adolescentes, y es conveniente que sean ellos quienes descubran qué ocurre. Porque además, seguro que cada uno realiza una lectura individual que llega a conclusiones diferentes de los demás.

La lengua de las sirenas es un libro que se presta al debate, a compartir experiencias, a argumentar enseñanzas, a discutir asuntos, a sugerir desenlaces. Esta novela es, no cabe duda, una historia de aventuras. También podría encuadrarse en una colección de cuentos maravillosos, en los que todo es enigmático, el tiempo, el espacio, los personajes… hasta el propio narrador supone una intriga. Pero, aun con incógnitas, no hay problemas de comprensión en su lectura, pues tal como le requiere un personaje al protagonista:


—…debes dejar que yo te guíe. No puedo permitir que leas cualquier libro. Cada página tiene su momento

[…]

—Confía en mí. Habrá tiempo para eso y debes aprender antes con otras historias.

Efectivamente, La lengua de las sirenas es una novela juvenil de diez capítulos, y cada uno contiene una aventura diferente, pero todos están unidos por un eje central que los recorre: el narrador omnisciente, que va acercando al lector a la novela costumbrista «La posada estaba llena de mesas y banquetas elaboradas con madera de cedro…», a la bélica, a la de aventuras o a la de misterio, «El atún los había llevado hasta aguas impetuosas, capaces de destrozar los cascos de los barcos en un soplo». Al mismo tiempo, nos presenta una gran cantidad de personajes extraños, casi mágicos, cuyo poder va más allá de conceder cualquier deseo, otros deciden aleatoriamente sobre la vida de inocentes. Será cada lector quien encuentre todo el sentido a estos personajes y sus actos al terminar la novela.

La estructura también es misteriosa pues se presenta cerrada y, sin embargo, puede tener tantos finales como veces la leamos. Hasta ahí llega la magia. Asimismo las aventuras son fáciles de entender, pero ponen a prueba el conocimiento del idioma y fomentan el uso del diccionario, ya que prácticamente cualquier término marinero puede aparecer en sus páginas: caleta, enseña, falúa, fondeadero, cálamo, carrizo, ostionera, arribé, atalaya, galerna, bajeles, onagro, batel… En la narración encontramos numerosas comparaciones cultas, bélicas, de animales, naturales, sensitivas hasta el punto de formar casi greguerías, o tan representativas que aportan un significado metafórico. Todas facilitan la inmediata comprensión y la futura fluidez en la expresión del lector: «Con la misma pericia que un sastre al urdir, condujeron la luz hasta los gigantes», «El arma de bronce se agitó como los tentáculos de un calamar», «El olor a salitre era intenso, tanto o más que el combate de las olas», «la luna se reflejaba como la carita de un bebé cuando juega con un cubo lleno», «Cuando la costa encogió tanto como una hormiga, paramos de remar».

Las descripciones de criaturas imposibles cobran importancia por medio de personificaciones. Indudablemente las hipérboles juegan un papel sustancial en aquellos seres que aparecen como legendarios, para luego ser parte de cuentos mitológicos en los que el protagonista se manejará con soltura, «Una enorme cabeza, mezcla de calamar y escualo, surgió entre tanto tentáculo […] En el centro de su cabeza asomaba un único ojo negro, del tamaño de un potrillo».

En ocasiones las metáforas antitéticas conforman un todo uniforme al permitir un fuerte contraste entre los elementos divergentes, que se ensamblan en armonía a pesar de todo, «ambas se unían formando un arco que lloraba lágrimas de agua dulce. Bebí de estas».

A lo largo de los diez capítulos Luis Baizán construye una historia atractiva, ágil, con un vocabulario intenso con el que relata sucesos concentrados, significativos, de manera que el lector no se pierda en la trama y mantenga el entusiasmo. El protagonista es un chico normal que encuentra un libro sugerente y, al comenzar a leerlo también se siente atraído por sus palabras. Conforme avanza en su lectura la novela se hace más real «Casi me despeño al intentar verla desde allí arriba», por lo que sin dudarlo se zambulle en esa realidad, que va formando una novela paralela para el lector. Es una literatura que recuerda a la de tradición oral, en el sentido de que los capítulos pueden leerse perfectamente de forma individual y retomar, como el protagonista, la lectura en otro momento: «—Seguro que puedes volver otro día».

Los temas que aparecen son de aventuras, el protagonista deberá superar una serie de pruebas que demostrarán el valor, la bondad o la inteligencia, al mismo tiempo que le harán comprender la necesidad de ayuda, los beneficios del trabajo en equipo, la buena disposición para aprender y, ante todo, la conveniencia de recordar lo aprendido en momentos cruciales.

El autor plasma en La lengua de las sirenas todo un arsenal de reminiscencias literarias. Hasta nosotros llegan ecos de La Odisea, La historia interminable o Moby Dick, entre otros títulos. La trascendencia de la literatura, incluso en la propia literatura, es obvia, por eso cuando nuestro lector se sumerge en el libro Memorias de Balandria consigue que este cobre vida, al mismo tiempo que la historia de Balandria se introduce en la trama de la novela La lengua de las sirenas; estamos ante una metaliteratura capaz de convertir al lector en narrador protagonista con una importancia indiscutible, aunque al principio no tenga muy claro si sus vivencias son fruto del sueño de alguien, de un traslado temporal al pasado o de la realidad. Poco a poco, como Gulliver, llega al país de los gigantes para recabar después en el de los enanos, hasta que alguien lo previene de que esas situaciones solo pasan en su mente «—El príncipe de Riscotejo. Has estado con él mientras leías».

Pero el chico siente que es parte de esas aventuras, por eso cada día acude a Balandria y toma contacto con una historia que, aunque comienza in medias res, «Encontré las primeras líneas a mitad de página», siempre termina cerrada. El peso que adquiere como personaje de las historias es tal que incluso tiene un nombre en ellas «—¿Fred? —balbuceé sin que se diera cuenta— No me llamo Fred, mi nombre es…».

Pero no importa quién sea en la realidad, lo maravilloso es que su imaginación es capaz de hacerle vivir las vidas que quiera, ser quien desee, incluso transformarse en otra criatura fantástica, «Ya domino los giros en el aire con mis alas». La fantasía de su mente se va poblando de ideas hasta conformar en ella La ciudad de los mil cuentos. Fred no quiere regresar a la realidad de su casa, prefiere quedarse en sus sueños aunque a veces le jueguen malas pasadas. Como don Quijote, encuentra monótona la vida real respecto de la que puede encontrar en los libros. Fred, como Peter Pan, quiere seguir en Balandria; envalentonado desprecia la compañía de cualquier adulto, incluso la de su padre, «Era demasiado patán como para imaginar que cualquier hecho podía salirse del orden natural de las cosas». Sin embargo aún encontrará en esa ciudad fantástica sorpresas definitivas capaces de conseguir que sus miedos, temores, incógnitas e incluso él mismo cobren sentido.

Luis Baizán ha escrito un libro que resalta la importancia de desarrollar la imaginación para poder entender la realidad, la importancia de la creatividad en los jóvenes como recurso fundamental para confiar en uno mismo y sentir el placer de crear.

La lengua de las sirenas se une a las Memorias de Balandria, igual que las historias que nos contaban de pequeños se mezclan con las lecturas que, de adultos, hacemos individualmente, para fusionar personaje y lector, lector y creador, razonamiento y fantasía, ficción y realidad. No hay diferencias, todo forma parte de un proceso, el proceso de la escritura, en el que cualquier detalle es importante, pues la imaginación se va formando de memorias originales que se amoldan para crear un espacio lleno de luz, un espacio en el que los seres fantásticos les cuentan sus secretos a unos pocos privilegiados para que, al transmitirlos, hagan sentir excepcionales al resto.




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