Acabo
de leer un libro que me ha dejado impresionada. Por varias razones. Una de
ellas es el Epílogo. Por riguroso orden alfabético, desde Amistad hasta Zeta,
se van subrayando temas, ideas, sentimientos, que aparecen en esta novela.
En Casas y tumbas el concepto de la amistad abarca el amor, la fraternidad, la
lealtad, la confianza, la conversación fluida y natural. Hay otros términos en
este epílogo que resultan curiosos y que ocupan uno o varios capítulos:
Cuartel, Franco, Hospital, Jabalí, Poesía, Tumba, Universo, Vuelta… En todos
ellos el valor de la amistad está por encima de la maldad o del abuso.
En
realidad el Epílogo funciona como síntesis de una novela en la que aparecen las
claves que Bernardo Atxaga ha ido
exponiendo a lo largo de toda su obra. Puede que al ser la última que va a
escribir, según sus propias palabras, quiera dejar constancia de ellas. He
destacado dos, que creo que, además de a Casas
y tumbas, retratan a este vasco ejemplar:
Lo
que diferencia al hombre del resto de seres es la comunicación; a través de
ella la amistad persiste a lo largo del tiempo más allá del amor, que puede
sufrir ataques, «La vida hunde al amor.
En cambio la muerte lo atrae, lo fortalece, incluso lo resucita a veces».
Lo
que define a la buena literatura es lo que define al hombre, una mezcla de lo
que lo rodea y lo que lleva dentro de sí. La escritura es la expresión del ser
humano, luego la buena escritura ha de constituir la expresión del hombre
completo, inteligente y sencillo
Hay
quien se asombra de que en el mundo rural, muchas veces iletrado, brillen la
finura espiritual o la inteligencia. Piensan así sobre todo los clasistas que,
careciendo de ambas cualidades, ven el mundo como una geografía piramidal en la
que ellos, ¡qué casualidad!, ocupan la cúspide. Pero no: su lugar es la isla de
los Fanfarrones, de insoportable ruido.
Me
parece magistral esta reflexión y, además, de total actualidad. Atxaga es un
hombre actual y Casas y tumbas una
novela actual tanto en el contenido como en la forma.
Mediante
analepsis, el narrador interrumpe su discurso para insertar sucesos anteriores
que confieren al relato una coherencia total, al tiempo que revelan un conflicto
interno. Al recordar esta lucha el protagonista profundiza en los efectos
causados, revive su conmoción y aumenta la tensión de la historia «Durante su año californiano pensó más de
una vez en regresar a […] la empresa de precocinados que había montado con
Miguel y su hermana […] y leyó el telegrama de Martín “ha muerto hoy”». A
veces el narrador incluye en la analepsis una prolepsis, no tanto para ampliar
la información sino para explicar los hechos narrados anteriormente mientras
genera una expectativa ante lo que contará después «Miguel volvió a hacerse presente en su memoria […] metiéndole las
manos por debajo de la blusa y lamiéndole el sujetador como un perro grande […]
¡se me han metido las natillas entre las tetas!».
Casas y tumbas es una novela redonda, completa en
todos los sentidos. Con una narración fluida, de estilo coloquial en el que ha
integrado con total naturalidad conceptos filosóficos o musicales, el ritmo no
decae en ningún momento. Al contrario, la tensión va en aumento hasta el punto
de que la euforia se instala en el lector para no abandonarlo hasta la última
página.
El
movimiento que Bernardo Atxaga imprime a su estilo le permite circular con
normalidad por las aldeas más recónditas y las ciudades más cosmopolitas. Todo
se acopla a la perfección.
El
argumento de la novela es sencillo, la vida de dos gemelos, Martín y Luis, y
aquellos que los rodean desde su nacimiento. Los hermanos son muy distintos.
Cada uno se decanta por una manera de vivir diferente. Puede que Martín, más
profundo, se implique socialmente con mayor presencia. Su trabajo en el
sindicato lo llevará a la cárcel en varias ocasiones y a la tortura.
Luis,
más trivial en apariencia, sufre la tortura destinada a su hermano gemelo para
salvarlo, asimismo, el compromiso de lealtad que, en su juventud, no supo
demostrar a su madre, puede que lo tenga, en su madurez, hacia todos los que lo
rodean. Martín y Luis son buenas personas que viven en un pueblo lleno de
tristeza, alegría, problemas y soluciones. Todo es normal en Ugarte, con los
contratiempos que conlleva la normalidad. Y en esta dualidad el sencillo
argumento contrasta con imágenes elocuentes que, una vez más, Atxaga acerca a
la naturaleza. El contacto con la inocencia tiene un límite difuso con la
perversión. La alegría se funde en el rencor de la monotonía para conseguir una
prosa ágil, repleta de comparaciones descriptivas. Una técnica, característica
del autor, es la utilización del humor para dejar constancia del amor hacia la
naturaleza y hacia los animales, para dejar constancia de los cambios lógicos
de parecer, para acercar la literatura a la actualidad con comparaciones
publicitarias «—Te equivocas, Caloco. La
magia celta no es instantánea, como el Nescafé», para definir a una persona
mediante la animalización, con lo que el personaje consigue dos efectos,
exponer lo que piensa de aquél al que animaliza y dejar a la vista cómo es él
mismo al animalizar a los demás «En
Ugarte se estaba acumulando el grisú, pero yo no me daba cuenta. En cierto
sentido, también yo tenía un pájaro para dar la alarma, Julián, el
administrador, pero no me avisó de nada».
El
humor contrasta suavemente con la tensión latente que se aloja en el mundo
interior de los personajes, consiguiendo una obra de gran profundidad
psicológica. No solo Nadia, la psiquiatra francesa de Bayona, es capaz de desenmascarar
la actuación que Antoine representa una semana tras otra en su consulta, para
que el lector descubra el fraude cometido a la sociedad y averigüe hasta qué
punto es maquiavélico; también Atxaga desnuda a los personajes, los va
exteriorizando a su antojo, en una narración fragmentada, para que el lector
los vaya reconstruyendo hasta conocerlos a la perfección.
Las
descripciones realistas generan un suspense poco habitual cuando se diluyen en
el más puro simbolismo. Las imágenes expresivas de la naturaleza contrastan con
lo primitivo del ser humano, con lo esencial que todos albergamos, desde el
sentimiento más inocente hasta el concepto más surrealista.
El
paso del tiempo es insistente, casi obsesivo, de ahí que la hora quede marcada
de manera repetitiva, innecesaria.
Salía
de Ugarte hacia Bayona tres horas y media antes de la consulta.
Los
números verdes del reloj digital marcaban las cinco y ocho, 17:08.
Era
2 de agosto, domingo, y no había casi nadie en el cuartel.
Esta
reiteración consigue destacar la ansiedad de algunos personajes que, como
Antoine, necesitan ocultar sus verdaderas ideas, su sentimiento hacia el ser
humano en general y hacia quienes lo rodean en particular.
A
veces, al unir la fecha al lugar y a las circunstancias históricas, aumenta el
suspense en el lector que, alerta, espera la resolución en cualquier momento «La tarde del 2 de septiembre, miércoles,
Eliseo marchó solo hacia el bosque de El Pardo […] oyó disparos de escopeta río
adelante».
La
novela no es un diario aunque dé esa impresión. Anunciar el día es otra técnica
del narrador para seguir una linealidad en cada capítulo dentro de la fragmentación
total.
El
narrador suele ser el omnisciente de la literatura tradicional, aunque en
ocasiones focaliza el discurso en un solo personaje, de esta forma la
importancia que adquiere es manifiesta y permite al lector sentir cierta
empatía hacia él y lo que representa. Es lo que ocurre cuando Eliseo ve a Paca,
«Era una mujer muy grande. Mediría cerca
de un metro ochenta y cinco, diez centímetros más que él, y pesaría unos ciento
veinte kilos, cincuenta más que él».
La
inocencia de los diálogos entre los jóvenes contrasta con el sarcasmo brutal de
la policía o la ironía de los representantes de la iglesia. Con ello, el autor
denuncia algunos de los abusos y tropelías cometidos por estos estamentos sin
que hayan tenido consecuencias.
Los
diálogos son rápidos, sin embargo, en ocasiones se hacen innecesarios, de hecho
el mundo interior de los personajes queda expuesto mediante un lenguaje lírico
con comparaciones que igualan naturaleza y hechos «Todo se fue calmando a medida que avanzaban por la carretera, como si
el ambiente del interior del autobús se hubiese ido acompasando al paisaje del
exterior, donde la corriente del río era cada vez más mansa».
Asimismo
las sinestesias, tan propias en el simbolismo o modernismo, recorren Casas y tumbas para contrastar lugares y
personas además de aportar diferentes sensibilidades. El color va unido
inevitablemente a las sensaciones, y para remarcarlo se funde con comparaciones
tangibles que devienen en imágenes elocuentes, «el rojo de las nubes que parecían hechas de rizos de lana, morado
intenso».
La
agresividad experimentada por Eliseo al no poder perdonar a su padre en el lecho
de muerte queda reforzada en la autocomparacion de su mente con un motor, «Aquellos amigos suyos disponían de un buen
motor. En cambio el suyo iba a menudo forzado, y se atascaba». Esta
metáfora tecnológica, propia del futurismo, anuncia el surrealismo de la
escritura automática. Así, en el coma sufrido por Luis a causa de un accidente,
la realidad y la ficción se dan la mano en su pensamiento para informarnos del
estado de la situación. Aparece entonces el realismo ficcional de la literatura
posmoderna. En las alucinaciones de Luis encontramos un diálogo simbólico,
basado en el cine. Atxaga transforma el mythos
griego en discurso mítico, al tiempo que nos deja conocer mejor la tradición y
la situación de la España anterior a la democracia, las persecuciones y
torturas por razones políticas:
El
ruido sordo de los caballos y de los soldados del Ejército Confederado cesó de
repente para dar paso a una conversación […] Uno de ellos le acercaba una luz
intensa a los ojos. ¿Forajidos de Carson City? […] Estaba tumbado en un catre,
al parecer sin poder moverse
Novela
magistral que ojalá no sea el cierre de su obra como novelista.
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