Me
gusta hablar con Amaya porque veo en sus razonamientos la sabiduría adquirida
al estudiar otras culturas, la aceptación de todos los seres humanos como seres
diferentes, la frialdad necesaria para tomar buenas decisiones y la ternura
infinita con que las lleva a cabo.
Amaya
me ha dejado este libro y, al terminarlo, me ha venido a la mente algo que leí
y no llegué a entender hasta ahora: según el escritor y cineasta colombiano
René Rebetez Cortez, «La ciencia ficción
no es sólo un género literario, sino algo más: un estado de conciencia».
En Circe
hay numerosos episodios que exponen el estado de conciencia social; sólo
tenemos que asistir, horrorizados, a la tortura que los dioses le infligen a
Prometeo. El espanto no viene tanto por el dolor sufrido, sino por cómo somos
capaces de presenciar un suplicio constante, hasta el punto de sentirnos
invulnerables al sufrimiento ajeno. Asimismo el encumbramiento de Glauco, un
pescador convertido en dios, golpea la conciencia de todos los que pueden
escalar socialmente y olvidan con rapidez sus raíces. O las mentiras, fruto de
la desconfianza en nosotros mismos, que llegamos a utilizar para ascender en la
sociedad. Los hermanos de Circe, Perses, Pasífae y Eetes, ocultan sus poderes a
su propio padre, Helios, y a Zeus, por temor a ser castigados.
Prometeo,
Glauco, Pasífae… todos forman parte de una mitología nacida hace miles de años,
aunque reflejen la conciencia actual del ser humano; por eso son universales.
Madeline Miller, ha escrito una obra que encierra una
serie de características distinguibles con facilidad: Con una narrativa
sencilla aunque expectante, que nos recuerda en ocasiones a un cuento de
aventuras por el héroe protagonista, la exaltación de la osadía o los cambios
de suerte, la autora relata, entre otros, el viaje de Circe, convertida en
Perses, por el estrecho de Mesina para llevar, con éxito, a Dédalo y su
tripulación de vuelta a Creta «Los
remeros se estremecían a causa del esfuerzo y del miedo, y los escálamos
chirriaban a pesar de estar engrasados […] Ella golpeó la popa del barco. La
cubierta reventó en astillas y un tramo de regala saltó por los aires […] pero
lograron aguantar, y con cada momento que pasaba estábamos más lejos».
Está
claro que la narración, presidida por seres fantásticos que conviven con humanos, se convierte en cuento maravilloso al
exagerar las cualidades de algunos personajes, sobre todo los que rodean a nuestra
protagonista para entorpecer constantemente sus actos, con prohibiciones o
dificultades que extreman las características de un mundo sobrenatural: «Lo llamaban el monte Dicte. Ni siquiera los
osos, los lobos o los leones se atrevían a transitar por él, solo las cabras
sagradas, con sus enormes cuernos que se retorcían como caracolas.»
Pero
aparecen monstruos que generan, como en un cuento de terror, acciones
angustiantes en una atmósfera de inquietud que se traslada al lector aumentando
su tensión, «Intenté retirar la mano,
pero sus mandíbulas la tenían firmemente agarrada. Asustada, tiré. Los bordes
de la herida se separaron y la cosa se deslizó hacia delante. Se agitaba como
un pez en el anzuelo, y la porquería que soltaba llegó hasta nuestro rostro».
La
novela recrea diferentes técnicas para completar la narración de un pasado, un
presente y un futuro. Con las catáforas imprime expectación en el lector que,
ávido de saber a quién se refiere la narradora o de qué aspecto trata,
multiplica el interés por lo que está leyendo «Ella entró como una ola por mi puerta al siguiente anochecer; tenía
los músculos de los hombros duros como piedras […] detrás de mí caminaba mi
leona salvaje». Las prolepsis presentan una historia redonda del mito y
satisfacen la curiosidad del lector que se entera de cómo termina, al tiempo
que entiende cómo empezó todo gracias a las analepsis.
Con
las digresiones sobre otros personajes o hechos secundarios, el entorno
mitológico de Circe queda cubierto, pues consiguen que conozcamos a casi todos
los que tuvieron contacto con ella, familiares, amigos o enemigos «Sabía que la amaba (a Penélope) desde el momento en que me había hablado de
que tejía. Y, aun así, se había quedado, mes tras mes, y yo me había dejado
engatusar […] todas aquellas noches en mi cama no habían sido más que sus mañas
de viajero».
La
narración está efectuada en primera persona por la propia Circe, de esa forma
los sucesos adquieren verosimilitud ante el lector, sin que se dé cuenta de que,
en ocasiones, la mitología está adaptada al nuevo contexto novelado. Es una metaliteratura,
donde encontramos otra acomodación de la interpretación de los mitos.
Finalmente,
al igual que en cualquier obra de ciencia ficción, el lector es capaz de
adentrarse con Circe en realidades paralelas, como el océano más profundo o la
burbuja que hace de la isla real Eea, donde se siente a salvo del peligro que
supone su propia realidad. También Dédalo parte, en su caso, de la tecnología
más rudimentaria para huir de su confinamiento. Consigue volar, ayudado por conocimientos
científicos y plumas de animal, aunque su atrevimiento será castigado por los
propios dioses. Esta nueva realidad, las profundidades del mar o el cielo
surcado, no son sino deseos pasados de un hombre hechos posibles en un
presente, desde la ciencia.
En
la tortura eterna de Prometeo, en el cambio a humano de algunos inmortales o a
dios de algunos hombres, observamos el interrogante que la autora imprime en
los lectores sobre asuntos trascendentes para la humanidad, como el paso del
tiempo, la vida o la muerte.
Esta
incógnita está presidida por una atmósfera de ahogo, en el inexplicable temor
que sentimos en el parto de Pasífae, quien da a luz al Minotauro, o en la
muerte de Ulises causada por su propio hijo para conseguir que se cumplan las
leyes del destino. Sólo la propia naturaleza será la encargada de actuar como
salvaguarda a los asaltos sufridos por los demonios que nos atacan; por eso
Circe necesitará el contacto con las flores, con la vegetación, para ser
consciente de su poder, «Aprendí que el
mejor momento para cosechar mis plantas era bajo la luna […] ese fue el
instante en que me sentí bruja por primera vez».
Pues
llegados a este punto, yo me pregunto, fruto de mi ignorancia, ¿no será la
mitología, al menos, la antecesora de la ciencia ficción? Puede ser, o no, da
igual. Lo importante es que Miller se adentra en el mito de Circe para
modelarlo en su espacio ficticio y conseguir que la venganza de esta diosa sea
el resultado del sufrimiento al ver
constantemente destrozados sus sentimientos. Circe es un personaje atractivo,
que ayuda sin temor a las consecuencias, que apuesta por la libertad, aunque
ésta conlleve la soledad, antes que seguir soportando humillaciones; que se va
formando como ser humano con tareas propias de hombre, como la lucha, y de
mujer, como la maternidad; que es inconformista e incansable en su preparación.
Nunca abandona; trabaja, estudia, experimenta, se equivoca una y otra vez hasta
alcanzar la perfección, que irónicamente encuentra en la imperfección del ser
humano.
Madeline
Miller expone las relaciones familiares, las intrigas de los poderosos, y la
fuerza ingobernable femenina en un mundo de hombres, en dos historias diferentes
aunque paralelas en el recorrido; con un ritmo narrativo ágil, entretenido,
divertido a veces, duro otras.
No
quiero desvelar el argumento literal de Circe,
merece la pena disfrutar de él en todo momento, pero la historia recreada, de
esta maga inmortal, es una clara metáfora de la historia de la mujer; la
propiedad de un padre o de un marido, capaz de razonar aunque haciendo
prevalecer los sentimientos en una aceptación incuestionable de la supremacía
masculina, que ha pasado por constantes humillaciones para conseguir migajas de
lo que ella creía amor, hasta llegar a autodespreciarse, «la pena que hace a las de nuestra clase preferir ser una piedra o un
árbol en lugar de ser carne».
Sólo
cuando la mujer es consciente de que no es tratada como ser humano, puede
adoptar una postura calculadora que le permita ser libre para tomar las
decisiones que quiera; puede prepararse para luchar y defenderse de quienes
intentan atentar contra ella, física o mentalmente, y puede decidir a quién y
cuándo amará, sin importar las consecuencias, sin temer al dolor o a la muerte;
puede ser implacable con quienes pretenden victimizarla y desplegar toda la
ternura y sacrificio necesarios para conseguir que alguien a quien quiere sea
feliz. Porque quiere. Y es libre. «El
dolor eterno a cambio de unos cuantos años más para tu hijo mortal […] —Estoy
lista– dije».
¡Brindemos
por esta mujer!
Inmerecido honor este que me dedicas. Cualquiera que te conozca sí sabe qué es una buena conversación.
ResponderEliminarEstoy acostumbrada a explicar la mitología como una forma de explicar el mundo ante la falta de ciencia. Quizá la ciencia ficción sea también una forma de intentar suplir el desconocimiento futuro, o la necesidad de pensar que hay seres superiores que nos pueden ayudar.
Un placer leerte, como siempre
Seguro que algo tienen que ver. En cualquier caso, puestos a soñar, prefiero la mitología; la ciencia es alucinante, pero la entiendo poco. Con la magia todo está hecho. Uno de mis deseos, desde pequeña y aún no descarto que se haga realidad, es ser bruja. Un orgullo tenerte siempre aquí.
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo!