Hace
tiempo quedé impresionada con una de las novelas de la trilogía Los gozos y las sombras, en donde el
vínculo entre los habitantes de un pueblo de Galicia formaba una compleja
estructura; novela dura, como casi todas las de los años 50 en la que el dominio
y la posesión hacia los demás era habitual en las relaciones amorosas.
Don Juan, no tiene desperdicio, es fabulosa,
el mito seductor queda impregnado de razón e intelectualidad enfrentando una
amena paradoja. Reconozco que La
saga/fuga de JB me resultó difícil, puede que aún no estuviera preparada en
aquel momento para una configuración tan compleja, en la que el tiempo varía al
antojo del autor; sí reconocí en cambio una de sus constantes, la distinción
entre realidad y ficción que siempre lo ha acercado a Cervantes.
Me
reí, y mucho, con Filomeno a mi pesar,
un personaje esperpéntico que circula por una novela plena de humor. En La muerte del decano descubrí a un escritor
de misterio; hasta el final no se revela si esta muerte ha sido provocada por
alguien o el protagonista, de cuerpo presente, se quitó la vida por su propia
voluntad.
La novela de Pepe Ansúrez me trajo recuerdos de sus primeros
pasos, pues este aspirante a novelista, su novia y otro amigo, poeta, se van
alejando de sus inquietudes, en la vida insulsa de una ciudad sin alicientes.
No
leí El rey pasmado, pero vi la
película en la que Gabino Diego borda su papel.
A
estas alturas todos sabemos ya que hablo de Gonzalo Torrente Ballester y ahora lo traigo al blog con una obra
teatral que me ha hecho reír en más de una ocasión, tiene algo de las novelas
antes mencionadas y me ha sorprendido gratamente por el papel otorgado a la
mujer, que además, en lo fundamental, coincide con mi pensamiento del mito
griego.
Acabo
de terminar El retorno de Ulises, que podría calificar de comedia
filosófica. Antes de comenzar a analizar la obra de Torrente diré, aunque esto
no tenga importancia, que Ulises nunca me pareció tan buen guerrero como ha
quedado mitificado por la literatura, es más, lo he visto egoísta, oportunista
y típico hombre que deja a su familia para vivir sus experiencias e incluso
falla a sus hombres en alguna ocasión para cubrirse las espaldas amparado por
algunos dioses, entre ellos, y sobre todo, Atenea, que lo ayudan; aunque otros,
como Poseidón, lo odien; no olvidemos sus raíces divinas por parte de madre.
Bueno,
esto no es más que el pensamiento de una profana en la materia, pero algo deja
entrever Torrente en palabras del propio Ulises «Y si me aplauden, en vez de correr a sus brazos y contarles la suerte
de sus padres y de sus hijos, muertos todos por mí, me mantendré distante o
silencioso como un héroe o un dios que se hubieran tomado en serio a sí mismos»;
es cierto que le reconozco la astucia, pero siempre lo he encontrado algo falto
de moral, y a Penélope, una víctima que debe pasar su vida esperándolo.
Pues
en El retorno de Ulises el mito se desmorona
y la verdadera heroína, la que tiene fuerza, astucia y sabe lo que quiere, es
Penélope
PENÉLOPE.- (Al rapsoda) […] Cuando yo me haya marchado, te
arrebatará como un viento divino y podrás oír en él a las musas […] (Hace que
se marcha batiendo la puerta. En puntillas coge la lira […] (Cantando) Hay un
hombre que vaga por las sombras […] Desde entonces, los corazones griegos recuerdan
a Ulises con gratitud.
RAPSODA.- ¡Apolo, Apolo, Apolo! Lo entendí claramente […] Yo cantaré a todos los vientos
la existencia de Ulises peregrino.
Ella
será en la representación, la encargada de forjar el mito de Ulises.
Torrente
Ballester comienza la obra cuando han pasado 15 años de la partida de Ulises.
La guerra de Troya terminó cinco años atrás y los habitantes de Ítaca creen que
su rey, el héroe que ganó la guerra, ha muerto, pues hace tiempo que los
supervivientes volvieron. Así pues, hay tres pretendientes que apremian a
Penélope a casarse con uno de ello, Anfidemonte, Eurímaco y Antinoo. Ella, la
reina, se debe a la memoria de su marido, por lo que antes de serle infiel debe
morir. Bajo ningún concepto se casará con ninguno, «que sólo hallen tu cuerpo atravesado por una espada y comenzando a
arder».
Sin
embargo el Rapsoda ciego asegura a todos, guiado por la sagacidad de Penélope,
que Ulises no ha muerto; Telémaco también confiesa a su madre que ha soñado con
Atenea y le ha confirmado la existencia de su padre, por lo que está dispuesto a
ir en su busca; y llega a un acuerdo con los pretendientes: si en cinco años no
vuelve con su padre, podrá uno de ellos casarse con su madre.
Para
la partida, Penélope le da a su hijo un espejo con la cara de Ulises, pero él
lo tira alegando que ese afeminado no puede ser el hombre fiero que todos
conocen; le aconseja que borde su figura magistral en un tapiz que les servirá
de manta a él y Korai, su prometida, en su noche de bodas, y le dará, por
supuesto, la valentía de su progenitor.
Así
lo hace Penélope; el tapiz queda terminado en cinco años, y los pretendientes
acuden a la cita. Pero Ulises llegó la noche antes y nadie, ni siquiera su
mujer, lo conoció. A la mañana siguiente regresa Telémaco, sin su padre,
dispuesto a que su madre elija marido. Sin embargo, a estas alturas, se intuye
que todo cambiará para el mito al final de la obra.
Y
aquí es donde aparecen las variaciones fundamentales realizadas por el autor.
Creo que Torrente Ballester ha conseguido mitificar a Penélope y desmitificar a
Ulises pues para el rey, con el paso del tiempo, sus hazañas se han ido
agrandando hasta ser una caricatura de lo que fueron en la realidad, de ahí que
su hijo no aceptase el dibujo que su madre tenía de él cuando se marchó, y la
obligase a tejer la manta con su figura esplendorosa para que lo impregnase, en
su sucesión, de la fuerza divina
TELÉMACO.- (Sorprendido) ¿Mi padre este mancebo hermoso y
dulce con ojos de doncella?
[…]
Y como tú, madre, eres una excelente
tejedora, durante mi ausencia quiero que hagas un tapiz grandioso, en el que
Ulises esté representado con toda su gloria.
Figura
que nadie reconoce, ni el propio Ulises y sirve de burla ante todos.
Verdaderamente, esto es lo que pasa en la vida, agrandamos los recuerdos, los
sueños, porque por ellos no pasa el tiempo para cambiarlos.
En
realidad Ulises retorna cuando ha encontrado su verdadera identidad; se aleja
de su relación con Autólico, su abuelo materno, hijo de Hermes, para afianzar
la parte humana heredada de su padre; él sólo quiere terminar sus días junto a
Penélope, quiere aniquilar el mito, por eso rechaza la prueba del arco, que por
otro lado queda ironizada en clave de humor al mezclarla con el mito de
Guillermo Tell.
PENÉLOPE.- …Los
príncipes han de tender el arco de Ulises, sin uso desde su marcha, y derribar,
de un flechazo, la manzana puesta a veinte pasos de distancia sobre la cabeza
de una persona […] fue su hijo, entonces niño, quien sostuvo sobre su cabeza la
manzana
[…]
(Pero Ulises afloja la
cuerda y arroja el arma lejos de sí)
Telémaco
también queda burlado; tras seguir los pasos de su padre junto a las mujeres
con quien estuvo, regresa, y tampoco es reconocido por su prometida Korai,
quien seguía esperando ver la fuerza del padre en la mirada del hijo, pequeño
guiño renacentista en el que la mujer, la donna
angelicata, era quien transmitía la bondad de Dios al hombre a través de
sus ojos
KORAI.- Insisto en que no puedo besar a un
desconocido.
TELÉMACO.- Pero eso es absurdo […] fuiste mi compañera,
luego mi amiga, después mi novia
KORAI.- Y ahora no sé que soy. Pero te miro y
no te reconozco. No son tuyos los ojos que esperaba […] Deja que me acomode de
nuevo a ti, y quizá después, si llego por fin a reconocerte…
Así
pues encontramos en El retorno de Ulises que
el verdadero centro, es la fuerza que la mujer transmite al hombre en la
familia, núcleo fundamental de la sociedad. Helena de Troya tiene un papel
recordatorio en la obra, aunque fundamental para ayudar a desmitificar a
Ulises, ya que al encontrarse con Telémaco le hace ver la verdadera
personalidad de ambos «Tu padre, me
respondió, no fue más que un hombre astuto. Es cierto que inventó lo del
caballo de Troya, pero ese ardid hubiera avergonzado a cualquier guerrero digno».
Penélope
es el eje sobre el que se forma el conflicto entre ella y Ulises, pues ha sido
su recuerdo lo que ha obligado al héroe a dejar a Calipso, Circe, Helena… y
volver junto a ella «no sé a cuál de
ellas, en la cómplice oscuridad de una noche sin luna, la llamé por tu nombre».
Asimismo está en el centro del conflicto entre ella y su hijo; a pesar de
hacerle caso en un principio y tejer un tapiz casi esperpéntico de Ulises, no
se lo da, pues decide que será Telémaco el nuevo rey, pasándole todas las
responsabilidades de heroicidad
ULISES.- ¿Abandonas a tu hijo?
PENÉLOPE.- Creí amarlo mucho; pero […] eres el único
hombre a quien amé en la vida
También
es el centro del conflicto entre ella y los pretendientes, pues aunque debiera
matarse antes que casarse con otro que no fuera su marido, intenta retrasar ese
momento hasta dar con una solución ridícula.
Finalmente,
la otra mujer, Korai, una simple sirvienta, por diferentes razones, y sin
pretenderlo en realidad, es la que separa a Ulises de su trono, aunque al ser
una comedia, es también la encargada de unir a esa pareja madura, adoptando
ella y su prometido Telémaco el nuevo papel regente, siempre cuando ella decida
«¡Verdaderamente, eres el hijo de
Ulises!.»
Nos
encontramos ante una metáfora teatral que permite representar verdades
universales, pues la finalidad de la obra es reflejar la fragilidad del ser
humano, la inconsistencia de la personalidad, cambiante a lo largo de la vida,
quedando el amor como único sentimiento a través del cual podemos conocer a los
demás. «Estoy desilusionada. Esperaba
encontrarte más vigoroso […] he tenido que esforzar la imaginación y hacer
presentes los mejores recuerdos antiguos».
Otro
topos universal es el ansia de libertad. El espíritu masculino de lucha queda
anulado y tanto hombres como mujeres desean independencia para realizar sus
deseos (entre los que el amor es el centro) «que
vivan su vida, si lo desean y nos dejen vivir la nuestra».
Torrente
Ballester desmantela con gran sentido del humor, con ironía, al héroe público,
al superhéroe que, con el paso del tiempo sólo provoca desilusión (incluso en
su mujer tras pasar una noche con él). Y reconstruye al nuevo héroe, el hombre
débil, con defectos, pero cariñoso; de ahí que Penélope vuelva a enamorarse de
este héroe y decida seguirlo para pasar juntos la madurez.
Excelente
obra, divertida, donde encontramos ironía, juegos de identidad y los tópicos
habituales de Torrente, el tiempo como eterno retorno, el conflicto entre el
sueño y la realidad y, por supuesto, la intertextualidad. El tiempo circular es
tan exacto que el autor pone en paralelo el tiempo de Homero con el nuestro,
acertando, en su ironía, al describir la situación actual: «contra la voluntad de los dioses surge una peligrosa novedad que
llaman democracia y también libertad popular. Consiste en que los pueblos,
cansados de sus mitos, los crean por su cuenta».
Siempre
es un gozo leer una comedia con guiños a otras obras y para ello, Torrente
Ballester fue un maestro. Los diálogos son ágiles e ingeniosos y la kinésica y
proxémica quedan descritas hasta la saciedad en las acotaciones, que forman una
completa guía de movimientos «(Salen
todos menos Telémaco. Entra Penélope)»,
indican con precisión el paso del tiempo « (La misma decoración del prólogo. Luz de tarde…)», incluso marcan determinados gestos
emblemáticos «(…alzadas las manos como
orando)» o ilustradores «(con
interés)» aunque dejen un resquicio para que la imaginación del lector o
del director de escena, se pongan en marcha.