Fantástica
la primera novela de la comisaria Ruiz. Intrigante principio que se va
bifurcando en otros personajes con historias de pasados envueltos en dolor y
dureza. Enigmático arranque que se va haciendo cada vez más misterioso porque
cambian los escenarios, y el lector, apasionado, los sigue impaciente tanto o
más que los protagonistas, hasta llegar sin decaer un solo momento al
apoteósico final digno de una escritora de altura, como es Berna González Harbour.
Empecé
leyendo el tercer libro de la saga y me encantó. Alguien muy querido me
recomendó el primero y creo que lo he terminado en tres días, tal era mi pasión
por saber lo que ocurría, no sólo al final sino tras cada capítulo, porque cada
apartado de Verano en rojo es un acontecimiento. ¿Cómo es posible? La
autora no da respiro al lector. En otras novelas buscaba, normalmente y siempre
que podía, el final de una sección para dejar la lectura; con ésta no ha sido
posible, el término de un episodio va ya enlazado con otro anterior, posterior,
del mismo personaje, de otro diferente, en el mismo escenario o con un cambio
abrupto, pero nunca se pierde el hilo. Berna González es una maga de la
escritura y consigue que nos situemos siempre. En ningún momento he debido
volver atrás para recordar algo.
Pues
eso es lo que me ha vuelto a maravillar de esta escritora, su forma de contar
la historia, una historia inclemente que, con lenguaje también duro, se lee sin
herir sensibilidades aunque no quede en el tintero nada por contar, crueldades
de la vida que retratan una sociedad totalmente actual, una sociedad podrida en
muchos aspectos; González Harbour se ha atrevido y ha tocado uno de los
intocables «Sólo Dios tiene el poder y la
gloria de juzgar al hombre», ha denunciado a la Iglesia y sus incursiones
en la pederastia, y ha abierto los ojos de muchos de nosotros al avisarnos de
que una víctima presente puede convertirse en un asesino futuro.
Verano en rojo es una novela negra pero al mismo tiempo
una crónica policial puesto que el asunto que trata está, tristemente, de plena
actualidad. La novela está basada en hechos ocurridos en el pasado, que a su
vez se remontan a tiempos más remotos y hoy todavía forman un tema presente. La
autora saca su lado periodístico para recopilar los datos más importantes que
rodean a las dos muertes ocurridas al mismo tiempo en lugares diferentes,
Madrid y Santander, dos muertes relacionadas con un pasaje bíblico, «Entonces, los espíritus impuros salieron
del hombre y entraron en los cerdos [...] y todos los cerdos se ahogaron en el
lago (San Marcos, 5)», con abusos a menores y, por supuesto, chantajes.
El
periodismo, el buen periodista, está presente y perfectamente retratado en
Javier Luna, reportero que se introduce en un caso para profundizar en la
noticia, contrastarla y tirar de lo que haga falta para denunciar. En el evento
que nos ocupa encontramos en este tipo de periodismo un paralelismo absoluto
con la labor policial; de hecho a veces no se distingue bien quién es quién «—y ambos ahogados —María comprobó una vez
más que Luna tenía información— ¿Tal vez se me escapa algo más, comisario Luna?
—Sí. Que fueron al mismo campamento. —Esta vez fue un golpe bajo, directo al
estómago». Agradecemos que de vez en cuando nos recuerden que quedan
periodistas cuyo fin es el trabajo bien hecho, que permanecen en el anonimato
cuando en realidad son verdaderos héroes, reporteros que van siendo aplastados
en nuestra sociedad por aquéllos que se conforman con sacar las miserias de
supuestos famosos, que supuestamente no deberían de interesar a nadie y, sin
embargo, ahí están, porque la mayoría es lo que pide (o lo que han obligado a
que pida), la entrevista hueca que cuenta hasta lo más sucio de cada uno para
que los critiquemos y pidamos más, demostrando lo morboso que puede llegar a
ser el hombre, que detalla en ocasiones mezquindades suficientes para poder
entrar en la cárcel aunque estén en lo más alto. Es el periodismo amarillo que
se ha forjado cómodamente un hueco en nuestras vidas.
Berna
González echa mano asimismo de su vena literaria y nos muestra maravillosas
descripciones de una precisión absoluta, por lo que las imágenes acuden a la
mente sin esfuerzo «El cura de la
familia. Aquel de los mechones lacios sobre la calva, que había señalado al
cielo para confiar en el regreso de Alejandro, como otros antes confiaron en el
cielo para frenar el socialismo [...] El Padre Saturnino se dejaba caer por
ahí, sin invitación alguna, y su madre se volvía loca para improvisar alguna
comida más suculenta [...] Cuando alguna vez algún hermano que jugaba en la
calle le veía llegar se lanzaba a correr... ¡Que viene el Padre
Saturninooooo!... ese sacerdote viejo, de nariz y barbilla curvas, sotana negra
y bastón, pariente de otros parientes».
Verano en rojo es una historia cruda, vibrante, con
todas las características de la novela negra que, puede ser por la intervención
periodística o por bastantes expresiones líricas, se lee con facilidad. La
complicada historia se convierte en un argumento sin complicaciones a pesar de
que los narradores van cambiando, se traslada el tiempo de acción o varía el
foco de atención; los personajes se van alternando junto a sus pensamientos,
sus acciones y espacios «Pero eso era
cuando aún sabía mantener el tipo [...] Cuando aún llegaba a tiempo de curar a
los pacientes. Cuando un joven policía aún no había desenfundado un arma para
hacer algo muy distinto a lo que ella esperaba de él: introducir el cañón en su
propia boca...»... Pues todo ello facilita que sigamos los pasos de Javier
Luna, de la comisaria María Ruiz, del comisario Carlos Fuentes, de Tomás,
Esteban y Martín. Todos trabajando unidos, a veces aunque no lo sepan ni ellos
mismos, para realizar las pesquisas necesarias y resolver los asesinatos de
Alejandro Sánchez y Samuel Gómez en condiciones algo inquietantes que se van
transformando en macabras según nos vamos adentrando, para ir uniendo, al mismo
tiempo, a los personajes con sus historias y su desgraciado final. Porque no
hay nada más espeluznante que los actos de aquellos que se valen de la religión
—cualquiera— para someter a los más débiles a sus impulsos, exigencias, neuras,
o a sus instintos asesinos, sádicos o lujuriosos. Es la cara tenebrosa de la
religión que tanto tiempo lleva saliendo a la luz pero, normalmente, de pasada.
La autora manifiesta en Verano en rojo,
de forma directa, lo que encontramos bajo algunas sotanas; bajo el aspecto
melifluo y beatífico aparecen las ansias de poder —esas que el Magistral Fermín
de Pas ya aportaba en 1884 en La Regenta—,
aparece el instinto lascivo y el criminal.
La
narración, a pesar de todos los cambios, fluye con naturalidad, con palabras
precisas, sin aspavientos ni tabúes, incluso a veces con cierto toque de humor
y siempre retratando con gran sensibilidad a todos los personajes; no encontramos
superhéroes, aparecen personas normales, policías que pueden saltarse a la
torera alguna ley porque la angustia y el celo al bienestar de las víctimas, a
la justicia, puede más que cualquier otra cosa. Son policías pero ante todo son
personas, como demuestran algunos de sus actos y las personificaciones que la
autora realiza de sus pertenencias «Esteban
encendió el enésimo cigarrillo con el anterior y se pasó otra vez la ley por
donde solía al arrojar por la ventana la colilla encendida [...] El coche
avanzaba sorteando obras y camiones con las sirenas al máximo, ya afónicas tras
horas de presión».
De
esta forma podemos introducirnos en un tema durísimo, que probablemente no
resistiríamos en la vida real pero que aquí, en la ficción siempre nos mantiene
alerta, con ganas de saber más. Una denuncia firme a esa Iglesia que confunde
delito y pecado pensando que sólo Dios podrá perdonarlo «Limpiar, lavar, curar, volver a Dios ... Ese era el camino».
Férrea
acusación que se une a una llamada de atención para que la sociedad se dé
cuenta de la violencia a la que están sometidos muchos ciudadanos, abusadores,
maltratadores que han sido en su infancia víctimas de maltrato y de pederastia «pero el odio descarnado a la humanidad, o a
cierta parte de la humanidad, empezó a revivir en su interior como una planta
carnívora en un bosque tropical».
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