miércoles, 27 de septiembre de 2017

FIESTA CORRAL CERVANTES


La Fundación Siglo de Oro ha llevado a cabo en Madrid, un proyecto que parte de la iniciativa del actor, director y productor Rodrigo Arribas, para poner en marcha un teatro que recordase a los corrales de comedias, una sencilla carpa que se ha mantenido en pie durante un mes. La pena es que ha terminado. La alegría, que tendrá continuidad. Este año el ayuntamiento se ha volcado con la Cuesta de Moyano, en la que durante 30 días los madrileños, y el resto de los españoles que con suerte por cuestiones laborales, hemos disfrutado desde un auténtico carrusel veneciano, hasta casetas en las que vendían diferentes golosinas: garrapiñados, crêpes, dulces… o distintos objetos de artesanía: bolsos, pañuelos… Conforme subíamos la cuesta, tres contenedores con bebidas y comida para tomar un refrigerio y charlar, porque el tiempo lo ha permitido, han dado cita en el lugar a diversos actores, espectadores y amantes del teatro en general. Se ha hecho allí, sentados en palés acomodados como mesas y sillas, la espera, muy agradable, hasta que comenzaba el espectáculo en el corral, al estilo del siglo XVII. En ese Corral Cervantes he visto tres obras de teatro, y no sabría por cual decidirme, pues las tres han resultado de una calidad inigualable.

La Calderona, dirigida por Pablo Viña, y David Ottone a cargo del espacio escénico. La marca de Yllana teatro es inconfundible, pues el trabajo en equipo es evidente, aunque en este caso sólo dos actores Pablo Paz y Natalia Calderón den vida a diversos personajes, sin olvidar, claro está al DJ Hardy Jay.

El personaje de la actriz María Inés, conocida en el siglo XVII como la Calderona ha sido el punto de partida para construir su vida a golpe de rap; una comedia, con el punto oscuro que cualquier historia de una mujer, y actriz, hubo de tener en el Siglo de Oro, por muy querida del rey Felipe IV que llegase a ser, y madre de don Juan de Austria. Pues sí, parece increíble que una niña abandonada en un portal consiguiera destacar como una de las mejores actrices de su tiempo y desafiase a esa sociedad que no perdonaba ni la condición social ni la sexual; y parece increíble que Yllana haya sido capaz de contar esta historia a modo de comedia, una comedia increíblemente divertida en la que durante hora y media, con un DJ que interviene en escena sólo para poner la música, Pablo Paz represente el papel del rey Felipe IV, chulo y despiadado, de la reina Isabel, desesperada al ver que sus hijos se le mueren y ella es constantemente humillada por el pueblo, que la trata de cornuda, y de un monje lascivo inquisitorial que luego, diecisiete años después del nacimiento del hijo de la Calderona, que le arrebata el rey, le confirme a Juan de Austria quién es en realidad; y Natalia Calderón, además de la Calderona, haga de criada enana de la reina y de abadesa al final de sus días. Música, luces y poco más son suficientes para ponernos en situación.

Magistral la unión de los mejores versos auriseculares con expresiones actuales; fantástico el baile y la música de estos actores que demuestran ser verdaderos artistas. Y apoteósico el homenaje final hecho con diferentes títulos de obras del Barroco que conforman un texto que nos llega con un mensaje claro: los clásicos siguen vivos. Muy vivos.

Mujeres y criados. Hasta hace muy poco, ésta era una obra de la que sólo se conocía el título, sin embargo Rodrigo Arribas, fundador de la compañía Fundación del Siglo de Oro, la ha dirigido con acierto para llevar a las tablas del Corral Cervantes esta maravillosa comedia de la madurez del Fénix de los ingenios. Totalmente actual, pues trae a escena a dos grupos marginales del XVII, por un lado las mujeres, sin voz ni voto en nada que tuviera que ver con sus vidas, por otro, los criados, aquéllos que ocupaban una escala social bastante baja. Puede que Lope fuese consciente, al escribirla, del empuje que debía tener la mujer en la sociedad, del ingenio que había de mostrar para burlar todos los inconvenientes impuestos desde su propia familia, y de lo ridículo que iban resultando los matrimonios concertados.

Puede que el autor supiera que los diálogos divertirían, pues están escritos, con agilidad increíble, para “dar gusto al público”. Lo que quizás no esperase es que cuatro siglos más tarde el espectador continuara riendo durante hora y media. No cabe duda, de que el enredo ideado por una de las hermanas es inteligente: dos hermanas de la alta sociedad, enamoradas del camarero y del secretario de un conde, se ven en el aprieto de apartar los deseos del padre, casarlas con el propio conde y el hijo de un rico amigo. La casa de las hermanas se convierte en un espacio donde todos están a expensas de lo engaños de éstas. Por supuesto, es indiscutible que el argumento rompe una lanza a favor de la mujer; el tema es universal, ante el amor no hay fronteras, ni de clase ni económicas.

Pero lo mejor de todo, y esto no es sólo mérito del autor sino también de la compañía, es la actuación; con una mínima adaptación a la realidad: una Tablet para apuntar, unas patatas bravas para tomar un tentempié y un vestuario rompedor, a mitad de camino entre lo clásico y lo moderno: gafas de sol y bufandas para los criados galanes, faldas más cortas por delante que por detrás para las damas (el resto de personajes mantenían los trajes de la época), la Fundación Siglo de Oro nos hizo reír y aplaudir al final hasta que ellos decidieron desaparecer del escenario.

Los diez actores en escena estuvieron absolutamente fantásticos; ni una sola pega, ni a la dicción, ni a los movimientos, ni a los gestos, ni a la complicidad con el público. Una gozada en la que con total normalidad las damas y los criados se casan por amor y los galanes impuestos lo aceptan, tras intentar obtenerlas amparados en su derecho social, por evidente.

Los espejos de don Quijote. Emotiva la historia de la que Alberto Herreros es autor y director con un acierto total. Miguel de Cervantes, encarcelado al ser acusado de quedarse con la recaudación de impuestos, trabajo que obtuvo tras fracasar una y otra vez como escritor, y tras fracasar, por la invalidez de su brazo, como soldado; pero nuestro querido autor no tenía una mentalidad barroca, clásica seguro que sí y noventayochista puede que también, el caso es que se adelantó a su tiempo y sufrió, como les ocurre a quienes lo hacen; Cervantes vio venir la miseria a la que España iba abocada. Su lamento quedó reflejado en Los tratos de Argel; su ideal, en aquellas novelas cortas (que luego introdujo en el Quijote). La realidad que le tocó vivir al mayor escritor de todos los tiempos fue penosa (de nuevo esta España inculta que abandona las letras, las humanidades, el pensamiento, y olvida a los más valiosos, a las mentes más privilegiadas para, una vez muertos, o reconocidos por otros, reclamarlos como españoles; porque, eso sí, la patria ante todo).

Por ello ha sido emocionante la idea del encuentro ficticio que tienen Cervantes y Shakespeare en una cárcel de Sevilla. Herreros une el sueño de este encuentro con hechos reales, para mostrarnos el momento en el que don Miguel pudo tener la idea para escribir su inmortal novela y aportarle al genio inglés ideas para su Hamlet o su Romeo y Julieta. Ha resultado emocionante que Cervantes alentado por un carcelero entre el sueño y lo real (papel que encarna Pedro Miguel Martínez, actor tradicional de teatro, películas como Bienvenido a casa y series como Gran Hotel o Velvet entre otras), y su querida Dorotea, se decidiese a escribir la historia de un Quijano, en la que el carcelero le pide el papel de Sancho. No falta el humor, triste aunque de delicadeza exquisita, al servir los esqueletos que poblarían las cárceles de la época para que Cervantes, se sirviera de una calavera y se inspirara en la quijada para el nombre de su protagonista, y esa misma calavera sirviese a Shakespeare para crear a su príncipe de Dinamarca. La realidad utópica, la justicia poética que tiene la literatura y que nos conforma el espíritu. Esto es la magia del teatro, poder imaginar a dos genios alentándose a escribir y quedando unidos para la eternidad en un abrazo; en el abrazo de la paz, de la literatura, de la imaginación y de la ilusión que muchos de nosotros esperamos ver como la futura realidad entre los pueblos.

Don Gil de las calzas verdes. Por último, aunque no pertenece a la programación del Corral Cervantes, una vez en Madrid fue obligado asistir a la representación de Don Gil de las calzas verdes. Siempre es una fiesta ir a los Teatros Luchana, pero en esta ocasión supuso un lujo formar parte de un público subyugado por esta atrevida y divertida adaptación que la compañía Ensamble Bufo ha llevado a cabo de este don Gil de Tirso de Molina (Con calzas y a lo loco). No hay sorpresas en el texto, a excepción de escenas en las que, por largas, Caramanchel resume al espectador, o de otras en las que advertimos guiños a la actualidad al jugar con el nombre: Gil y pollas, Gil y Gil.

Sí hay sorpresas en el vestuario. Es indiscutible que tanto el director, Hugo Nieto, como la encargada de vestuario, Paola de Diego, han acertado haciendo uso de la sencillez y versatilidad en los trajes que sirven tanto para hombre como para mujer, según se pongan o no una especie de falda-delantal. Todos van vestidos de gris, a excepción primero de las calzas de don Gil, y después de las calzas, un sombrero y una capa verdes que se ponen al final los cuatro giles que comparecen al mismo tiempo en escena.

Sorpresas también en el mobiliario, sólo una caja de verduras para cada actor, que les sirve de asiento y que quitan y ponen del escenario a los lados del mismo, según conviene. Sorpresas, y muy gratas en el decorado: una pantalla en la que, para presentar la escena aparece una imagen del Madrid actual, de la calle correspondiente a la nombrada en la obra, y que desaparece en el momento en que continúa la representación; apenas unos segundos para poner en situación al público, y de paso, con algún comentario alusivo arrancar la carcajada. Y sorpresa, fantástica, la utilización del ritmo; los caballeros no llevan espadas sino bastones de madera que junto a timbales, crótalos, panderetas y palos, convierten la representación en una fiesta en la que los movimientos están ayudados por la percusión.


Una puesta en escena innovadora, fantástica, en la que por cuarto día consecutivo, Madrid me ha demostrado que los clásicos están vivos, son de plena actualidad y podrán adaptarse igualmente otros cuatrocientos años. Hugo Nieto es el encargado de dirigir a seis actores, dos de ellos hacen doble papel, aparte, claro, del triplete que ya Tirso, en su día, pensó para doña Juana-Elvira-Gil y que, en esta ocasión Sara Moraleda encarna a la perfección. Asimismo he quedado cautivada, creo que todos los espectadores, por la gracia, gestualidad y espontaneidad de María Besant en el papel de doña Inés, sin desmerecer por supuesto al resto de la compañía ¡Bravo!

jueves, 21 de septiembre de 2017

BERTA ISLA


Con esta novela me ha pasado algo curiosísimo, una vez empecé a leerla no podía parar. El estar estructurada en capítulos cortos, a pesar de su gran extensión, me ayudaba a, inconscientemente, atreverme con otro, aun a riesgo de no poder realizar otra tarea, o entrar tarde al trabajo. En realidad esto no es lo más extraño, lo extraordinario es que no sabía nada de ella, me la regalaron el mismo día que salió a la venta, sabe que no puedo resistirme al autor, y a pesar de tener una trama política, de espionaje, sobre lo que no estoy demasiado al tanto porque nunca me ha interesado, ha conseguido atraparme en sus páginas como pocas novelas lo han hecho. Berta Isla es un título peculiar pues la protagonista, que hace honor a su apellido, es totalmente paciente, apenas desempeña nada durante el argumento se “limita” a reflexionar sobre la situación a la que se ha visto sometida por las acciones de su marido; casada con Tomás Nevinson, con quien inició su vida siendo casi una niña: «habían cumplido los quince cuando acordaron salir»; y en cuanto ambos empiezan sus carreras en universidades distintas acepta una vida de espera, de incertidumbre y soledad. Sabe que su marido ha cambiado, ya lo notó antes de la boda; intuye al principio, advierte con el tiempo en qué anda metido pero no conoce nada con seguridad porque nadie le dice nada, o las confirmaciones son hechas a medias. Y sin embargo he sido capaz de ponerme en su piel y sentir su ira, su frustración, su humillación, su amor.

El protagonista es su marido, personaje complicado que, como alumno de la Universidad de Oxford se ve envuelto en un crimen que no ha cometido, pero aparece como principal sospechoso y del que lo redimen un profesor de la universidad y sus contactos con el MI5 a cambio de utilizar sus dotes imitativas y su don para las lenguas, en algunos casos en los que deba salvar la imagen de la Corona y su gobierno. Ahí empieza todo. Javier Marías consigue que empaticemos con Tom, que entendamos la desgracia a la que el ser humano puede estar sometido; debe elegir en situaciones extremas y, en esas circunstancias, demostrará que las convicciones no son tan firmes, que ante todo se intenta preservar la propia seguridad o la vida de que aquéllos a quienes queremos; que un ser bueno, inocente, puede convertirse en el más despiadado del universo; y, lo más triste, Marías nos recuerda que no somos indispensables, que en cualquier momento alguien mejor, más dispuesto, más joven, puede sustituirnos y dejarnos relegados en una niebla que terminará por hacernos desaparecer. Javier Marías diserta, con dureza y objetividad, sobre la inconsistencia del hombre, la levedad del ser.

El pensamiento de Berta es la clave pues desmonta con apabullante sencillez todo lo que el narrador omnisciente alega a favor de Tomás y del espionaje «A casi todos nos gusta creer que somos imprescindibles, que aportamos algo con nuestra existencia, que ésta no es inútil ni indiferente del todo. Yo misma, desde que he sido madre, me considero una especie de heroína […] A casi todos nos gusta creer eso, pero la mayoría sabemos que no es así. Todo eso […] funcionaría igual sin nosotros, porque somos intercambiables y sustituibles […] Si desaparecemos no se notará nuestra falta, el hueco será rellenado sin solución de continuidad.»

Sin embargo, y precisamente por ser omnisciente, el narrador es objetivo, o lo pretende al describir la lucha que Tom debe librar entre sus actos y sus sentimientos; en los diálogos que mantiene va dejando ver su crecimiento personal, desde la timidez más absoluta, incluso la alegría y despreocupación propias de la edad a la seguridad en sí mismo, en su valía, hasta llegar al punto de soberbia del que se sabe vencedor y en el que, irremediablemente algo o alguien, en algún momento, es capaz de destronarlo. Tomás llega a conocerse a la perfección aunque para conseguirlo haya debido darse cuenta de que en realidad sólo cree conocerse; porque todo, incluso el hombre, tiene un punto oculto que puede aparecer para ofrecernos otra visión de nosotros mismos: «uno se crece a medida que va cumpliendo misiones y encargos y no sale mal parado de ellos. Casi todo éxito trae soberbia, y uno desarrolla una sensación de invulnerabilidad, inconsciente […] Hasta que por fin algo falla y uno fracasa. O no fracasa, pero tiene que quitarse de en medio».

No sólo la introspección del ser humano, también la denuncia política puebla las páginas, no importa el país, como tampoco importa dar nombres y datos reales, para que no se olviden —esa memoria histórica tan necesaria y que nos quieren hacer desaparecer— «El 20 de enero (del 68) el alumno de derecho Enrique Ruano, al que tres días antes había detenido por arrojar octavillas la temida Brigada Político-Social, murió mientras estaba custodiado por ésta […] El Ministro Fraga y el periódico ABC se esforzaron por presentarlo como un suicidio». «El 19 de marzo de 1988 sucedió lo que se ha conocido como la matanza de los cabos o ‘the Corporals Killings’ […], durante el entierro en Belfast de tres miembros del IRA […] un paramilitar unionista, Michael Stone de nombre, había atacado el cortejo fúnebre […] por accidente, o porque desconocían las instrucciones últimas, dos cabos del ejército inglés […]irrumpieron en la zona […] La multitud creyó que se trataba de un nuevo ataque […] y los arrojó al suelo, donde fueron golpeados y pisoteados […] Un fotógrafo captó ese momento, y la foto se hizo tan famosa que la revista Life la escogió entre las mejores imágenes de los últimos cuarenta años…»

Todos somos capaces de convertirnos en lo que más detestamos si en un momento dado nos dejamos llevar por la ira, por el desconocimiento y la falta de libertad para actuar como individuos y no como masa, siempre peligrosa, siempre dominada por alguien capaz de confundir.

Y, como no podía ser de otra manera, no sólo encontramos denuncias políticas o pretéritas; el autor no pierde la oportunidad de razonar sobre la sociedad actual, egoísta «una humanidad sobreprotegida y haragana, surgida en un plazo brevísimo después de siglos de lo contrario: actividad, inquietud, intrepidez e impaciencia». El autor no pierde la oportunidad de quejarse con amargura de este país «que siempre desaprovecha lo útil que tiene, cuando no lo expulsa o lo persigue».

El estilo es inconfundible, precisas descripciones psicológicas cargadas de sinónimos que amplían el significado conceptual y puntuales adjetivos que, bien como epítetos o como especificativos consiguen formar en la mente del lector una imagen esencial que da vida a lo narrado «Estos eran los mejores periodos, los más tranquilos y satisfactorios y mansos […] Lograba dejarla en la impremeditada cotidianeidad […] como si fuéramos centinelas bisoños en esos turnos nocturnos de guardia que se llaman imaginarias, quién sabe por qué, quizá porque luego le parece que no hayan tenido lugar».

La descripción es útil a Marías pues no sólo describe acciones o pensamientos del protagonista sino que a veces aprovecha para divagar sobre otro asunto en el que, por supuesto, nos introducimos, y lo pensamos y meditamos al darnos cuenta de que hasta ese momento nos había pasado inadvertido, o sí, éramos conscientes de un hecho concreto aunque nunca nos habíamos parado a pensar el por qué de determinadas reacciones «basta con dejar de ver para ya no ver claro, o no ver nada; y con oír pasa lo mismo, y no digamos con el tacto ¿Cómo puede uno, entonces, recordar con precisión y en orden lo ocurrido hace mucho tiempo?» Preguntas constantes que nos hacemos desde que empezamos a leer Berta Isla y de las que anhelamos una respuesta, por lo que ya al principio se instala en nuestra consciencia el ansia de saber, de que incluso algunas dudas que se nos presentan —bien de la novela bien de nosotros mismos— se resuelvan, o al menos se diluyan, como esas guardias imaginarias, en la no realidad, en el mundo de los sueños, en el paso del tiempo. El carácter reflexivo, grave del autor consigue eliminar cualquier rastro de frivolidad a la vida, las ideas filosóficas —un tanto demoledoras— son constantes en la novela «El estado natural del mundo es la guerra. A menudo abierta, y cuando no latente, o indirecta, o meramente aplazada».

Como también lo son dos pasiones conocidas de Javier Marías, el cine «Tomás Nevinson […] recordaba al actor secundario Dan Duryea y se acercaba al actor principal Gérard Philipe…», «que con sus propias voces y su pronunciación se hacían Laurel y Hardy, el Gordo y el flaco, para la exhibición en el ámbito hispánico de sus ya viejas películas (al fin y al cabo Stan Laurel era inglés, no americano…)». Normalmente Tomás va a estar asociado desde un principio al séptimo arte con todo lo que implica, cambios de vestuario, de apariencia, de voz, de lugares… alguien propicio para el camuflaje y la ocultación, para ser y no ser al mismo tiempo.

Asimismo la literatura, la poesía de T.S. Eliot va marcando su vida, y es a lo largo de ella cuando logra entenderla, como el poema que aparece en Litstle Gidding, y que en un principio ve un galimatías «Ceniza en la manga de un viejo […] El polvo suspendido en el aire señala el lugar en el que terminó una historia […] Porque las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado y las palabras del año que viene esperan una voz distinta».

Por otro lado Shakespeare es una guía constante en la novela, no podía ser de otro modo; Berta estará relacionada al genio universal desde el principio «entre sus conocidos […] lograba hacerlos creer que lo peor que podría pasarles sería perderla a ella […] No es que en eso fuera una artera, una especie de Yago que dirige y manipula y engaña con el persistente susurro al oído, en modo alguno». Y es que es a Shakespeare, y más concretamente a su obra Enrique V, la que utiliza para hacerle ver a Tom que está actuando sin personalidad, limitándose a realizar lo que le mandan sin pensar «Esos soldados saben que sirven al Rey […] y están bien dispuestos […] como tú desde hace años a servir a tu querida Inglaterra, tan inesperadamente querida […] Y uno de ellos anuncia: “Arduas cuentas habrá de rendir el Rey si no es buena causa la de su guerra”…».

No cabe duda de que Berta Isla lleva el sello de su autor; el espíritu crítico en la concepción intocable de la monarquía, así como el sentido de la justicia se trasluce de las palabras de Wheler, un espía que, al servicio de la Corona, actúa sin escrúpulos porque sabe qué hay detrás de todo «La verdad no cuenta, porque se trata de que decida sobre ella, de que la establezca alguien que nunca sabe cuál es: me refiero a un juez».

La aceptación del destino como algo irremediable, de lo que no podemos escapar es la carta de presentación de Tomás Nevinson, así lo siente Berta porque así se muestra él «mira sus días con indiferencia, sabedor de que sorpresas grandes o gratas no le van a traer».

Intuimos en Berta —y creo que en Marías— la comprensión hacia determinados actos que nos vemos obligados a hacer aunque sea en nuestro detrimento «La alternativa es renunciar a él […] Desentenderme de sus andanzas […] de cómo le vaya en su porción de mundo elegido y secreto, que no es el mío ni lo puede ser; […] lo que será siempre arrugado y brumoso o ni siquiera: será pura oscuridad». Berta decide, ante la pervivencia o no de su marido, seguir viviendo en el recuerdo, en un presente que es pasado. Nada la ha hecho volver a la realidad de los demás. Su vida es una letanía de recuerdos tristes que el autor acrecienta con la anáfora «Cuántas penalidades habrás pasado […] Cuántas infamias [...] Cuántas noches en vela […] cuántas pesadillas […] Cuántas mujeres […] Cuántos secretos […] cuántas muertes habrás causado…».

La confusión entre lo real e irreal no pertenece a Tomás, ni es exclusivo de Berta, todos, en determinados momentos no sabemos a qué atenernos, qué es lo que nos rodea y si pertenece a lo material o al producto de nuestra imaginación; de nuevo los clásicos, de nuevo Shakespeare, de nuevo Marías: «Podemos vivir en un continuado error, creer que tenemos una vida comprensible y estable y asible y encontrarnos con que todo es inseguro, pantanoso, inmanejable, sin asentamiento en tierra firme; o todo una representación…».


Pocos autores consiguen lo que él, con un estilo impecable es capaz de unir la vida privada con la laboral como si de una sola se tratara. Que lo es. Es capaz de encajar los temas más sórdidos, la política, el espionaje, las acciones criminales ocultas según intereses, en una historia de amor. Es capaz de unir a Tomás y Berta en la voz narrativa de la mujer, cómo no sabe nada y lo sospecha todo, cómo se siente maltratada, humillada y perdona u olvida porque sabe que él también ha sido maltratado y humillado y ha podido perdonar u olvidar, que no es lo mismo, aunque tenga la misma consecuencia: el miedo.

domingo, 3 de septiembre de 2017

VERANO EN ROJO



Fantástica la primera novela de la comisaria Ruiz. Intrigante principio que se va bifurcando en otros personajes con historias de pasados envueltos en dolor y dureza. Enigmático arranque que se va haciendo cada vez más misterioso porque cambian los escenarios, y el lector, apasionado, los sigue impaciente tanto o más que los protagonistas, hasta llegar sin decaer un solo momento al apoteósico final digno de una escritora de altura, como es Berna González Harbour.

Empecé leyendo el tercer libro de la saga y me encantó. Alguien muy querido me recomendó el primero y creo que lo he terminado en tres días, tal era mi pasión por saber lo que ocurría, no sólo al final sino tras cada capítulo, porque cada apartado de Verano en rojo es un acontecimiento. ¿Cómo es posible? La autora no da respiro al lector. En otras novelas buscaba, normalmente y siempre que podía, el final de una sección para dejar la lectura; con ésta no ha sido posible, el término de un episodio va ya enlazado con otro anterior, posterior, del mismo personaje, de otro diferente, en el mismo escenario o con un cambio abrupto, pero nunca se pierde el hilo. Berna González es una maga de la escritura y consigue que nos situemos siempre. En ningún momento he debido volver atrás para recordar algo.

Pues eso es lo que me ha vuelto a maravillar de esta escritora, su forma de contar la historia, una historia inclemente que, con lenguaje también duro, se lee sin herir sensibilidades aunque no quede en el tintero nada por contar, crueldades de la vida que retratan una sociedad totalmente actual, una sociedad podrida en muchos aspectos; González Harbour se ha atrevido y ha tocado uno de los intocables «Sólo Dios tiene el poder y la gloria de juzgar al hombre», ha denunciado a la Iglesia y sus incursiones en la pederastia, y ha abierto los ojos de muchos de nosotros al avisarnos de que una víctima presente puede convertirse en un asesino futuro.

Verano en rojo es una novela negra pero al mismo tiempo una crónica policial puesto que el asunto que trata está, tristemente, de plena actualidad. La novela está basada en hechos ocurridos en el pasado, que a su vez se remontan a tiempos más remotos y hoy todavía forman un tema presente. La autora saca su lado periodístico para recopilar los datos más importantes que rodean a las dos muertes ocurridas al mismo tiempo en lugares diferentes, Madrid y Santander, dos muertes relacionadas con un pasaje bíblico, «Entonces, los espíritus impuros salieron del hombre y entraron en los cerdos [...] y todos los cerdos se ahogaron en el lago (San Marcos, 5)», con abusos a menores y, por supuesto, chantajes.

El periodismo, el buen periodista, está presente y perfectamente retratado en Javier Luna, reportero que se introduce en un caso para profundizar en la noticia, contrastarla y tirar de lo que haga falta para denunciar. En el evento que nos ocupa encontramos en este tipo de periodismo un paralelismo absoluto con la labor policial; de hecho a veces no se distingue bien quién es quién «—y ambos ahogados —María comprobó una vez más que Luna tenía información— ¿Tal vez se me escapa algo más, comisario Luna? —Sí. Que fueron al mismo campamento. —Esta vez fue un golpe bajo, directo al estómago». Agradecemos que de vez en cuando nos recuerden que quedan periodistas cuyo fin es el trabajo bien hecho, que permanecen en el anonimato cuando en realidad son verdaderos héroes, reporteros que van siendo aplastados en nuestra sociedad por aquéllos que se conforman con sacar las miserias de supuestos famosos, que supuestamente no deberían de interesar a nadie y, sin embargo, ahí están, porque la mayoría es lo que pide (o lo que han obligado a que pida), la entrevista hueca que cuenta hasta lo más sucio de cada uno para que los critiquemos y pidamos más, demostrando lo morboso que puede llegar a ser el hombre, que detalla en ocasiones mezquindades suficientes para poder entrar en la cárcel aunque estén en lo más alto. Es el periodismo amarillo que se ha forjado cómodamente un hueco en nuestras vidas.

Berna González echa mano asimismo de su vena literaria y nos muestra maravillosas descripciones de una precisión absoluta, por lo que las imágenes acuden a la mente sin esfuerzo «El cura de la familia. Aquel de los mechones lacios sobre la calva, que había señalado al cielo para confiar en el regreso de Alejandro, como otros antes confiaron en el cielo para frenar el socialismo [...] El Padre Saturnino se dejaba caer por ahí, sin invitación alguna, y su madre se volvía loca para improvisar alguna comida más suculenta [...] Cuando alguna vez algún hermano que jugaba en la calle le veía llegar se lanzaba a correr... ¡Que viene el Padre Saturninooooo!... ese sacerdote viejo, de nariz y barbilla curvas, sotana negra y bastón, pariente de otros parientes».

Verano en rojo es una historia cruda, vibrante, con todas las características de la novela negra que, puede ser por la intervención periodística o por bastantes expresiones líricas, se lee con facilidad. La complicada historia se convierte en un argumento sin complicaciones a pesar de que los narradores van cambiando, se traslada el tiempo de acción o varía el foco de atención; los personajes se van alternando junto a sus pensamientos, sus acciones y espacios «Pero eso era cuando aún sabía mantener el tipo [...] Cuando aún llegaba a tiempo de curar a los pacientes. Cuando un joven policía aún no había desenfundado un arma para hacer algo muy distinto a lo que ella esperaba de él: introducir el cañón en su propia boca...»... Pues todo ello facilita que sigamos los pasos de Javier Luna, de la comisaria María Ruiz, del comisario Carlos Fuentes, de Tomás, Esteban y Martín. Todos trabajando unidos, a veces aunque no lo sepan ni ellos mismos, para realizar las pesquisas necesarias y resolver los asesinatos de Alejandro Sánchez y Samuel Gómez en condiciones algo inquietantes que se van transformando en macabras según nos vamos adentrando, para ir uniendo, al mismo tiempo, a los personajes con sus historias y su desgraciado final. Porque no hay nada más espeluznante que los actos de aquellos que se valen de la religión —cualquiera— para someter a los más débiles a sus impulsos, exigencias, neuras, o a sus instintos asesinos, sádicos o lujuriosos. Es la cara tenebrosa de la religión que tanto tiempo lleva saliendo a la luz pero, normalmente, de pasada. La autora manifiesta en Verano en rojo, de forma directa, lo que encontramos bajo algunas sotanas; bajo el aspecto melifluo y beatífico aparecen las ansias de poder —esas que el Magistral Fermín de Pas ya aportaba en 1884 en La Regenta—, aparece el instinto lascivo y el criminal.

La narración, a pesar de todos los cambios, fluye con naturalidad, con palabras precisas, sin aspavientos ni tabúes, incluso a veces con cierto toque de humor y siempre retratando con gran sensibilidad a todos los personajes; no encontramos superhéroes, aparecen personas normales, policías que pueden saltarse a la torera alguna ley porque la angustia y el celo al bienestar de las víctimas, a la justicia, puede más que cualquier otra cosa. Son policías pero ante todo son personas, como demuestran algunos de sus actos y las personificaciones que la autora realiza de sus pertenencias «Esteban encendió el enésimo cigarrillo con el anterior y se pasó otra vez la ley por donde solía al arrojar por la ventana la colilla encendida [...] El coche avanzaba sorteando obras y camiones con las sirenas al máximo, ya afónicas tras horas de presión».

De esta forma podemos introducirnos en un tema durísimo, que probablemente no resistiríamos en la vida real pero que aquí, en la ficción siempre nos mantiene alerta, con ganas de saber más. Una denuncia firme a esa Iglesia que confunde delito y pecado pensando que sólo Dios podrá perdonarlo «Limpiar, lavar, curar, volver a Dios ... Ese era el camino».


Férrea acusación que se une a una llamada de atención para que la sociedad se dé cuenta de la violencia a la que están sometidos muchos ciudadanos, abusadores, maltratadores que han sido en su infancia víctimas  de maltrato y de pederastia «pero el odio descarnado a la humanidad, o a cierta parte de la humanidad, empezó a revivir en su interior como una planta carnívora en un bosque tropical».