De vez en cuando está bien leer, o
releer, algunos clásicos, y si son auriseculares no defraudan, y si es
Shakespeare, no sólo no desengañan sino que ilusionan.
Cada vez que me enfrento a una obra
del genial inglés me admiro de la frescura del lenguaje utilizado, y eso que lo
leo traducido; pero aun así apreciamos la soltura de los diálogos, la ironía,
el humor que es capaz de aparecer hasta en las más trágicas situaciones.
Apoyando esta afirmación encontramos la Escena V del Acto IV de Romeo y Julieta: Cuando ya está todo preparado para la boda de Julieta y
Paris, se perciben de que ella ha muerto
CAPULETO.- Todas las cosas que habíamos preparado para fiesta, cambian de su
función al negro funeral
Pero
los músicos reaccionan de manera inusitada, con juegos de palabras algo
inapropiados por la gravedad del momento
A fe, si todo se ha fundido,
enfundemos.
La
confusión se acrecienta con la llegada del criado, quien pretende que toquen Alivio del corazón para consolarlo; ante
la negativa de los músicos, el criado inicia un altercado algo inusual, que
empieza con la pretensión de usar las armas «Pues yo te meteré mi puñal de criado por tu cholla», y termina con
un debate poético «Entonces, ¡en guardia
contra mi ingenio! Os dejaré secos con mi ingenio acerado y guardaré el puñal
acerado».
Los
registros que utiliza Shakespeare en el teatro dramático son variados, aunque
no siempre se ajustan al personaje, es decir, nuestro autor barroco incumple la
norma de Lope de respetar el decoro en el lenguaje. En Romeo y Julieta destaca el vocabulario de Teobaldo, con claras
connotaciones negativas, aumentadas por presagios «Odio esa palabra, como odio el infierno y a vosotros los Montescos»
«Me retiraré: pero esta intrusión, que ahora parece dulce, se ha de volver
amarga hiel.»
El
de Capuleto, personaje distinguido socialmente, es extrañamente coloquial,
obtenido de la modalidad oral, con repeticiones, interjecciones, vocativos,
exclamaciones, frases sin terminar... En todo momento predomina la función
expresiva, con fuertes connotaciones a su categoría; está acostumbrado a mandar
y a que se cumpla su voluntad. Desentonan sus expresiones en su estatus social,
pues los variados insultos, amenazas o términos soeces e hirientes lo
vulgarizan «¡Que te ahorquen, joven
maula, miserable desobediente!». Es
curioso cómo habla con benevolencia de Romeo «Tranquilízate, amable sobrino, déjale en paz: se porta como un
caballero decente», mientras que es despiadado con su única hija «no me vengas con [...] orgullitos [...]
¡Quita, carroña clorótica! ¡Fuera, so maula, cara de sebo!».
Los
enamorados utilizan, por lo general, un registro culto caracterizado por un
fuerte lirismo que consigue estilizarlos, sin embargo entre ellos hay
diferencias pues Romeo gusta del lenguaje ampuloso, a veces incluso se dirige a
él mismo en tercera persona, y abusa de las expresiones típicas renacentistas
de tradición petrarquista, con repeticiones, interrogaciones retóricas,
exclamaciones hiperbólicas o metáforas de clara alusión religiosa —usual en la
época— «¡Ah, destierro! Ten misericordia,
di muerte [...] llamando destierro a l muerte, me cortas la cabeza con hacha de
oro, y sonríes al golpe que me asesina [...] el cielo está aquí, donde vive
Julieta [...] más nobleza reside en las moscas de la carroña que en Romeo [...]
¿y dices aún que el exilio no es muerte? [...] ¡Que ahorquen a la filosofía!
Mientras la filosofía no pueda hacer una Julieta [...] no hables más». En
sus devaneos, en su constante lamentar por su desgracia, exhibe una
personalidad débil; sólo muestra decisión cuando se entera de que ha muerto
Julieta, y la resolución que toma también viene revestida de debilidad puesto
que se ve incapaz de vivir sin ella y se quita la vida. Julieta es más
realista, más fuerte e inteligente, sabe lo que quiere desde el principio y no
cede absolutamente nada ante nadie. Tiene unas expectativas que se cumplirán. «¡Vieja condenada! ¡Demonio perverso! No sé
si es más pecado desear que sea yo perjura, o hablar mal de mi señor con la
misma lengua con la que lo había elogiado [...] Vete consejera; mi pecho y tú
desde ahora estarán separados. Iré a ver al fraile a saber cómo lo remedia: si falla
todo lo demás, yo misma tengo fuerza para morir».
Realmente
el manejo del lenguaje es espectacular, frente a tópicos epítetos «mi dulce amor» aparecen paradojas «¡Ah, que el engaño resida en tan lujoso
palacio», metáforas eróticas «paraíso
mortal de tan dulce carne», oxímoron «¡Demonio
angelical!», comparaciones «¡Cuervo
de plumas de paloma!», frases nominales que inciden en el concepto «todos son perjuros, todos renegados, todos
nada, todos fingidores», onomatopeyas «¡Chac!
hizo el palomar», hipocorísticos «¿Verdad
que sí, Juli?», uso del diminutivo afectivo «qué tontita», juegos de palabra humorísticos sobre el paso del
tiempo «¡Lunes! Bueno, el miércoles es
pronto: digamos el jueves», o expresiones románticas que igualan el día a
los sentimientos «esta noche está sujeta
a su tristeza», o los emparejan con personificaciones de manera
paralelística y paradójica «Entonces,
ventana, deja entrar el día y deja salir la vida».
El
tratamiento del tiempo es fundamental, juega constantemente con él, con conclusiones
absurdas que inciden en el tiempo interior «en
un minuto hay muchos días» «¿Qué tristeza alarga las horas de Romeo?» o en
el real «sé decir qué edad tiene, hora
más, hora menos.»
El paso
del tiempo circular está presente en todo momento, y siempre con un presagio
negativo «la inconstante luna, que cambia
de mes a mes en su esfera circular», que se intensifica con las constantes
alusiones a la noche «esta noche lo verás
en nuestra fiesta» «la cena ha
terminado y llegaremos tarde» «nunca he visto verdadera belleza hasta esta
noche». La premura es fundamental, el desasosiego de los amantes los
convierte en irreflexivos, circunstancia que tiñe de negros augurios a la
relación «los heraldos del amor deberían
ser los pensamientos, que se deslizan diez veces más deprisa que los rayos del
sol».
Las
menciones persistentes a la noche y a la muerte aún abren otro tema. Shakespeare
no sólo trata en Romeo y Julieta el amor como fatalidad, la rivalidad familiar
o el paso del tiempo; también el destino adverso marca la suerte de aquéllos
que se dejan llevar por pasiones desbordadas; pensemos en los celos de Othello,
en la ambición de Macbeth, en el amor
filial del Rey Lear o en la duda de Hamlet,
todos, como Romeo y Julieta, están
abocados a la muerte.Esta predestinación se potencia en esta obra con
expresiones de la Biblia que igualan
la situación dolorosa de la pasión de Jesucristo a la que vivirán las familias;
el propio Capuleto vaticina: «¡Vamos,
moveos, moveos, moveos! El segundo gallo ha cantado».
La
estructura de la obra participa de la tradición pues está dividida en 5 actos.
La aparición del Coro recuerda asimismo a la tragedia griega, aunque de forma
contraria ya que en la Grecia Clásica el coro llegó a estar formado por 50
bailarines y cantantes cuya función era ir poniendo en situación al espectador,
dado que lo normal es que sólo hubiese un actor. En Romeo y Julieta aparecen veintisiete personajes, más los
figurinistas ciudadanos de Verona, parientes, o pertenecientes al séquito del Príncipe,
y el coro es un solo personaje que, al principio de la obra la presenta de
forma general, y vuelve a aparecer al comienzo del Acto II por última vez,
anunciando un cambio: Romeo ya no está enamorado de Rosalinda sino de Julieta.
La importancia y la solidez de los nuevos sentimientos se refuerza mediante la
personificación de los mismos: «Deseo
yace en un lecho de muerte y un joven Cariño abre la boca...». A partir de
ahora, el amor será puro, (de tinte renacentista), sin cambios, por lo que no
tiene sentido que el Coro vuelva a aparecer.
Todo
este enfoque tradicional queda modernizado en la estructura interna, a través
de la cual la obra se divide en tres partes, que coinciden con las tres
apariciones del Príncipe: al principio, en la primera reyerta de Capuletos y
Montescos, para administrar la paz «Si
volvéis a agitar otra vez nuestras calles, vuestras vidas pagarán la ruptura de
la paz». La segunda aparición es providencial, pues evita la muerte física
de Romeo, aunque sentimentalmente éste muera de dolor «Pues por ese delito, inmediatamente le desterramos de aquí». Finalmente
actúa de juez ante el horror de las muertes de los amantes, culpando de todo al
resentimiento existente entre las familias, un odio capaz de igualar amor y
muerte «el cielo encuentra medios de
matar vuestras alegrías con el amor».
El
Príncipe es la voz de la autoridad, que adquiere tintes divinos al aparecer
entre los cinco encuentros de Romeo y Julieta: antes del primer encuentro, que
tiene lugar en la fiesta, para advertir; antes del tercer encuentro, con sede
en la celda del fraile, para castigar y tras el último encuentro, en la tumba,
para administrar la paz.Los encuentros segundo y cuarto de los amantes se dan
en el balcón, por lo que la estructura queda perfectamente ordenada, aportando
sentido y unidad a toda la obra.
La
técnica utilizada es igualmente novedosa puesto que al introducir elementos
cómicos en un ambiente trágico aumenta la tensión. Las escenas del balcón son
innovadoras, no sólo porque los espacios exteriores —también los del balcón—
aportan una dimensión pública a la historia privada, sino porque le sirven al
autor para agilizar el paso del tiempo y mostrarnos la fuerte personalidad de
Julieta (ella sola declara su amor por Romeo y no duda en tomar la iniciativa
para defender ese amor).
Así
pues estamos ante una obra totalmente actual, de ahí que su influencia sea
notable en todas las artes: óperas, cine, pintura, escultura... Y es que, el
amor imposible, el rencor o el miedo son universales.
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