Una
de las finalidades de la literatura es producir extrañamiento en el lector,
esto es, que alguien lee algo, no lo entiende bien o le choca por alguna razón,
le extraña y se detiene hasta que no descubre aquello que no ha entendido. Pues
esta función literaria la cumple, con creces, esta novela porque nada más cogerla
la vista se me fue al subtítulo: Manual
de literatura para caníbales I. Un momento, yo ya he leído Manual de literatura para caníbales ¿Por
qué este volumen no es el II?
Comprendí entonces que Señales de humo era el manual de
literatura anterior al siglo XVIII. Efectivamente, pero mientras el primer
libro estaba escrito más como ensayo, ahora el subgénero no está claro: tiene
características del ensayo y de la crítica, aunque por supuesto es una novela
porque goza de narrador con nombre, Martín. La clave que une a los dos
ejemplares está en el apellido, que no conocemos hasta el Epílogo; sólo
entonces cobrará sentido el Manual
literario para acoplarse al presente actual.
Este
narrador, aunque es siempre el mismo y cuenta el argumento desde le
psiquiátrico en el que está ingresado, se multiplica en diferentes narradores,
cada uno de naturaleza distinta y época distinta; así consigue contar la
historia de la literatura como narrador testigo desde la Edad Media hasta el
final del Barroco.
Este
narrador cambiante se dirige siempre a un mismo narratario, de hecho es
invocado en numerosas ocasiones como «gente
del porvenir». Creo que, como cualquier narratario, es un producto de
ficción situado en el mismo nivel diegético (incluso extradiegético) que el
narrador, de ahí la dificultad para encontrarlo. El narratario de la literatura
sí es la gente del porvenir, pero el de Señales
de humo no puede ser ese otro formado por “todos los demás” que cantara
César Vallejo. ¿O sí? Creo que Rafael Reig propone aquí una utopía
y es la de educar la imaginación, la de que todos aprendamos a leer, aunque yo
me pregunto ¿si los grandes de otros tiempos terminaron derrotados al darse
cuenta del panorama que los rodeaba, nosotros podremos cambiarlo? Es encomiable
la finalidad del autor al escribir el libro sin embargo yo soy pesimista ante
ese «avance de la ciencia literaria e por
ende la redención de la humanidad». Veo la literatura que triunfa (no toda
afortunadamente) y veo el sistema educativo... ¡Y me echo las manos a la
cabeza! Pero esta disertación corresponde a otro espacio.
Aquí
quiero reseñar que Señales de humo
está escrito con cariño, está escrito con humor y está escrito con una
precisión abrumadora, de forma tan culta a veces que debes acudir al
diccionario, escrito con la palabra adecuada, capaz de contener un hecho y a
unos personajes que, si no conoces, puede dificultar el continuo narrativo,
pues el narrador protagonista, Martín, se va corporeizando en diferentes seres,
incluso en un gato si tiene que estar con Lope de Vega para inspirarle su Gatomaquia.
Sin
embargo, aunque sea difícil en algún momento, hay que leerlo. La dificultad
reside (creo) en que el protagonista es un personaje de cualquier época.
Martín, personaje actual se va disociando en otros personajes imaginarios de
diferentes épocas, que conectan con el real para relacionar la literatura, para
demostrar, como hicieron los Belinchón de Manual
de literatura para caníbales, que existe una cadena trófica. Pero en el
optimista Reig también hay un punto de amargura, Martín llega tarde —de nuevo—
para ser parte de esa cadena puesto que nadie recordará su papel —o sus
papeles—. Señales de humo es una
reivindicación de la literatura popular, la que sale de la imaginación y del
sentimiento, ligera de normas que la encorseten y que a base de repetirse la
desvirtúan. La novela es un canto a la literatura del pueblo, esa que fue
creada de manera oral por el hombre, y que luego el mismo hombre desbancó para
dar cánones de la LITERATURA con mayúsculas, revestida si cabe de belleza, pero
desprovista de naturalidad.
Martín
es el encargado de unir literatura y realidad. Si Alonso Quijano se volvió loco
por leer muchísimos libros de caballerías, y se convirtió en don Quijote,
Martín, de tanto leer literatura en general, se vuelve loco para convertirse en
diferentes personajes. Don Quijote quería salvar al mundo de la injusticia y la
crueldad. Martín quiere salvarlo de la incultura, de la falta de imaginación.
Para ello observa la Historia a través de la Literatura; en su viaje por el
tiempo convive con diferentes estilos y personas para conseguir el triunfo de
la imaginación e interpretar la historia; nos invita a ser partícipes de lo que
nos rodea, pero esto es un problema (entra en la utopía de antes) porque si
empezamos a profundizar en nuestra imaginación terminaremos haciendo lo mismo
con la realidad, y eso no les interesa a los políticos y a los que gobiernan.
Señales de humo es una llamada de atención a todos
los futuros lectores, para que sepamos interpretar las señales y podamos
decidir con libertad qué queremos y qué nos conviene. Es un ataque a los que
impiden una vida digna a los autores que la Historia ha consagrado pero en su momento
sufrieron las consecuencias de políticos iletrados, de gobernantes faltos de
sensibilidad y de ciudadanos faltos de imaginación y, sin embargo, ellos se
fortalecieron en su literatura para burlarse de todos; puede que murieran casi
en la miseria pero no callaron en ningún momento «Elena [...] se había casado en 1576 con Cristóbal Calderón, casi
siempre ausente y consentidor, como era costumbre en aquellos tiempos, desde el
buen Lázaro de Tormes, hasta el punto en que declaró Quevedo llegado el momento
en que “ha de ararse España con maridos”».
El
narrador múltiple pide que nos reencarnemos de manera honorable al aprender a
leer, debemos encontrar a Cervantes en Cide Hamete Benengelli, a Lope en Tomé
de Burguillos para interpretar la frustración que sintieron al no ser valorados
Créeme,
Juana, y llámate Juanilla;
mira
que la mejor parte de España,
pudiendo
Casta, se llamó Castilla.
Tomé
de Burguillos queda aquí igualado a don Quijote, así Reig reconcilia a los dos
autores auriseculares para identificarlos con los poetas sociales de la
Generación de los 50, porque sólo teniendo en cuenta a estos grandes, podremos
tener conciencia de clase y empezar la transformación social «frente al derecho propugnado por los
poderosos de ser uno mismo, se alza el derecho y el deber de ser todos los
demás. La guerra no ha terminado».
Pues
señor Reig, vaya ahí también mi deseo.
Señales de humo es un verdadero Manual de Literatura
en el que, a lo largo de la ficción narrativa, encontramos numerosos guiños a diferentes
autores, a Garcilaso «Seres del porvenir,
pensad en mí, deteneos a contemplar mi estado»; a Berceo «vi un prado verde e bien sencido, lugar
cobdiciadero para omne cansado», a Petrarca a través de Quevedo o viceversa
«Mucho más que Quevedo, él (Petrarca) sí vivió en permanente conversación con los
difuntos».
Cuando
Martín se reencarna en el Arcipreste del Lazarillo, no duda en comparar su caso
al del Arcipreste de Hita y al de Humbert, el protagonista de Lolita «no habrá ningún consuelo para mi aflicción ni remisión par mis
pecados. ¡Ay, corazón, cómo te vas a morir!».
Encontramos
cierta admiración por los numerosos libros que sobre el Quijote, Sancho o
Cervantes ha escrito Andrés Trapiello; quizás por eso encuadra a nuestro
querido escritor, con gran dosis de humor y cariño, en un psiquiátrico «No había reparado en estas palabras cuando
leí la novelas, pero me las hizo notar un novelista (o eso dijo ser) al que
encontré en un pasillo de la Clínica Valdemar [...] Andrés Trapiello me dijo
que se llamaba, y me sonó a nombre inventado...».
Y un
claro homenaje a otro de los grandes, Juan Eslava Galán, pues si en un momento
determinado alude al Misterioso asesinato en casa de Cervantes,
«Las Cervantas eran todas litigantes,
ambiciosas y alquiladizas», algo después aparece claramente el argumento de
la novela.
Pero
las señas de admiración abarcan también a obras de la literatura popular, el Romance del conde Arnaldos queda
recordado «Yo no digo esta canción / sino
a quien conmigo va». La Celestina ocupa asimismo un lugar
importante ya que Martín se convierte en Alonso, que no es otro que el Pármeno
original «Rojas y yo echamos a andar
hacia las afueras [...] Dije mi nombre: Alonso. Esa era la persona a cuyos
nervios se habían adherido los míos [...] Abrió una vieja que había sido puta y
ahora era hechicera y alcahueta, y me llamaba hijo, porque había sido amiga de
la madre de Alonso». Y, por supuesto, El
lazarillo, cuyo éxito reside en su sencillez, en que es reflejo de lo real «aquí no hay ungüentos maravillosos ni
metamorfosis mágica. O sólo una: la de Lazarillo en Lázaro [...] el resultado
(inevitable) de una vida humana, como la de cualquier otro.»
Y si
no bastaba con estos ejemplos de unificación de estilos y épocas en una novela
para elogiarla, aparecen múltiples curiosidades, que aportan humor, ironía o
incluso sarcasmo, sobre diversos eventos de la historia. El heterogéneo Martín
es el encargado de desvelarlas porque ha sido testigo de ellas... ¿quién no
querría estar en su lugar? Pues de la Edad Media nos trae el significado del
refrán «son habas contadas», con gran
carga de brujería. Su teoría de la autoría femenina (que me gustaría creer) en
las jarchas o la cantiga de amigo. Nos enteramos por qué los esclavos romanos
bebían la orina de sus amos y del significado de algunos números y nombres. Me
encanta la etimología (popular) de algunas palabras como celulitis, cadáver y
mujer. Y por supuesto son admirables las diferentes teorías que se van
exponiendo durante el argumento como la irónica evolución del amor a partir del
amor cortés «La invención del amor
verdadero (es decir cortés) tuvo lugar hacia el siglo XI en [...] Provenza
[...] y se extendió de inmediato entre la nobleza europea como nueva práctica
deportiva, igual que en otros tiempos lo haría el golf o el pádel [...] Hasta
entonces el amor era algo que sucedía por fuera [...] en un locus amoenus [...]
Ahora va a ser algo que sucede dentro, en esa alma que acaba de ser
inventada...».
Genial
es la jocosa teoría de por qué se impuso el castellano en España «nos explicaba Lapesa la supremacía del
castellano como si hablara de uno de aquellos “ejecutivos agresivos” [...]
Mientras el leonés y aragonés se estancaban [...] el tajante castellano reducía
los grupos vocálicos y decía con firmeza castilla, silla, avispa y arista.
Inventivo y vigoroso produjo una ch para poder decir hecho, leche y mucho,
cuando los otros romances seguían pronunciando los titubeantes y poco varoniles
feito, leite y hasta el aportuguesado muito...».
Así
mismo reiremos con la explicación de por qué el Cid sigue luchando por Alfonso
una vez que se enriquece, y con la teoría de que Petrarca es el padre del
alpinismo «El 26 de abril de 1336,
Francesco Petrarca, de 33 años, decidió subir al Mont Ventoux, impulsado
únicamente por el deseo de mirar desde la cima de un lugar tan alto [...] hasta
entonces a nadie se le había ocurrido [...] A las montañas se subía para algo
útil: atacar desde arriba [...] recoger unas tablas de la ley [...] asistir a espectaculares
crucifixiones...».
Reig
propone que cambiemos nuestra forma de leer para reinventar la historia, para
reinventar la tradición, para «encontrar
otra respuesta a cómo contar una vida», igual que cada escritor necesita
imaginación para «leer la tradición y la
utiliza de manera diferente, la crea, como el autor del Lazarillo seleccionó
entre los materiales disponibles (Apuleyo, quizá Luciano, las cartas
mensajeras, las autobiografías, etc.) y así inventó su propia tradición.»
Pues
sí, ojalá todos aprendamos a leer, leamos mucho y dejemos volar la imaginación.
La realidad será más amable.
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