Procuro, últimamente,
no enterarme de demasiadas noticias. Las del corazón no me han atraído nunca;
siempre he pensado que es una pena que los estudiantes de periodismo dediquen
el mismo tiempo a preparar su carrera tanto si piensan trabajar después en noticias
del corazón o de otro tipo. Es cierto que en los llamados programas rosa la
mayoría de los que cobran no tienen estudios universitarios, pero sí he visto a
periodistas que ante una cogida gravísima de un torero, le preguntan a su mujer
“¿cómo estás?” Sin palabras. Por otro lado no entiendo la necesidad apremiante
que tienen los españoles de enterarse de las peleas de familias a las que no
conocen excepto por televisión.
En cuanto al resto de
noticias, se han reducido a casos de violencia hacia los más débiles: mujeres,
niños, inmigrantes o mendigos y a casos de corrupción que no hacen sino agravar
las crisis que padecemos. Yo no sé cómo se gobierna un país, veo soluciones
fáciles que, sin embargo, deber ser inviables cuando no se les han ocurrido a los
gobernantes. Si sé que esta situación, insostenible para muchos, me afecta
seria y directamente.
Todo este preámbulo es
para autojustificarme por no haber tomado con el entusiasmo debido Hasta aquí hemos llegado. La ansiedad que genero ante la crisis social afloró
con la lectura de las primeras páginas.
La novela comienza in
medias res, por eso me resultó dificultoso seguirla al principio. No se
presentan a los personajes ni la situación, ni se explican las causas por las
que se ha llegado hasta ahí. Será en el transcurso cuando el lector se entere
de quién es el protagonista, un policía, y distinga a su familia, con la que
mantiene verdadera amistad, de sus amigos, considerados por él como auténticos
familiares. Dicho protagonista, Kostas Jaritos, es asimismo el narrador que, en
primera persona y en presente inmediato, va contando los hechos. Este tiempo
verbal confiere una sensación apremiante en el lector, que sufre con el propio
Kostas el desasosiego provocado por la lentitud de la resolución.
La impresión de
ansiedad aumenta con el empleo de conectores de orden y adverbios temporales
con los que el propio narrador-protagonista se apremia en sus reflexiones. Para
la narración apresurada Petros Márkaris hace
acopio de una serie de recursos bastante efectivos como la escasez de
descripciones plagadas de adjetivos. En Hasta
aquí hemos llegado importa el hecho y la acción, de ahí que los sustantivos
y verbos adquieran protagonismo: «Interrumpo
la conversación y me dedico al registro […] Empiezo por los cajones[…] El
primero está lleno de fotocopias […] También las hay en el segundo cajón […] En
el tercer cajón hay planos […] Aquí termina mi registro».
Asimismo el narrador
utiliza sobre todo la frase corta, igualmente aparecen coordinadas en las que
los diálogos se introducen de forma directa, sin verba dicendi: «La inspiración me llega en el coche
patrulla. Debería haber pensado en ello antes, lo sé, pero después del problema
de Katerina mi cabeza está hecha un lío y pierde revoluciones.
Telefoneo
a Kula
—Kula,
imprime unas cuantas copias…»
Kostas no sólo cuenta
lo que ocurre sino que sus apreciaciones ante los hechos y las impresiones de
otros personajes ocupan un lugar importante por lo que la narración, aunque
pretende ser objetiva, tiene el punto de vista de un hombre bueno que se niega,
mediante el humor, a que la crisis le afecte más de lo necesario. Por eso es
capaz de encontrar una excusa para hacer de su vida algo más cómodo «…no tiene sentido gastar dinero para
circular con mi coche […] No obstante, ahora que al trayecto casa-trabajo-casa
se añade la visita al hospital, seguida de otra a casa de Katerina hasta que se
recupere del todo, moverme en transporte público me hará perder mucho tiempo».
Aunque hay que seguir
pensando siempre en el ahorro «…pido […]
que tengan listo un coche patrulla, pues tampoco hace falta ahora pasarse con
mi Seat».
Los chistes sobre los
coches dan para mucho, así Kostas Jaritos reflexiona, bastante coherentemente,
sobre las ventajas de esta penosa situación «La
crisis ha acabado con los atascos de tráfico en el centro de Atenas».
O sobre aquello que no
queda más remedio que aceptar, «Además,
me pagarán la gasolina, ya que lo utilizo por cuestiones de trabajo. Ahora
bien, ¿cuándo me la pagarán? Ésa es ya otra historia».
Y no hay que olvidar
que el modo de enfrentarse a las leyes no es igual en países del sur o del
norte; aunque parezcan tópicos, algunos inmigrantes alemanes afincados en
Grecia, como Uli, así lo corroboran: «Lo
segundo que quiero deciros es que ya soy un poco griego. Paso con los semáforos
en rojo, me meto por calles en contradirección, me da igual que me hagan cortes
de manga y, cuando tengo prisa, aparco en la acera».
El buen humor aparece
al trasladar el significante a otro significado correspondiente a una situación
distinta «Le explico que el suicida era
de origen griego, pero nacionalidad alemana […] está de acuerdo conmigo y debo
reconocer que los alemanes han contribuido a nuestra reconciliación».
Por último, Márkaris no
consiente que su protagonista abandone el buen humor, aunque sea para remarcar
su cansancio extremo «De lo que pasó
después, no recuerdo nada, como diría un asesino que ha cometido un crimen
pasional».
Las situaciones y
expresiones coloquiales son tan actuales que, a veces, debemos esforzarnos en
recordar que se trata de una novela:
«Subo
al despacho de Guikas con el rabo entre las piernas»
«mi
cabeza está hecha un lío y pierde revoluciones»
«Les
he dicho que se vengan también Maña y Uli»
«me
ponía de los nervios»
La crisis es el
escenario donde ocurre todo. Una de las consecuencias es la situación absurda y
dolorosa que los habitantes de cualquier país debemos soportar «…”No te he pagado los estudios para que se
aprovechen los extranjeros”, me dijo. En Singapur cobraría más y sería jefe del
Departamento Forense. Aquí cobro menos y soy ayudante de Stavrópulos. —Hace una
pausa antes de añadir— y gilipollas».
Aunque la más dolorosa
de dichas consecuencias se hace eco de la condición vergonzosa, humillante e
infrahumana de algunas personas: «…vengo
de un país donde no hablas. Te hacen lo que te hacen, no hablas. Venir aquí y
tampoco hablar. Me destrozaron la tienda, vendieron droga a mi sobrino y yo no
hablar. En mi país si hablas te pegan paliza. Aquí hablas, te pegan paliza. No
hablas, también paliza. Es mejor entonces hablar y recibir paliza».
En Hasta aquí hemos llegado hay dos sucesos que ocupan a la policía de
forma paralela puesto que ocurren casi al mismo tiempo. Ambos tienen un
problema colateral común: la inmigración. En el primer caso, la hija de Kostas,
Katerina, abogada, es apaleada brutalmente en plena calle, a la luz del día,
delante de los juzgados, por defender a unos africanos. El racismo planea sobre
el asunto, no se puede ayudar a los que son más oscuros de piel, que además no
tienen medios para vivir, entre otras razones porque no se puede consentir. De
esta situación xenófoba son cómplices tanto los griegos de a pie, incluso
parados indigentes, como los que velan para que se cumplan las leyes pues,
desde la incultura, culpan a los débiles del desastre por el que están pasando.
El segundo caso se abre
con el suicidio de Makridis, un griego nacionalizado alemán, y continúa con los
asesinatos de cuatro griegos que extorsionaban a los demás. Lo que proyecta este
acontecimiento es la venganza por la corrupción aceptada que envuelve a un país
en la miseria y que, por supuesto, afecta más a los más infortunados.
El protagonista utiliza
a veces el diccionario, recurso que acrecienta el realismo ya que al mismo
tiempo que razona sobre el significado de ciertas situaciones, ayuda al lector
a ir marcando conscientemente los tópicos del argumento: Violencia, Fascismo,
Quiebra, Sablazo, Burocracia, Obstrucción, Ineptitud.
La lectura desenfrenada
se va relajando al final del libro. Cuando aparecen las cartas de Makridis, nos
vamos enterando de lo ocurrido, atamos cabos: «Aquí el clima y la naturaleza te llevan al paraíso, mientras que las
condiciones de vida y supervivencia en medio de la crisis son un infierno. En
Alemania, por el contrario, el clima es un infierno pero las condiciones de
vida son paradisíacas»
Podemos, entonces,
empezar a entender los asesinatos de forma que en las últimas páginas, análogas
a Fuenteovejuna, llegamos a desear
que la solución sea también un calco de la obra teatral aurisecular. Con ello
podríamos asegurarnos la ficción novelesca. tan necesaria para la salud mental,
porque el resto de Hasta aquí hemos
llegado es la vida misma, que aunque se desarrolle en Grecia, podría
trasladarse a España.
El final es épico,
teatral y efectivo, una justicia poética para solucionar algunos problemas que
nos avergüenzan.
Con profunda tristeza
traslado a España la conclusión a la que llega Kostas Jaritos «…en Grecia no se premia a los mejores».
¡Bravo, Márkaris!
Dedicado a Alberto Sáez