Conocí
a Joël Dicker a través de mi amigo Jesús. Me
regaló La verdad sobre el caso de Harry Quebert, la novela negra por excelencia
receptora de diferentes premios; la trama, impresionante hasta el final, se va
multiplicando para que el lector vaya sorprendiéndose a lo largo de la lectura.
Ahora
Alfaguara ha publicado otra novela de este jovencísimo autor, que no es la
siguiente sino la primera que escribió y por la que recibió en 2010 el Premio
de los Escritores Ginebrinos, y de nuevo ha sido Jesús el que me la ha regalado
(no lo quiero sólo por eso). Teniendo en cuenta que Dicker es de 1985, podemos
afirmar que estamos ante un genio literario. De hecho, conmigo ha conseguido lo
que muy pocos autores han logrado, que leyera una novela sobre la guerra.
Desde
hace muchos años soy incapaz de leer algo de guerra, de ver un film bélico, o
incluso seguir detalladamente noticias reales que tengan que ver con las diferentes contiendas. No lo
puedo remediar, se me hace un nudo en el estómago, me pongo en el lugar de los
afectados y me embarga, al momento, una sensación de angustia que me impide
pensar en otra cosa que no sea la animalización del hombre. No dejo de
sobrecogerme ante la violencia, y cada vez más, me pasmo ante la maldad del ser
humano.
Por
eso prefiero leer otro tipo de novelas. Se podría pensar que la novela negra
puede ser más brutal que la bélica. Probablemente, pero el daño físico se pasa,
incluso la tortura es un momento, más o menos prolongado y con mejor o peor final,
pero se vence. Lo
que creo que no se puede superar es la tristeza que llena a todos aquellos que
han vivido una guerra. Y esa tristeza es lo que no puedo soportar.
Así
que empecé a leer Los últimos días de nuestros padres
convencida de que era novela negra (la mente juega malas pasadas, porque leí la
contraportada y pensé que sería un hecho aislado que sucedió durante la 2ª
Guerra Mundial). Cuando me quise dar cuenta no pude dejar de leerla, y he
sufrido con los protagonistas, me he entristecido con ellos y por todos los
supervivientes reales, pero he disfrutado con el autor. De nuevo, su estilo me
ha cautivado. En medio de la más absoluta miseria humana, Los últimos días de nuestros padres es un canto a la inteligencia,
al valor, a la disciplina y, sobre todo, a la amistad. La escritura fluye
(imagino que el traductor Juan Carlos Durán, tiene mucho que ver) en un estilo
dinámico, con pinceladas de humor,
Pablo
se quedó de piedra: Gordo se había enamorado de veras. […]
—¿Y
vas a verla?–preguntó, incrédulo.
—Sí.
Todas las noches. Salvo cuando tenemos que hacer saltos nocturnos. ¡Qué asco de
saltos nocturnos! Nos pasamos el día haciendo eso y, plas, por la noche
volvemos a las andadas. ¿Cómo me has visto marcharme?
—Gordo,
pesas más de cien kilos. ¿Cómo quieres que no te vea?
—Mierda, mierda. Tendré
que ir con más cuidado la próxima vez.
pinceladas
de fina ironía,
Con la vista vuelta
hacia el gran estanque, como si quisiera esparcir sus palabras hasta los
confines de la tierra, Claude recitaba plegarias a media voz. Murmuraba, para
no incomodar a los no creyentes.
pinceladas
poéticas,
Que
se abra ante mí el camino de mis lágrimas.
Porque
ahora soy el artesano de mi alma.
[…]
Yo,
[…] que no soy más que las cenizas del viento, el polvo del tiempo.
Tengo miedo
y
toques de un realismo atroz
Deberían tener cuidado
con todo, en especial con los detalles, porque no se necesitaba gran cosa para
despertar sospechas […] Un agente se había comprometido ya al pedir simplemente
un café solo; el café solo era el único que se servía en los cafés, porque la
leche estaba racionada.
La
estructura de la novela sigue la creación de un grupo de jóvenes que son
reclutados para formar una nueva sección de servicios secretos durante la 2ª
Guerra Mundial.
Así,
al comienzo, de manera lineal, el narrador relata el aprendizaje del grupo,
cómo por encima de los individualismos prevalece el conjunto. Una vez que los
personajes están preparados para actuar, la narración se desdobla en los
diferentes espacios a los que son destacados; a veces encontramos saltos
temporales que aclaran hechos al lector, al tiempo que son aclarados a los
protagonistas. Sin embargo, en ningún momento se pierde la noción del
argumento. El autor tiene el don de dar la vuelta a un suceso, trasladar un
personaje, cambiar el espacio sin que surja extrañamiento en el lector, las
imágenes se van continuando con total nitidez, las descripciones detalladas
ayudan a que vayan pasando por nuestra mente como si se tratara de una película
cinematográfica.
He
leído las dos novelas de este autor. No tienen nada que ver entre sí, ni en
época, ni en cuanto al número de lugares en los que se desarrollan, ni en el
subgénero; sin embargo hay algo que les confiere el sello Dicker, el profundo
amor que siente por sus personajes. Los protagonistas son tratados con respeto,
todos y cada uno de ellos, en esta novela no hay buenos ni malos, no hay un
bando de vencedores ni de vencidos porque en todos los personajes hay algo que
los dignifica aun a pesar de cometer actos reprobables, y es el hecho de que
son tratados como hombres, y para el autor, el hombre tiene un punto de
raciocinio que le permite ser bueno, un punto de bondad que le permite
empatizar con otro y un punto de empatía que le permite SER.
No
quiero desvelar nada de la trama, mucho menos del final, pero me encantaría
comentar esta novela más detalladamente con alguien que la haya leído, así que
si os animáis estaré encantada de retomarla.
¡A
ver si publican las otras cuatro novelas de Joël Dicker!
Desde luego la novela parece de las que atrapan. Y eso que a mí me ocurre algo muy similar con la ficción sobre la Segunda Guerra Mundial, aunque por motivos diferentes a los tuyos. Si me encuentro con un libro o película que trate esta temática, pienso que ya hay tanto escrito o filmado sobre ello que dudo mucho que me pueda sorprender. Se podría aplicar ésto a casi cualquier género, sin embrago, con la novela negra, no me pasa. Puede que aquí sí que coincidamos en que el horror de la novela negra nos resulte más alejado, menos conocido o incluso irreal, por lo que es más asumible y la mente no queda sometida a una carga emocional tan fuerte.
ResponderEliminarPor esto, creo que me animaré primero con la novela negra y, una vez que conozca la forma narrativa del autor, pensaré si adentrarme en la bélica.
De cualquier modo, gracias por seguir recomendando cultura. Me ha encantado el artículo.
Un saludo
Gracias a ti por seguir este blog. Si finalmente lees alguna de estas dos novelas me encantaría entablar un diálogo sobre ellas, creo que incluso podríamos trasladarnos a la realidad porque tal y como está el ambiente en estos momentos, hay sucesos terroristas y terroríficos que parecen sacados de una novela negra.
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo!
Estimada Dra. Villarino:
ResponderEliminarSoy otro de los lectores que han caído rendidos ante el estilo de Dicker (y el fino equilibrio entre fidelidad al original e idiomaticidad, por parte del traductor al castellano). Su valiosa crítica, que es también Literatura con mayúsculas, me anima a leer el nuevo-viejo libro del autor. A mí no me importa la temática si la novela es profunda y los personajes son verosímiles, casi tan imperfectos como los humanos reales. Lo cual deja fuera la mayoría de "best sellers".. Gracias por animarnos a la lectura. Un saludo y ¡vivan los Siglos de Oro!. Chucho M.
Es cierto que somos imperfectos, pero algunos tenemos más posibilidades que otros de sentirnos bien con nosotros mismos porque hemos encontrado lo mejor, la amistad a pesar de todo.
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo!
Hola Beatriz.
ResponderEliminarFiel a tus recomendaciones he leído “Los últimos días de nuestros padres”. Si tuviera que resumir la obra en una sola palabra, creo que ésta sería desolación. Es terrible la historia que narra Dicker, como seguro son terribles todas las historias acaecidas durante las guerras, pero hay que reconocer que la narración es adictiva y que la historia está perfectamente construida, al igual que ocurría en “La verdad sobre el caso de Harry Quebert”, todas las piezas van encajando a la perfección. Además encontramos retazos de belleza entre tanto dolor “…mentir para regalar un puñado de felicidad no era mentir de verdad”.
La sensación que queda al terminar la lectura vendría definida en una frase de la propia novela “No hay malos recuerdos, solo hay tristeza”.
Una vez más, muchas gracias por tus recomendaciones que nos ayudan a pensar ¡Hasta pronto!
Es cierto que tristeza y desolación son dos sentimientos que permanecen cuando lees la novela, incluso en los momentos en que parece que estamos ante heroicidades éstas se voltean para mostrar el lado más crudo de ese momento y dejar claro que no hay superhéroes en la guerra, que todos los que están ahí, sometidos a las condiciones más absurdas, por extremas, están demostrando que el ser humano es frágil pues al adaptarse a casi cualquier situación puede cambiar su punto de vista también con relativa facilidad. Creo que los protagonistas de la novela, como de la vida, son simplemente héroes, porque sacan adelante contiendas sin sentido que otros, no tan humanos, consideran fundamentales para su ego, aunque esto suponga un paso atrás en la evolución del ser humano. ¡Pero ahí estamos!
Eliminar¡Gracias por leer!