domingo, 22 de abril de 2018

miércoles, 4 de abril de 2018

LAS ARTES Y EL ARTESANO



Hablar de Oscar Wilde es hablar de El retrato de Dorian Gray, novela de gran éxito en la última década de la literatura decimonónica en la que, probablemente basada en el Fausto de Goethe, destaca la obsesión del hombre por la belleza, por la juventud, por la armonía y por vivir bien, en plena libertad, pero también hay una auténtica reflexión del peligro que entraña todo esto.

Ésta fue la única novela del escritor, grandiosa, perfecta, llevada incluso al cine pero, sin duda, Wilde destacó como dramaturgo; en La importancia de llamarse Ernesto hizo reír a toda Inglaterra, con los equívocos (empezando porque Earnest significa también “serio” en inglés) y los sutiles diálogos de un agudo retrato de la sociedad inglesa.

Asimismo nuestro irlandés ejerció como cuentista de una sensibilidad exquisita, sensibilidad que no le impidió (o quizá precisamente por eso) criticar a toda una sociedad acaudalada que dominaba la época; al leer El príncipe feliz tenemos la impresión de estar ante un presagio de lo que le ocurriría al autor pues él, de familia culta y acomodada de Dublín, terminó en la miseria por diferentes causas, aunque el escándalo de su bisexualidad fue algo que no le perdonó la sociedad y por lo que se le encarceló durante dos años, destinado a trabajos forzados y, lo peor, separado de su mujer quien cambió a sus hijos el apellido para que no los relacionaran con él; sin embargo hasta el final de sus días, como El príncipe feliz, les estuvo pasando dinero para su manutención. Pocas mujeres recibirán de su marido poemas en los que el sentimiento de hacerles el bien esté tan reflejado como el que escribió A mi mujer, del que podemos destacar

Pues si de estos pétalos caídos
uno te pareciera bello,
irá el amor por el aire
hasta detenerse en tu cabello.

Y cuando el viento y el invierno endurezcan
toda la tierra sin amor
dirá un susurro algo del jardín
y tú lo entenderás

Poeta, novelista, dramaturgo, periodista y, ensayista; de esta última faceta es de la que me gustaría comentar un librito sobre las artes. Libro compuesto de breves ensayos sobre arte que aún hoy continúan en plena vigencia, porque el arte es algo ligado a la vida, y nadie mejor que Oscar Wilde para hablar de ella, pues a pesar de morir a los 46 años, incomprendido por muchos, admirado por otros tantos, adquirió de todos una total “experiencia”, «nombre que damos a nuestras equivocaciones».

El libro Las artes y el artesano es un tratado sobre el buen gusto, algo presente, o que debería estarlo, en todo lo que nos rodea, pues «Todas las cosas son bellas o feas, y la utilidad siempre se encontrará en el lado de las cosas bellas».

Esta filosofía de la existencia me parece increíble, fantástica, pues según ella, cualquier profesión, cualquier oficio puede estar dotado de belleza y nosotros, los hombres, estamos obligados a crearla ¿cómo? «Génova fue construida por sus negociantes, Florencia por sus banqueros y Venecia, la más preciosa de todas, por sus nobles y honestos mercaderes».

Estamos obligados a crear belleza porque «No queremos que el rico posea cosas más bellas sino que el pobre cree cosas más bellas» para dejar de serlo; esto es cierto, cuando alguien hace su trabajo con pasión, ya sea descargar cajas en el muelle, reponer en un supermercado, atender al público, administrar un medicamento o inventarlo, intentar formar personas morales o conseguirlo… Cuando alguien trabaja con afecto hacia lo que realiza consigue en quienes lo vemos lo mismo que un pintor al exponer su obra, un músico al tocar ante su público, un escritor al permitirnos leer su obra, o un cineasta al entretenernos. Consigue despertar en nosotros un sentimiento de admiración pues vemos en sus movimientos la elegancia que conlleva cualquier acción ejecutada con entusiasmo y nobleza. Hay unidad en todas las artes porque todas constituyen «distintas expresiones del pensamiento y emociones humanas ante las cosas bellas, trasmitidas a través de modos visibles o audibles».

En realidad para Wilde sólo hace falta una cualidad: tener naturaleza receptiva para reconocer un estilo y una verdad cuando nos son mostrados. Desde este punto de vista la unidad de las artes reside en el hecho de que «todas portan el mismo mensaje y hablan el mismo lenguaje con diferentes lenguas».

No debemos contentarnos con reproducir a la naturaleza, el arte no es una repetición sino una “re-creación”. Tampoco deberíamos contentarnos con distinguir entre lo útil y lo bello puesto que, siempre que se conecte al sentimiento, veremos belleza en lo útil; la belleza «tiene un valor ético y un efecto espiritual “Haciendo buenos trabajos elevamos la vida a un plano superior”». De esto se trata, de no conformarnos con un mundo mediocre poblado de gente mediocre que realiza trabajos mediocres. Hay que poner el alma en lo que hacemos para poder expresar nuestro júbilo, nuestro temperamento, nuestra personalidad, nuestra propia belleza, porque los demás, al igual que nosotros, no ven sólo con los ojos, «El sentimiento y el pensamiento son parte de la mirada». Para estar rodeados de belleza hemos de huir de labores monótonas y mecánicas realizadas en entornos aburridos y estos aparecen «cuando las ciudades y la naturaleza se sacrifican a la codicia comercial, cuando lo ordinario es el dios de la vida».

Todos, hasta los acróbatas o los gimnastas necesitan de un «cálculo matemático de curvas y distancias […] del conocimiento científico del equilibrio de fuerzas y de un perfecto entrenamiento físico» para ofrecer un bello espectáculo.

El autor se adelantó a su tiempo en todo, incluso en la moda, abominaba del corsé, del verdugado, el miriñaque, el alza bustos, porque no sólo coartaba la libertad de movimientos y salubridad en la mujer sino que, por eso mismo, eliminaba la gracia en el andar; deberíamos una vez más, aprender de los griegos y «colgar todas las prendas de los hombros y confiar la belleza al efecto […] del exquisito juego de luces y líneas que se consiguen gracias a la ondulación de los pliegues». Óscar Wilde en ningún momento quiere retroceder en el tiempo sino aunar la gracia clásica con la realidad de cada momento. Si lo pensamos bien no iba desencaminado viendo cómo ha evolucionado la moda… En fin, todo, «Las artes [como las ciencias] están hechas para la vida y no la vida para las artes».

Al leer Las artes y el artesano llegamos a la conclusión de que la belleza está en cualquier disciplina pues la esencia del arte está en la aceptación de los hechos de la vida.