Las
reseñas del El fulgor efímero se leen con gusto. De hecho crean adicción.
No digo que podamos leer el libro de un tirón, más que nada por el acopio
informativo de directores, actores, fechas y productores que hay en sus
páginas. Son cincuenta y una películas repartidas en cincuenta y un capítulos,
establecidos por orden cronológico, desde 1896 hasta 1977. Además hay tres
apéndices, uno como homenaje a Ray Harryhansen, fallecido en 2013, otro a Fritz
Lang en el que comenta «las diez mejores
películas de Fritz Lang» y en el tercero considera «Las diez mejores películas de Jacques Tourneur».
Los
51 capítulos están llenos de curiosidades; ya el primero me atrajo por lo que
tenía de novedoso para mí: la primera mujer que se dedicó a dirigir películas
fue probablemente uno de los precedentes en el cine; Alice Guy nació en 1873 y
a los 24 años, no destinó su vida sólo a las tareas del hogar como la mayoría
de mujeres de su época sino que, secretaria de Gaumont, le propuso contar una
historia con imágenes. José Luis Forte
afirma que de esta manera tan sencilla nació el cine narrativo, algo parecido
creo que le puede suceder a su libro, pues El
fulgor efímero participa de una estructura elemental como hemos observado:
un capítulo, una película, y sin embargo engancha a cualquier lector aficionado
al cine; no hace falta ser un entendido en el séptimo arte para leerlo pues
dentro de su sencillez está repleto de anécdotas y curiosidades, además de
datos técnicos, que supondrán un éxito a su autor, no en vano viene avalado por El antepenúltimo mohicano, una de las mejores revistas de cine en la
actualidad.
Otro
capítulo atrayente es el dedicado al Vanguardismo Cañí, donde pese al ínfimo
nivel de producción del cine español se destaca El sexto sentido, dirigida por Nemesio Sobrevila en 1929, y que
aunque no llegó a estrenarse en los cines de la época, hoy podemos visualizar,
gracias a la restauración de la Filmoteca Española, a un inaudito Ricardo
Baroja interpretando al excéntrico filósofo Kamus que cree haber descubierto
una forma de conocer la verdad de todas las cosas.
Especialmente
interesante resulta la unión que Forte ofrece de dos tipos de arte tan
distintos: la literatura y el cine. Es cierto que hay estudios sobre la
relación entre dichas disciplinas pero la pasión con la que Forte recomienda
algunas novelas es encomiable. Por mi parte he apuntado algunos títulos y estoy
segura de que no me defraudarán.
El desencantado, de Budd Schulberg, escrita en 1950,
me ha cautivado ya que está aconsejada para amantes de la literatura y el cine.
Asimismo intentaré visionar El tren de
las 3:10, dirigida por Delmer Daves en 1957 y protagonizada por Glen Ford,
probablemente uno de los mejores actores de western que han existido. Me ha
llamado la atención que José Luis Forte se fije precisamente en la distinción
de Ford; estoy totalmente de acuerdo en que hay actores que podían protagonizar
los papeles más abyectos sin perder la compostura ni el donaire. Cautivaron a
la cámara en su momento y cautivan al público de cualquier época «Tras un poco de galanteo entre Wade y la
camarera, donde comprobamos que aquel es además todo un galán, los vemos salir
de una habitación: ella trae cara de satisfacción y Wade se recoloca su
chaqueta. De esta forma tan elegante se contaba en el cine clásico lo que aquí
hemos dicho de manera tan chusca».
El
fervor con el que Forte describe las películas viene reforzado por las
introducciones que hace de ellas, unas veces aludiendo a la novela o relato en
los que están basadas, otras, teniendo en cuenta tesis anteriores sobre el tema
principal de la película, otras, comentando la predisposición social a ese tipo
de película en cuestión con diferentes trabajos del director y otras con una
mezcla de todos los casos anteriores, como ocurre con Me casé con un monstruo del espacio exterior, dirigida por Gene
Fowler Jr. en 1958. Por supuesto, una vez que nuestro autor ha introducido al
director, la sociedad, la película y el tratamiento del tema, cuenta el
argumento mientras destaca cierto defecto de la cinta disculpado por alguna
técnica cinematográfica impecable, la profundidad de campo, las elipsis, el
ritmo... e incluso escenas cándidas e ingenuas que atraen desde el punto de
vista actual.
Pero
con lo que consigue que los lectores quedemos persuadidos a leer el libro y a
ver las películas es, sin duda, el ímpetu con el que podríamos definir su
estilo; la pasión que Forte tiene por el cine se traslada a una narración
entusiasta plena de imágenes sugerentes que, salpicada por onomatopeyas
impactantes con las que define el final de alguna secuencia «¡zas!» y cargada de humor, sirve para
analizar y comparar dos etapas de la historia cinematográfica «Si se desataba un ciclón o se desbordaba un
río, allá que se lanzaban los equipos técnicos con unos cuantos extras a rodar
teniendo en cuenta que iban a poder contar con efectos especiales gratis»
El
vocabulario coloquial, recuerdo del utilizado en el cómic o en el de aquellas
películas de la época dorada, confieren, si cabe, con sus hipérboles una mayor
fogosidad a lo narrado «cabriolas» «gamberrísima
genialidad» «ni hemos mentado» «los tejemanejes» «tremebundo» «tempranísimo»...
En
los análisis late cierta reverencia a las primeras cintas, de hecho no duda en
descalificar versiones posteriores «Su
Frankestein de 1910 [...] No más de trece minutos de duración que dejan en
evidencia otras adaptaciones posteriores, la papanatada de Kenneth Branagh sin
ir más lejos».
Un
rigor absoluto domina los comentarios técnicos que diferencian el texto
narrativo, origen de la película, del fílmico; asimismo no escatima en la
exposición de curiosas técnicas rudimentarias con las que realizaban en el
pasado los efectos especiales. El resultado es un conjunto de interesantes
reseñas enriquecido si cabe por una fotografía espectacular, en blanco y negro,
de una calidad absoluta, que consigue despertar cierta querencia por el cine, «excelentes efectos especiales [...] valiéndose
del truco de quemar un maniquí y reproducir la secuencia al revés logrando un
efecto desasosegante...».
Las
críticas se dividen de forma natural en dos grandes apartados: cine mudo y
sonoro. Obviamente no son iguales por lo que José L. Forte incide en las
peculiaridades de ambos. Es consciente de las condiciones socioculturales de
cada película, así como de que las reglas de montaje y los códigos de
significado varían según el momento y el lugar. Por supuesto en los dos casos
alude a posibles imágenes indicio que cobrarán verdadero sentido en la
elaboración posterior del significante, es lo que ocurre, por ejemplo, en Atrapa a un ladrón, dirigida por el
genial Alfred Hitchcock, en 1955 y protagonizada por el imparable Cary Grant «Corte a un gato negro (broma visual a costa
del ladrón que después sabremos que es el principal sospechoso) caminando sigiloso
[...] Así Hitchcock marca a la perfección el tono socarrón y divertido de toda
la película que se desarrollará a continuación».
Y
es, como no podía ser de otra manera, lo que ha sucedido desde los comienzos
del cine, pues en 1917, Allan Dawn dirigió El
moderno mosquetero en la que el actor «el
incombustible Douglas Fairbanks» abre el film cabalgando hasta detenerse en
la puerta de un mesón, «De pronto
descubre la cámara [...] pone cara de “bueno, ya veis, de esto es de lo que voy
ahora”, se echa la capa al hombro y guiña descaradamente al público señalando
el interior del mesón [...] todo indica que (la acción) va a ser trepidante. Y
creedme que lo es.»
El
autor de El fulgor efímero no sólo
comenta estas imágenes indicio, sino que tiene en cuenta que, a veces van
cargadas de un tratamiento psicológico–proyectivo que hace que podamos relacionar
obras y personajes de principios de siglo con la actualidad. Es lo que ocurre
con Sherlock Holmes. El misterio de los
peces saltadores se centra en «la
fama de detective científico del gran Sherlock, en su capacidad increíble para
disfrazarse y, cómo no, en su afición a las drogas. Arthur Conan Doyle, en la
segunda novela protagonizada por Sherlock Holmes, El signo de los cuatro,
muestra a su héroe justo en el primer párrafo inyectándose con un jeringuilla
una disolución de cocaína». Es cierto que en la época de Doyle algunos
escritores tenían fama de drogadictos, incluso visitaban fumaderos de opio
instalados “cómodamente” en la sociedad, pero ha de pasar más de un siglo para
que volvamos a ver en pantalla la parte “menos amable” y divertida del
detective. No sé qué opinará Forte pero probablemente sea la serie inglesa
Sherlock de 2010, protagonizada por Benedict Cumberbatch la que se ajuste más a
la concepción salvaje del personaje de Conan Doyle, por supuesto cien años
después de que Christy Cabanne y John Emerson dirigieran el mediometraje antes
aludido para parodiar, a través de su personaje Coke Ennyday, la figura de
Sherlock Holmes «Es brutal cómo el bueno
de Coke se inyecta una dosis a casi cada plano, y cuando no está con la
jeringuilla está esnifando cocaína o comiéndose un bote entero de opio».
Imágenes indicio en las que podemos valorar el enfoque interior del personaje
que prepara para un cine posterior.
En
el cine mudo destaca la banda–imagen, aludiendo no sólo a los fotogramas sino
también a expresiones escritas que aparecen en pantalla y que van facilitando
la comprensión de la película a los espectadores aunque a veces en detrimento
de la propia cinta. «El episodio dará fin
con la habitual fuga imposible de Fantomas de entre las garras de Juve y
Fandor, lamentablemente contada con un intertítulo pues la secuencia está
perdida.»
Asimismo
Forte hace hincapié, en esta primera etapa del cine sobre todo, en los gestos
de los actores que consiguen hacer que triunfe o no la película, pues serán
estas expresiones las que hablen a un público ávido de entretenimiento novedoso,
«...por la increíble actuación de Colleen
Moore, llena de vida, vibrante, emocionante en cada gesto [...] Creed que la
película es ella, es Collen Moore vibrando a través del tiempo con una
intensidad incombustible». Está claro que es nuestro autor el que se
apasiona con estas películas; su amor por el cine como obra de arte es evidente
y nos lo transmite «...esto es cine
comercial de los años 20. Y viéndolo hoy, uno sueña con que el cine comercial
de nuestros tiempos fuera tan solo una décima parte de bueno.»
Y,
por supuesto, no sería un buen análisis de la banda–imagen si no mencionara
experimentos mediante los cuales los montajes cinematográficos eran capaces de
manejar al espectador al hacerle creer que un personaje era más importante que
otro o que una escena era fundamental pues hacía fijar la atención en un
detalle particular. En un cine en el que la palabra no tenía cabida, la
utilización del montaje como arma narrativa fue clave en los avances de algo
que casi en la década de los 30 aún «no
era considerado por todos un arte, por lo que no se pensaba ni en su
preservación ni en su conservación».
La
primera película que comenta del cine sonoro llama la atención porque lo que
destaca de ella, de la banda–sonido, es «Durante
cincuenta minutos asistiremos a una comedia de desarrollo plomizo, chiste de humor grueso, situaciones graciosas
que solo dan vergüenza ajena por lo forzadas y torpes que resultan...» Sin
embargo, José Luis Forte ha indagado en todas las películas hasta llegar al
porqué son consideradas joyas fílmicas, por eso, si no merecen la pena los
diálogos de Madame Satán (dirigida
por Cecil B. DeMille en 1930), sí es conveniente asistir al magnífico ejercicio
vanguardista que llevan a cabo «los
planos del zepelín amarrado a una alta torre metálica recortándose contra la
ciudad y un cielo tenebroso».
Así
pues, desde el capítulo 13 tenemos el placer de encontrar cintas “habladas”,
directores inéditos de cine, ocultos o desconocidos de cualquier nacionalidad y
profundizar en aquellos más célebres o prestigiosos para conocer hechos
ignorados de sus vidas o desentrañar algunas de sus obras más famosas.
La
colección de películas que componen El
fulgor efímero no se puede considerar sólo como una filmografía pues aunque
son interesantísimos los datos técnicos, las fechas de cada película y las
proyecciones sociales de éstas, es importante tener en cuenta su contenido
cinéfilo, repleto de reseñas cinematográficas y comentarios sobre elementos
formales y de contenido.
No
sé si la finalidad de José Luis Forte al escribir este libro era captar
espectadores pero sus comentarios apasionados, el tener en cuenta la relación
entre los diferentes planos fílmicos, el hacer coincidir dichos planos con una
música evocadora y señalar el nivel de fidelidad a una narración anterior,
consiguen que los lectores seamos capaces de entender la motivación que llevó a
los directores a mostrar algo desde un ángulo determinado, seamos capaces de
amar un poco más el cine.