domingo, 4 de noviembre de 2018

EL PATO SALVAJE



Hay que leer, o escuchar y visualizar atentamente El pato salvaje para darse cuenta de que es una obra de madurez de Ibsen. No cabe duda de que Casa de Muñecas obtuvo un merecido éxito por el giro que da al comportamiento femenino en su hogar. Pero El pato salvaje es algo más filosófica que la anterior; participa de las características de aquella y, además, contiene grandes dosis de existencialismo.

El argumento podríamos resumirlo de forma breve, Ekdal, un teniente retirado, se asocia con el empresario Werle para llevar a cabo un proyecto en el que deberán talar árboles de un bosque. Werle pone al mando a Ekdal, de forma que éste queda como único responsable de la extorsión y va a la cárcel. Al salir de ella, degradado también de su cargo militar Werle lo ayuda sin que quede constancia; hace que su hijo estudie fotografía y se dedique a ello y le ofrece una chica para fundar una familia. Así Hialmar Ekdal y Gina forman un hogar en el que viven con su hija Eduvigis, el padre Ekdal y un desván (lo incluyo como parte de la familia porque creo que es de lo más importante) en el que el viejo tiene gallinas, conejos, arbolitos de Navidad, una bañera y un pato salvaje que recuperaron tras ser herido en un ala y engancharse en las algas del fondo del lago.

Como podemos ver el hogar es una farsa, nada es lo que parece, Ekdal padre vive prácticamente encerrado en su “bosque” artificial donde se dedica a cazar “osos” (conejos) y a cuidar al pato salvaje, animal que le regala a su nieta Eduvigis.

Por su parte, Werle piensa casarse de nuevo y llama a su hijo Gregorio, a quien no ha visto desde que murió su madre, pues él se fue de casa. Gregorio invita a su amigo Hialmar a la fiesta y ahí empieza a darse cuenta de la mentira que rodea a todos y de que el mayor culpable es su propio padre, por lo que decide abandonar no sólo su casa sino el trabajo en la fábrica de su progenitor, para instalarse en casa de Hialmar.

No he querido desvelar nada pero sí quiero analizar algunas coincidencias con Casa de Muñecas. Para empezar, encontramos en el título lo que define al protagonista de cada obra, pues si Nora se sentía atrapada sin poder actuar de forma libre en su propio hogar, como si de una muñeca se tratase, Ekdal es el propio pato salvaje que tiene recluido en su desván. Algo intuimos al comienzo de la obra cuando Werle describe a su hijo la situación del que antes era su amigo «Cuando se decretó la libertad de Ekdal, era él un hombre al agua. Hay personas que, después de hundirse, no vuelven a la superficie jamás a causa de la perdigonada que llevan consigo». Expresión muy parecida a la que el propio Ekdal contará después al hijo de Werle sobre el porqué tienen al pato: «Siempre hacen lo mismo los patos salvajes; se sumergen hasta el fondo, aferrándose con el pico a las algas y a las excrecencias del fango y ya no salen más a la superficie». En ambos casos, Ekdal y el pato, fueron rescatados gracias a Werle, pues tal y como afirma, «He proporcionado a Ekdal trabajos de copia en la oficina, y se las pago a precio mucho más alto que el estipulado» y en cuanto al pato «Volvió porque su padre de usted tenía un perro muy listo, que se sumergió detrás del pato y le sacó a flote».

Así pues, ambos, Ekdal y el pato, dos seres poderosos, libres, se ven de pronto, y por una desdichada circunstancia, privados de libertad para siempre. Cuando Ekdal se encuentra solo vuelve a retomar sus años de gloria «Cada vez que celebramos una fiesta íntima […] se presenta el pobre viejo con su uniforme de teniente, que le recuerda los años dichosos. Y no bien llaman a la puerta, se le muda el semblante y huye a toda prisa a su habitación para que nadie lo vea». El pato, por su parte, en el desván «Está muy contento, sí. ¡Hasta ha engordado! y todavía no lleva aquí tiempo suficiente para olvidar su condición salvaje».

Otra semejanza entre las obras es la condición fuerte de las mujeres. En esta obra son tres, Gina, consciente de vivir una mentira y sin embargo le hace frente e intenta ser feliz. Ella es la que se encarga de Hialmar, de su padre y de su hija; lleva sobre sus hombros el peso de la casa, de la vida de todos aunque sepa que es pura fachada y advierta a su marido de que sus fantasías y las de Ekdal no traerán nada bueno

GINA.-   ¡Otra vez los disparos!
              […]
              El abuelo y tú acabaréis causando una desgracia con vuestra pintola
HIALMAR.- Estoy harto de enseñarte que el nombre del arma es pistola
GINA.-   Es igual

Gina no ha recibido estudios y sin embargo ayuda a su marido con la fotografía «Sí, despreocúpense. Cumplo siempre lo que prometo. Cuenten ustedes con la primera docena para el lunes», y es capaz de intervenir cuando la conversación toma en su caso un derrotero que no le interesa «(Se interpone). Modérese, Relling. Y a usted, señor Werle, le advierto que quien ha ensuciado la estufa de la manera que lo ha hecho usted, no tiene autoridad para mencionar la fetidez.». Gina es consciente de la falsedad de su matrimonio, de la locura de su suegro, de la desgracia de su hija y de la estupidez de su marido, pero no ceja en el empeño de vivir en paz, y hace lo imposible para que todos los que están en esa casa sean relativamente felices «Ya tendrá tiempo más tarde. Ahora lo primero es calmar a la niña (Sale por la puerta de la escalera)». Pero a veces sus fuerzas flaquean y desea el mal a aquél que considera responsable, aunque aluda al pato, en vez de nombrar a la persona «¡Maldito pato salvaje! Hay que tomarse molestias para verle contento».

Eduvigis es su hija, símbolo de la inocencia y portadora de otra de las características de Henrick Ibsen: el determinismo hereditario «Corre peligro de perder la vista, amigo mío»

GINA.-   También padecía de la vista la madre de Hialmar
HIALMAR.- Lo dice mi padre; pero yo no lo recuerdo en absoluto

Precisamente, el vivir en una mentira hace que Eduvigis dude de si su padre lo es en realidad «Mamá, no puedo más. ¡Me muero! ¿Qué le hice? Mamá, haz que vuelva». Y será esto, la mentira en la que vive la que consiga el desenlace fatal para toda la familia. Ella no ha conocido otra cosa que su casa, debido a su ceguera progresiva no va al colegio ni mantiene relación con la realidad, para Eduvigis su verdad es la ilusión que se ha forjado, el desván es «la profundidad de los mares» el lugar donde van a morir los patos y donde decide hacerlo ella misma al confirmar su desgracia. Valiente y víctima a la vez prefiere que Hialmar viva en paz, sin sospechar que eso no será posible. Eduvigis es otra constante del autor, representa la inocencia, como el doctor Rank en Casa de muñecas, que debe pagar por los excesos de su padre. En El pato salvaje, de nuevo los excesos por la comida, la bebida y el sexo serán los pecados que no quedarán redimidos sino volcados en el hijo, el ser más débil.

Si en Casa de muñecas, la señora Linde o el usurero Krogstad, son personajes secundarios, apenas sin importancia en la representación pero de gran relevancia en el contenido, en El pato salvaje, la señora Soerby es el personaje confidente (de nuevo una constante en el teatro ibseniano), quien llega a destapar la mentira en la que están viviendo. Entra en casa de Hialmar para traer la felicidad a Eduvigis aunque, sin pretender causar daño alguno, consigue que la fatalidad caiga sobre la familia; no todo el mundo está dispuesto a vivir según la realidad, ella representa la bondad, la verdad, cualidades que, en ocasiones, no sirven a quien basa su vida en el engaño.

El pato vive encerrado en un desván que simula un bosque libre, sin ser consciente ha sido privado de libertad, es desgraciado aunque sirva de consuelo a otros. Del mismo modo todos los que viven en esa casa están condenados, apenas sin darse cuenta, a no salir de ella, a quedar privados de libertad, por lo que inventan un mundo en el que son felices, pero todo es fachada. El padre Ekdal vive su mentira solo, al no enfrentarse a la vida irá, poco a poco, siendo derrotado.

Hialmar es un personaje débil, pusilánime; en el fondo sabe que es un fracasado, por eso reniega de su padre al verlo en la fiesta que da el señor Werle y donde es invitado por su hijo Gregorio. Para asistir debe pedir un traje y luego es feliz al llegar a casa contando lo que han comido y de lo que han hablado, algo que no es cierto puesto que apenas se relaciona «¿Y qué quieres que diga?». De hecho su presencia molesta a Werle y él se da cuenta «¡Éramos trece a la mesa! […] Sí, con él. Antes éramos doce». Hialmar es el número que producirá el caos, que traerá la mala suerte sólo por no haberse impuesto desde un principio y defender sus derechos, por su cobardía ante el poderoso, por decidir sobrevivir, mintiéndose a sí mismo, a costa de los demás; por ser un conformista que vive sin proyectos, sin ánimo de cambiar nada. Él, como el pato, también ha resultado herido, aunque psicológicamente, y vive encerrado en su casa, cuidado y mantenido, de forma indirecta, por su padre. Por eso el pato salvaje no es sacrificado al final de la obra. Todos seguirán presos simbólicamente en una casa en la que dependerán del otro porque en realidad no pueden hacer otra cosa.

Por el contrario, Gregorio es fuerte, no se deja amilanar por las exigencias de su padre y prefiere renegar de él. El problema es que intenta imponer su proyecto de vida íntegra a los demás y cuando pretende que Hialmar lo lleve a cabo, la debilidad de éste podrá sobre la fuerza de Gregorio; así pues este antihéroe, aunque triunfa durante algunos momentos aplicando su forma de pensar, caerá también al darse cuenta de su fracaso.

Gregorio descubre el secreto que impera en la familia, quiere avisar a Hialmar de por qué su padre es el benefactor, pero nadie tiene derecho a erigirse en embajador de la verdad, tal y como recuerda el doctor Relling, alter ego de Ibsen «¡La vida podría ser bastante agradable si nos dejaran en paz esos personajes que van de puerta en puerta reclamando el cumplimiento de las exigencias del ideal…!». Relling es consciente del ambiente opresor y falso en el que se desenvuelve la familia, por eso se opone a la relación que Gregorio quiere reanudar con Hialmar, presintiendo que quizá la mentira sirva en algunas personas para seguir viviendo y poder eliminar el determinismo hereditario.

Gregorio, con su pretendida justicia se transforma en un personaje irritante de quien se espera la tragedia final, tragedia que arrastrará a todos aunque Gina, en su dolor, mantenga la esperanza de seguir siendo feliz «Nos ayudaremos el uno al otro. Porque ahora sí es la hija de los dos».

Ibsen refleja en El pato salvaje la soledad del individuo frente a la sociedad, consiguiendo crear en la propia persona un conflicto entre realidad e ilusión.

Es una obra simbólica, de gran tensión dramática no sólo por el diálogo, el espacio es lo verdaderamente opresor. Los personajes se preocupan por la existencia humana pretendiendo dar una respuesta a los problemas, pero no la hay; en realidad el mundo es lo que cada uno cree de él; nada existe en sí mismo excepto el pensamiento, lo demás es ilusión, así pues el hombre sólo existe en función de la libertad que crea tener. La existencia es un absurdo del que sólo se puede salir a través de la muerte, real (como en esta obra) o social (como en Casa de muñecas).

La obra de Ibsen, y ésta en especial, es todo un clásico pues tiene las características de los clásicos como Edipo Rey; la acción arranca poco antes del desenlace; los fantasmas del pasado remueven el presente destruyendo el futuro; la verdad queda desvelada de forma inoportuna para empeorar la realidad. Pero lo que determina al hombre no es su destino trágico sino su insignificancia.

¿Estoy comparando a Sófocles con Ibsen? No lo sé. Son dos grandes del teatro y del pensamiento.

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