viernes, 26 de agosto de 2016

DE AMOR Y FURIA. EPIGRAMÍSTICOS

Dicen que si lo bueno es breve, dos veces bueno. Eso debió pensar Marcial, allá por el primer siglo de la Era Cristiana que, nos guste o no, es la que se impuso de manera casi universal para contabilizar el paso del tiempo desde la Edad Media, pero esto ahora no viene al caso. El caso es que nuestro primer poeta conceptista español ya encontró hace dos mil años una sociedad miserable en la que tenían cabida sinvergüenzas, degenerados, hipócritas, aprovechados... y se propuso burlarse de ellos de la manera más hiriente, de forma directa, sin dar demasiadas explicaciones, sin moralizar. Probablemente Quevedo leyó a Marcial y Gómez de la Serna también. Indudablemente Minerva Margarita Villarreal lo ha leído. Y nos lo trae en dosis pequeñas. Pero no importa si no lo conocemos. Marcial, el que aparece en los poemas de Villarreal, puede convertirse perfectamente en cualquier nombre actual porque, ironías de la vida, la sociedad no ha cambiado tanto en este tiempo, al menos en cuanto al comportamiento humano se refiere.

Así pues, al leer De amor y furia. Epigramísticos, nos encontramos con 83 poemas que retratan diferentes aspectos de una sociedad universal para clavar un dardo certero en el maltrato a la mujer, en la humildad forzosa de las prostitutas, en la indiferencia, en el orgullo de ser mujer o en la fuerza de la palabra. Pues, con pocas palabras y una profunda observación, la autora extrae los sentimientos y nos los ofrece limpios, sin maquillar, para que encontremos en ellos sentencias humorísticas,

Repudias a las mujeres con razón:
tienen lo que a ti te falta.

agudezas satíricas,

Aseguras que los grandes no tienen lectores,
con razón montones te siguen a diario.

epígrafes líricos

Que desnuda vivo para la posteridad.

o pensamientos obscenos.

Más vale una chupada ajada
a que enmudezca el pajarito.

Todo cabe en la vida, por lo que el volumen adquiere un tono fresco, vital.

A ello contribuye el hecho de que aun en los casos más graves, en las denuncias más duras, no encontramos enseñanza. Puede haber sarcasmo en algunos, o ironía, pero la mayoría encierra un temperamento humorístico, un punto de agudeza; punto al que podemos  asirnos para escapar de la brutalidad que nos rodea. El mundo de la droga es algo que probablemente Minerva M. Villarreal tenga muy presente, todos sabemos el problema que están sufriendo en México, pero también nos salpica, y la beatería, y el querer aparentar, y los gobernantes que no hacen nada, y las ansias de poder a costa de lo que sea y la corrupción.

No es necesario ser mexicano para entender los poemas, el vocabulario es totalmente conversacional; aparecen algunos términos locales (basurales, Rayita de Abajo, tomo, tallereaba, moches, zíper) pero se entienden en el contexto.

En el estilo predomina el lenguaje usual, con numerosas connotaciones que ayudan a situarnos en una temática cotidiana.

La primera persona marca normalmente una expresión íntima de los sentimientos. En los epigramísticos no es el yo de la poeta el que aparece abiertamente, sin embargo advertimos una implicación total; incluso cuando la persona cambia a segunda para dialogar o a tercera para funcionar como observadora, encontramos el punto de vista de Villarreal en el interior de sus personajes hasta que consiguen mostrarnos una postura totalmente afectiva.

Llama la atención el amor a la vida. Sólo alguien que crea posible una vida feliz será capaz de denunciar, como el peor de los males, a la inercia ¿Es que no nos damos cuenta de que se imponen cambios en el mundo? ¿O es que también la abulia embota nuestros sentidos?

Sólo alguien segura de que existe la belleza en la poesía, y sabe de su poder seductor es capaz de afirmar rotundamente «Mas no escaparás de mis versos».

La estructura del libro es lineal. Los epigramas pueden leerse, lógicamente, separados, sin ningún orden, sin embargo algunos componen un todo. Esto es lo que ocurre con Aforístico, sentencia que bien podría ser la declaración de determinadas mujeres antes de casarse «Por la cuerda floja de mi inseguridad voy a lugar seguro». A esta decisión le siguen 9 poemas que cuentan la historia de su matrimonio,

Con tal de librarme de ti
haré construir un palacio

una unión basada  en la soledad, en las apariencias, en el engaño y la destrucción.

Otros redondean una idea expuesta cuatro o cinco poemas antes; así la homosexualidad a la que es alentado Flavio en En la lucha «No claudiques, Flavio», sirve para devolver a modo de burla brutal una crítica literaria negativa en Testimonio.

Visualmente, podemos enlazar dos poemas situados uno al lado del otro si, como ocurre en Inconforme y Trascendencia, ambos denuncian un tema común: la anteposición de la pasión por el dinero a la pasión por la literatura; en el primer epigrama afea el plagio para enriquecerse y en el segundo afea la vida del que es alabado por el dinero y no por su obra.

Hay estructuras que encierran una genialidad absoluta, prueba de ello son Inconveniente y Arrepentido, colocados asimismo al lado, en el espacio que forma la página abierta. De esta manera es más fácil percibir el punto de vista diferente de las dos voces que dan vida a los poemas, la de ella en el primero, la de él en el segundo. Ambos formados por siete versos, de estructura paralela entre sí, que sólo experimentan un cambio en el tiempo, modo y persona verbales, lo que refuerza aún más la diferencia de pensamientos, enlazados magistralmente por la similicadencia antitética de sus versos finales

más pronto te habrías alejado.

nunca te habría dejado.

Estructura diferente es la que encontramos en Self-confidence, pues funciona como una pequeña escena narrativa en la que el narrador omnisciente sitúa al lector, quien descubre en la sinestesia de ojos, que arañan, husmean, cierta personificación de los mismos, con la que pueden desposeer de discernimiento a la mujer «más allá de lo que imagina». Una vez expuesta la situación la persona narrativa cambia a segunda, como en un diálogo interior en el que la propia mujer se cosifica «sabes perfectamente la clase de ficha que eres» para desvelar la hipocresía de su matrimonio y el verdadero origen de los celos.

¿Qué estamos dispuestos a pagar por llevar una vida de lujo? Quizás nos exijan un precio demasiado alto; la enumeración animalizadora con la que Drusio define a su esposa

llamándote perra, flor de puta, insaciable
depredadora de sus bienes

da fe de ello en un epigrama totalmente prosaico, donde explica las consecuencias de un matrimonio cuyo pilar es la droga «llamada cristal». La violencia de esa vida tendría salida si Drusila fuera capaz de enfrentarse a ella con humor y «volvieras a tu puesto de cajera en el banco.»

Creo distinguir en los Epigramísticos cierto apego a la libertad poética, cierto rechazo a las normas o al encorsetamiento. Villarreal define la Poética como

caudal del río
que, súbitamente, brota entre las páginas

por eso, aunque «Puedes levantar monumentos con la hipérbole» (¿hay imagen más sugestiva?) considera que la poesía

no conoce de regla ni ley que detengan
la fuerza de su paso

Estoy de acuerdo, de hecho la poesía de Minerva M. Villarreal es fuerza en sí misma, pasión, y es precisamente la maestría en el uso de la palabra la que consigue que esa pasión se transforme en despecho y la fuerza en ternura. No quiero desvelar más epigramas, pero es justo señalar que la gran carga expresiva que contienen se ve reforzada a veces por la continuidad que aporta la aliteración de la nasal «tus versos me encadenan»; la fuerza de la vibrante consigue una imagen casi indestructible de la mujer «los ovarios no se presumen: / dentro crece su fuerza»; la aliteración del sonido lateral confiere una suavidad que contrasta de forma humorística con el significado, (para que no nos fiemos de las apariencias) «Ligia, eres feminista / salvo cuando / flecha en vuelo / un falo se cruza...»

Fantástico el eco de «Hiede hiena el cumplido» ya que multiplica la fetidez de lo hipócrita.

El poder vehemente de los epítetos marca con eficacia la finalidad perseguida, ya sea denunciar la riqueza material «poderoso oro», «lustroso mármol», como abogar por el sexo apasionado «selvática noche», «erecto pene». Asimismo la elocuencia del adjetivo queda reforzada al aparecer solo; el significado de ¿Fea? se hace patente con el verbo elidido.

Cuando dos términos opuestos (silencio, palabra) se colocan en una estructura paralela de gradación ascendente se acentúa el final demoledor. Es lo que ocurre en De hecho, epigrama que denuncia el maltrato.

Casi todo tiene un final. Pues el del amor se agudiza en Lección con la reduplicación humorística de dura.

Cuando encontramos una enumeración de apelativos para la mujer que la ignoran, como hija de ..., mujer de..., hermana de ..., amante, sabemos que la finalidad es empobrecer su existencia hasta negarla. Ante tamaña humillación sólo le queda, con buen criterio, «disfrutar los huevos de los vivos».

Los cohipónimos máscara y disfraz retratan la falsedad de la persona al connotar de manera negativa lo accesorio del hiperónimo ropa.

También queda en evidencia la hipocresía de los poderosos, al igualar en el plano semántico dos términos antitéticos humildad – soberbia.

Asimismo el juego de palabras, del que destacamos la unión de contrarios esclava – casi deidad y la complexión de una serie de versos formados por la ampliación de un mismo sintagma, refuerza humorísticamente el autoconvencimiento ficticio de dueña [,,,] de la finca para, con ironía, terminar en la miseria con lo que más deseaba, en libertad.

Puede que Catulo no aceptara de buena gana la proposición de Lesbia comprensiva, pero estaría bien que hubiera seguido su consejo «ve y pon mis medias en las piernas de otras»; estaría bien que, de acabarse el amor, tuviera un final humorístico, alejado de los celos y la violencia.

Por mi parte he disfrutado, y mucho, con este libro. Si el epigrama, tal como indica su significante, nació para ser escrito encima de algo, me encantaría ver en la puerta de una biblioteca, o en el cabecero de una cama, la soberbia definición que la autora da del amor, simplemente utilizando una epéntesis de venido

Porque has vencido

no te irás

lunes, 22 de agosto de 2016

ENTRE DOS AGUAS

He terminado la primera novela de la serie que protagoniza la comisaria Cornelia Weber-Tejedor (hay que poner los dos apellidos por si su madre lo lee, para que no se enfade) y tengo una sensación curiosa, rara. Lo normal cuando me enfrento a una novela que considero de extensión inadecuada, es que piense que le sobran páginas y, sin embargo, en este caso tengo la impresión de que al final le falta alguna. Probablemente me he quedado con ganas de más y probablemente sea una técnica narrativa mediante la que esta serie promete realismo, al menos su protagonista principal. El comienzo es fantástico, podríamos decir que in medias res; no hay preámbulos, no hay presentación de los personajes ni del lugar. Ya nos iremos enterando poco a poco. Por lo pronto nos situamos en Francfort, ante un hombre muerto al que el narrador, en principio testigo, le confiere características de vivo, es decir, de alguna forma lo repersonifica «Nada parecía poder oponerse al correr encolerizado del río. Sólo un gallego. A su lado se deslizaban veloces matorrales, palos y piedras; a veces lo golpeaban pero él se negaba a abandonar el pilar central del puente». Pero en este inicio de Entre dos aguas, se cruza  de forma casi inmediata otro crimen que ya tenía entre manos Cornelia y que debe cerrar. En realidad la viuda confiesa ser la asesina. Bastan dos o tres pinceladas para que el lector empatice con ella, en cuanto se entera de las causas que la llevaron, en un momento de enajenación, o de rabia, o de odio, o de todo junto, a cometer dicho acto.

Dan ganas de saber qué ocurre con esta asesina, cuál es su final, pero pasan páginas y páginas mientras le deseamos un desenlace digno, de justicia poética, hasta que nos percatamos de que eso no es lo importante. El caso estaba resuelto pero Rosa Ribas, magistralmente, nos lo ha traído, aunque sea en sus últimos coletazos, para que ya al principio de la novela conozcamos a su protagonista mediante sus actos y los comentarios de un narrador, definitivamente omnisciente. «Cornelia notó repentinamente que tenía hambre, pensó en pasar por la cafetería, pero temió que Fischer la acompañara. El silencio ya había resultado bastante opresivo en el lento camino de vuelta como para aguantarlo ahora comiendo, donde lo más natural era que se conversara».

Así pues la atención queda centrada en el primer cadáver, que aunque estancado en el Meno no presenta signos de ahogamiento. Todos los indicios nos hacen sospechar de su entorno; no obstante el asunto se complica para el departamento de Cornelia Weber porque todos los conocidos sólo tienen palabras de agradecimiento hacia el asesinado, Marcelino Soto, un emigrante gallego, inteligente, que se hizo en Alemania de la nada hasta enriquecerse de forma ostensible (dos restaurantes y pisos para alquilar dan fe de ello) y ayudaba a todos. Todos confían en la bondad de ese compatriota con capacidad para superar una afrenta causada por su padre en la Galicia rural de la guerra civil española, que trajo como consecuencia el exilio voluntario del hijo a Alemania.

Como en la vida misma, una vez comenzadas las pesquisas para identificar al culpable, el superior de Cornelia ordena prioridad absoluta a un caso de desaparición de una ciudadana ilegal, en principio más liviano de lo que resulta en realidad, que creo es la excusa para exponer uno de los problemas de la inmigración: el abuso por parte de proxenetas y personas que ocupan cargos honorables en la sociedad. Este caso sí, como lleva ocurriendo durante tanto tiempo, queda sumido en la oscuridad. Debe ser que alumbrarlo pone demasiados intereses en juego.

A estas investigaciones debemos añadir el violento suicidio de la viuda de Marcelino que aparece, en condiciones sospechosas, cuando aún no habían terminado de descartar a una banda de mafiosos yugoslavos, extorsionadores de locales, como la responsable del asesinato del gallego. Es cierto que la aparición de dicha banda no es sino otro pretexto para que quede patente, con cierto sarcasmo, la espiral de racismo a la que está sometido el planeta «...de buena gana se hubiera echado a reír del discurso de Mehmet, que sonaba casi como el de muchos alemanes cuando llegaron los emigrantes. Alentado por su silencio, él continuó —Llegan aquí y se creen qué sé yo porque en su país eran los reyes del mambo, y no quieren entender que aquí no valen ni media mierda [...] Y esos yugos catetos, que apenas hablan alemán...»

Cornelia va eliminando pistas falsas de los tres casos que investiga, con algo de intuición y mucho de revisión y planificación, hasta que finalmente resuelve el crimen del empresario Marcelino Soto. Pero la narración impecable, con dosis de ironía y algo de humor, hace que en la ficción nos quedemos esperando un desenlace más detallado o redondo del suicidio de Magdalena y la desaparición de Esmeralda.

El argumento es muy interesante y podríamos decir que universal pues desde tiempos inmemoriales el ser humano se desplaza para vivir donde puede conseguir unas condiciones favorables. Las analepsis favorecen lo intemporal de los hechos, como el capítulo 35 Magdalena Ríos. Si la emigración de los españoles tuvo la causa (durante la segunda mitad del siglo XX) en la violencia de un régimen dictatorial, la emigración actual viene como consecuencia de la falta de trabajo. Por el contrario recibimos a emigrantes de otros países que huyen asimismo de sus horrores particulares. No lo olvidemos. Y Cornelia Weber, «—¡Hija! siempre te olvidas el Tejedor, como si no te gustara», nos trae los problemas, las dudas que acarrean todos aquellos que por diferentes causas han debido abandonar su lugar de origen; la inseguridad, la tristeza, el miedo acompañan los actos que enfrentan a personas a un idioma nuevo, un trabajo nuevo, unas condiciones nuevas. Y aunque se hayan instalado y consigan una felicidad relativa no olvidan sus orígenes. (Puede que todos debiéramos experimentarlo alguna vez para eliminar el racismo y la xenofobia).

Creo que éste es el tema principal, los problemas de adaptación de los emigrantes; el crimen, el suicidio, las violaciones y desapariciones son algunos de estos problemas, aunque hay otros menos graves que también observamos en la novela, el dolor de las familias divididas y el dolor cuando el verdadero dolor es por alguien a quien no conoces «todo el contacto se limitó a las llamadas de rigor por los cumpleaños y las Navidades [...] sin que Regino tuviera nunca el valor de decirles que esos nombres caían en un vacío sin recuerdos. No, en cambio, la súbita muerte de Rabal en 2002. Por él llevó luto».

En total son 41 capítulos cortos cuyo título funciona de manera tradicional, como presentación de lo que el narrador va a desarrollar. Esto, unido a numerosos diálogos, confiere a la novela un ritmo ágil, entretenido, favorecedor de una lectura rápida y amena. El Epílogo vuelve a recolocar la situación familiar de Cornelia.

Los personajes están perfectamente trazados a través de su relación con la protagonista. Cornelia es verosímil, goza de individualismo aunque sea representante de un grupo social, aquél que lleva en su sangre una mezcla de culturas y tradiciones. Por esto consigue ser poseedora de un dinamismo fresco; todo un espectro de emociones que dirige al lector hacia la acción que le interesa o hacia el personaje sobre el que conviene fijar la atención.

Así pues, los personaje secundarios son fundamentales no sólo como parte activa de la trama, también van componiendo un retrato de Cornelia «...sonó el teléfono [...] Era su madre que con la excusa de confirmarle la hora del entierro de Marcelino, como si ella no lo supiera, reclamaba más información. Hacerle entender que eso no era posible le costó hasta la pausa de la publicidad».

La comisaria se nos muestra algo irónica, inteligente, con un punto de neurosis hipocondríaca que el narrador nos muestra con una tipografía diferente y el estilo indirecto. «Encontró un paquete de cigarrillos que había olvidado allí y sacó uno. No debería fumar. “El tabaco perjudica seriamente la salud. Se calcula que aproximadamente mueren al año...”. Le daba igual, necesitaba un cigarrillo para seguir pensando...».

A veces la comisaria juega con el lector pues da una pista extraña de algún personaje con la que consigue perturbar o sobrecoger, en cualquier caso funciona como cebo que seguimos indefectiblemente

En una esquina, sin relacionarlo con los otros temas, escribió el nombre Carlos Veiga.
—¿Y eso?
—¿Qué impresión se llevó usted de Veiga cuando hablamos con él?
—Me pareció muy apocado, que estaba muy nervioso y que por eso habló mucho.
—¿No le dio la sensación de que oculta algo?
—No. ¿A usted sí?
No respondió de inmediato.

Otras veces los personajes secundarios no sólo ayudan a la protagonista a resolver el caso, también contribuyen a descargar la tensión pues nos ofrecen el lado más amable de Cornelia, el humor que, a veces, la caracteriza

¿Qué coche tiene un cura? Un Golf. Rojo. Cornelia se sorprendió [...] Vieron pasar el Golf rojo por delante de la entrada del cementerio. Recaredo Pueyo se despidió con la mano.
Cornelia le devolvió el saludo:
—¿Ves? Hasta en eso se parece a Robert de Niro. Cuando Robert de Niro hace de cura, está claro que es un cura que fuma y que no lleva un coche negro.


Expresiones adecuadas, observaciones certeras y una prosa cuidada conforman el estilo de Rosa Ribas, por lo que aunque la presente edición acumule numerosas erratas: Regina por Regino, había llevado a la policía alemana y controlar sus movimientos, aceras ocupados, cosas abstrusas, Conducía al lado al río..., siempre será una oferta tentadora leer las peripecias de Cornelia Weber-Tejedor, una novela negra de gran carga psicológica y cierta dosis de denuncia.

miércoles, 17 de agosto de 2016

SEÑALES DE HUMO. Manual de literatura para caníbales I

Una de las finalidades de la literatura es producir extrañamiento en el lector, esto es, que alguien lee algo, no lo entiende bien o le choca por alguna razón, le extraña y se detiene hasta que no descubre aquello que no ha entendido. Pues esta función literaria la cumple, con creces, esta novela porque nada más cogerla la vista se me fue al subtítulo: Manual de literatura para caníbales I. Un momento, yo ya he leído Manual de literatura para caníbales ¿Por qué este volumen no es el II? Comprendí entonces que Señales de humo era el manual de literatura anterior al siglo XVIII. Efectivamente, pero mientras el primer libro estaba escrito más como ensayo, ahora el subgénero no está claro: tiene características del ensayo y de la crítica, aunque por supuesto es una novela porque goza de narrador con nombre, Martín. La clave que une a los dos ejemplares está en el apellido, que no conocemos hasta el Epílogo; sólo entonces cobrará sentido el Manual literario para acoplarse al presente actual.

Este narrador, aunque es siempre el mismo y cuenta el argumento desde le psiquiátrico en el que está ingresado, se multiplica en diferentes narradores, cada uno de naturaleza distinta y época distinta; así consigue contar la historia de la literatura como narrador testigo desde la Edad Media hasta el final del Barroco.

Este narrador cambiante se dirige siempre a un mismo narratario, de hecho es invocado en numerosas ocasiones como «gente del porvenir». Creo que, como cualquier narratario, es un producto de ficción situado en el mismo nivel diegético (incluso extradiegético) que el narrador, de ahí la dificultad para encontrarlo. El narratario de la literatura sí es la gente del porvenir, pero el de Señales de humo no puede ser ese otro formado por “todos los demás” que cantara César Vallejo. ¿O sí? Creo que Rafael Reig propone aquí una utopía y es la de educar la imaginación, la de que todos aprendamos a leer, aunque yo me pregunto ¿si los grandes de otros tiempos terminaron derrotados al darse cuenta del panorama que los rodeaba, nosotros podremos cambiarlo? Es encomiable la finalidad del autor al escribir el libro sin embargo yo soy pesimista ante ese «avance de la ciencia literaria e por ende la redención de la humanidad». Veo la literatura que triunfa (no toda afortunadamente) y veo el sistema educativo... ¡Y me echo las manos a la cabeza! Pero esta disertación corresponde a otro espacio.

Aquí quiero reseñar que Señales de humo está escrito con cariño, está escrito con humor y está escrito con una precisión abrumadora, de forma tan culta a veces que debes acudir al diccionario, escrito con la palabra adecuada, capaz de contener un hecho y a unos personajes que, si no conoces, puede dificultar el continuo narrativo, pues el narrador protagonista, Martín, se va corporeizando en diferentes seres, incluso en un gato si tiene que estar con Lope de Vega para inspirarle su Gatomaquia.

Sin embargo, aunque sea difícil en algún momento, hay que leerlo. La dificultad reside (creo) en que el protagonista es un personaje de cualquier época. Martín, personaje actual se va disociando en otros personajes imaginarios de diferentes épocas, que conectan con el real para relacionar la literatura, para demostrar, como hicieron los Belinchón de Manual de literatura para caníbales, que existe una cadena trófica. Pero en el optimista Reig también hay un punto de amargura, Martín llega tarde —de nuevo— para ser parte de esa cadena puesto que nadie recordará su papel —o sus papeles—. Señales de humo es una reivindicación de la literatura popular, la que sale de la imaginación y del sentimiento, ligera de normas que la encorseten y que a base de repetirse la desvirtúan. La novela es un canto a la literatura del pueblo, esa que fue creada de manera oral por el hombre, y que luego el mismo hombre desbancó para dar cánones de la LITERATURA con mayúsculas, revestida si cabe de belleza, pero desprovista de naturalidad.

Martín es el encargado de unir literatura y realidad. Si Alonso Quijano se volvió loco por leer muchísimos libros de caballerías, y se convirtió en don Quijote, Martín, de tanto leer literatura en general, se vuelve loco para convertirse en diferentes personajes. Don Quijote quería salvar al mundo de la injusticia y la crueldad. Martín quiere salvarlo de la incultura, de la falta de imaginación. Para ello observa la Historia a través de la Literatura; en su viaje por el tiempo convive con diferentes estilos y personas para conseguir el triunfo de la imaginación e interpretar la historia; nos invita a ser partícipes de lo que nos rodea, pero esto es un problema (entra en la utopía de antes) porque si empezamos a profundizar en nuestra imaginación terminaremos haciendo lo mismo con la realidad, y eso no les interesa a los políticos y a los que gobiernan.

Señales de humo es una llamada de atención a todos los futuros lectores, para que sepamos interpretar las señales y podamos decidir con libertad qué queremos y qué nos conviene. Es un ataque a los que impiden una vida digna a los autores que la Historia ha consagrado pero en su momento sufrieron las consecuencias de políticos iletrados, de gobernantes faltos de sensibilidad y de ciudadanos faltos de imaginación y, sin embargo, ellos se fortalecieron en su literatura para burlarse de todos; puede que murieran casi en la miseria pero no callaron en ningún momento «Elena [...] se había casado en 1576 con Cristóbal Calderón, casi siempre ausente y consentidor, como era costumbre en aquellos tiempos, desde el buen Lázaro de Tormes, hasta el punto en que declaró Quevedo llegado el momento en que “ha de ararse España con maridos”».

El narrador múltiple pide que nos reencarnemos de manera honorable al aprender a leer, debemos encontrar a Cervantes en Cide Hamete Benengelli, a Lope en Tomé de Burguillos para interpretar la frustración que sintieron al no ser valorados

Créeme, Juana, y llámate Juanilla;
mira que la mejor parte de España,
pudiendo Casta, se llamó Castilla.

Tomé de Burguillos queda aquí igualado a don Quijote, así Reig reconcilia a los dos autores auriseculares para identificarlos con los poetas sociales de la Generación de los 50, porque sólo teniendo en cuenta a estos grandes, podremos tener conciencia de clase y empezar la transformación social «frente al derecho propugnado por los poderosos de ser uno mismo, se alza el derecho y el deber de ser todos los demás. La guerra no ha terminado».

Pues señor Reig, vaya ahí también mi deseo.

Señales de humo es un verdadero Manual de Literatura en el que, a lo largo de la ficción narrativa, encontramos numerosos guiños a diferentes autores, a Garcilaso «Seres del porvenir, pensad en mí, deteneos a contemplar mi estado»; a Berceo «vi un prado verde e bien sencido, lugar cobdiciadero para omne cansado», a Petrarca a través de Quevedo o viceversa «Mucho más que Quevedo, él (Petrarca) sí vivió en permanente conversación con los difuntos».

Cuando Martín se reencarna en el Arcipreste del Lazarillo, no duda en comparar su caso al del Arcipreste de Hita y al de Humbert, el protagonista de Lolita «no habrá ningún consuelo para mi aflicción ni remisión par mis pecados. ¡Ay, corazón, cómo te vas a morir!».

Encontramos cierta admiración por los numerosos libros que sobre el Quijote, Sancho o Cervantes ha escrito Andrés Trapiello; quizás por eso encuadra a nuestro querido escritor, con gran dosis de humor y cariño, en un psiquiátrico «No había reparado en estas palabras cuando leí la novelas, pero me las hizo notar un novelista (o eso dijo ser) al que encontré en un pasillo de la Clínica Valdemar [...] Andrés Trapiello me dijo que se llamaba, y me sonó a nombre inventado...».

Y un claro homenaje a otro de los grandes, Juan Eslava Galán, pues si en un momento determinado alude al Misterioso asesinato en casa de Cervantes, «Las Cervantas eran todas litigantes, ambiciosas y alquiladizas», algo después aparece claramente el argumento de la novela.

Pero las señas de admiración abarcan también a obras de la literatura popular, el Romance del conde Arnaldos queda recordado «Yo no digo esta canción / sino a quien conmigo va». La Celestina ocupa asimismo un lugar importante ya que Martín se convierte en Alonso, que no es otro que el Pármeno original «Rojas y yo echamos a andar hacia las afueras [...] Dije mi nombre: Alonso. Esa era la persona a cuyos nervios se habían adherido los míos [...] Abrió una vieja que había sido puta y ahora era hechicera y alcahueta, y me llamaba hijo, porque había sido amiga de la madre de Alonso». Y, por supuesto, El lazarillo, cuyo éxito reside en su sencillez, en que es reflejo de lo real «aquí no hay ungüentos maravillosos ni metamorfosis mágica. O sólo una: la de Lazarillo en Lázaro [...] el resultado (inevitable) de una vida humana, como la de cualquier otro.»

Y si no bastaba con estos ejemplos de unificación de estilos y épocas en una novela para elogiarla, aparecen múltiples curiosidades, que aportan humor, ironía o incluso sarcasmo, sobre diversos eventos de la historia. El heterogéneo Martín es el encargado de desvelarlas porque ha sido testigo de ellas... ¿quién no querría estar en su lugar? Pues de la Edad Media nos trae el significado del refrán «son habas contadas», con gran carga de brujería. Su teoría de la autoría femenina (que me gustaría creer) en las jarchas o la cantiga de amigo. Nos enteramos por qué los esclavos romanos bebían la orina de sus amos y del significado de algunos números y nombres. Me encanta la etimología (popular) de algunas palabras como celulitis, cadáver y mujer. Y por supuesto son admirables las diferentes teorías que se van exponiendo durante el argumento como la irónica evolución del amor a partir del amor cortés «La invención del amor verdadero (es decir cortés) tuvo lugar hacia el siglo XI en [...] Provenza [...] y se extendió de inmediato entre la nobleza europea como nueva práctica deportiva, igual que en otros tiempos lo haría el golf o el pádel [...] Hasta entonces el amor era algo que sucedía por fuera [...] en un locus amoenus [...] Ahora va a ser algo que sucede dentro, en esa alma que acaba de ser inventada...».

Genial es la jocosa teoría de por qué se impuso el castellano en España «nos explicaba Lapesa la supremacía del castellano como si hablara de uno de aquellos “ejecutivos agresivos” [...] Mientras el leonés y aragonés se estancaban [...] el tajante castellano reducía los grupos vocálicos y decía con firmeza castilla, silla, avispa y arista. Inventivo y vigoroso produjo una ch para poder decir hecho, leche y mucho, cuando los otros romances seguían pronunciando los titubeantes y poco varoniles feito, leite y hasta el aportuguesado muito...».

Así mismo reiremos con la explicación de por qué el Cid sigue luchando por Alfonso una vez que se enriquece, y con la teoría de que Petrarca es el padre del alpinismo «El 26 de abril de 1336, Francesco Petrarca, de 33 años, decidió subir al Mont Ventoux, impulsado únicamente por el deseo de mirar desde la cima de un lugar tan alto [...] hasta entonces a nadie se le había ocurrido [...] A las montañas se subía para algo útil: atacar desde arriba [...] recoger unas tablas de la ley [...] asistir a espectaculares crucifixiones...».

Reig propone que cambiemos nuestra forma de leer para reinventar la historia, para reinventar la tradición, para «encontrar otra respuesta a cómo contar una vida», igual que cada escritor necesita imaginación para «leer la tradición y la utiliza de manera diferente, la crea, como el autor del Lazarillo seleccionó entre los materiales disponibles (Apuleyo, quizá Luciano, las cartas mensajeras, las autobiografías, etc.) y así inventó su propia tradición.»


Pues sí, ojalá todos aprendamos a leer, leamos mucho y dejemos volar la imaginación. La realidad será más amable.

viernes, 12 de agosto de 2016

MENSAJEROS DE LA OSCURIDAD

He  terminado de leer, en la playa, Mensajeros de la oscuridad y creo que es una novela perfecta para disfrutarla durante las vacaciones, en el campo, en la playa, o la ciudad (por cierto, donde mayoritariamente transcurren las mías). Hubo un tiempo en el que me negaba a considerar libros de invierno o de verano, o lecturas para la época laboral o vacacional; los libros eran historias y daba igual cuándo leerlas.

Es verdad. Pero también lo es que hay algunos argumentos que se leen de un tirón, que no sugieren demasiados calentamientos de cabeza y que te ayudan a pasar un día tranquilo, relajado, de descanso. Esto es lo que consigue Petra Delicado. La protagonista estrella de Alicia Giménez Barlett ya apuntaba maneras en la tercera novela de la saga.

Está claro que Petra no sería la misma sin Garzón, el subinspector fiel que, aunque reniegue una y otra vez del trabajo al que lo somete su inspectora no es nadie sin ella. Ambos lo saben, y la química que hay entre ellos salta a la vista de cualquiera.

Mensajeros de la oscuridad es una novela entretenida. El argumento parte de una premisa bastante usual en la novela policíaca: a la comisaría llegan unos paquetes que contienen determinadas pistas para desentrañar las atrocidades cometidas por alguien; pero aquí los paquetes llevan destinatario, Petra Delicado, por lo que es ella, junto a Garzón, quien se encargará de resolver el caso; además las pistas van introducidas en un “envase” insólito, lo que añade intriga al entretenimiento. Nada será lo que parece y casi hasta la mitad de la novela el lector permanece en una especie de limbo argumental, pues la trama puede desembocar en cualquier camino.

Una vez conducidos por el correcto, todavía encontramos sorpresas que, agazapadas, salen de manera dosificada para mantener el enigma hasta el final de la novela. Así pues, la amenidad nos acompaña durante toda la lectura.

Sin embargo no todo es diversión o pasatiempo en Mensajeros de la oscuridad; el título alude a lo tenebroso y, efectivamente, la protagonista-narradora se va introduciendo en un ambiente misterioso, impenetrable, peligroso; el fundamentalismo entra en juego. Es sabido que no hay nada peor que llevar las creencias al límite y confiar sin razonamiento alguno en lo que nos imponen; la persona deja de ser autónoma y queda cautiva, sin la libertad que nos aporta el pensamiento crítico. Esta es la realidad de las sectas, lideradas por mentes razonadoras que privan a sus integrantes de la libertad de pensamiento, convirtiéndolos en marionetas capaces de cometer atrocidades incluso autoinfligidas, como es el caso de esos mensajeros a los que Petra y Garzón intentan sacar de la oscuridad.

Además de la crítica a las sectas hay una sutil ironía hacia la sociedad que tenemos, una sociedad capaz de conceder importancia desmedida a cosas o asuntos que son superficiales, otra causa posible de la falta de crítica de sus habitantes.

...un gran establecimiento singular [...] el grueso eran las velas. Las había de todos tipos, formas y colores: velones decorativos, velas perfumadas, antimosquitos, antihumo, velitas de cumpleaños, velas de Navidad, especiales para Halloween, especiales de bodas y comuniones, velas con el escudo del Barça y otras con el del Madrid, resistentes cirios de jardín y guirnaldas de flores secas en las que se insertaban velas también [...] Garzón [...] dijo de pronto:
—Esta sociedad nuestra se va a ir al carajo de un momento a otro [...] hay algo que no va bien en un mundo donde uno puede comprar cuarenta tipos de una cosa superflua —añadió.

Y, unido a lo anterior, en ocasiones observamos algo de escepticismo con respecto a los valores del ser humano «Sólo puedo decirle que quien ve cómo son las cosas a su alrededor nunca puede ser completamente feliz».

El recelo se mezcla en ocasiones con una filosofía positiva respecto de los sentimientos más irracionales, de lo que se desprende un optimismo crucial ante el ser humano primario

—No olvides que estás en Oriente, Petra, no toda la lógica aquí proviene de las mismas fuentes.
Le miré atónita y él se echó a reír.
—¿Y con esa falta de fe en lo irracional eres capaz de quejarte por falta de experiencias insólitas? —soltó.
Me eché a reír yo también. Él estaba en lo cierto, cada uno obtiene sólo aquello que abarca con la mente, nada más.

Me gusta que, como pinceladas, aparezcan sugerencias de lo que puede ser importante para el ser humano. En el fondo, todos coinciden: el cura, el policía ruso, Alexander, Garzón, Petra... de vez en cuando nos recuerdan que somos personas y, por lo tanto, tenemos un componente del que no podemos olvidarnos si queremos ser felices, si no siempre, al menos por momentos: la imaginación.

Y me gusta, sobre todo, la personalidad de Petra Delicado, mujer que no llega a conocerse del todo hasta que Alexander le abre los ojos

La sensación que tienes es el resultado de darte cuenta de que no eres como creías ser: arriesgada, anárquica, amante de los cambios [...] ¿Has pensado que quizá tu verdadera naturaleza estriba en el orden, la inmovilidad, el racionalismo más absoluto?

Es este amante eventual quien llega a conocer a Petra perfectamente. Ella, como gran parte de mujeres de su época, que tuvieron que luchar por un puesto significativo en una sociedad paternalista (digámoslo con delicadeza) es, ante todo, competitiva, con ganas de triunfar en un ambiente en el que intuye no le van a dar demasiadas posibilidades si se confía, por lo que constantemente debe demostrar (a sí misma y a los demás) lo que vale. ¿Hasta cuándo? No importa, hasta caer rendida si hace falta «...Yo me voy a mi casa, necesito dormir un par de horas para no caer muerta. Después lo relevaré y descansará usted. Es el único modo que se me ocurre para poder resistir toda la noche».

La dureza de carácter de la inspectora es ficticia, Petra sale de casa con una máscara para no dar en ningún momento la impresión de que puede desfallecer, por eso refuerza esa severidad con el lenguaje, otro recurso que ha sido bien visto en el hombre y nada digno de una mujer «Estoy harta de la diplomacia, de dar buena imagen y de aparentar. Lo único que me interesa en este momento es acabar con ese jodido caso de una puta vez.»

Petra es capaz de bromear con su estado en desventaja, aunque no es más que otra técnica, en este caso para subrayar su condición humilde «—siempre lo he sido (mística) —contesté sonriendo, y mientras nos dirigíamos a la salida añadí—: ¡Pero nunca he tenido seguidores!» Esto no se lo cree nadie, ni siquiera ella misma, que es consciente de su valía, por eso no duda en tomar las riendas aun a costa de saltarse el protocolo. De alguna manera confía en su intuición, en sus ideas y en su capacidad para solucionar el caso «¿De qué tenéis miedo, decid de qué? me acerqué con gestos furibundos a la mesilla del instrumental y tomé un bisturí. Luego volví junto a Ivanov y, encarándome a los chicos, bramé: ¡¿Queréis ver en qué acaba vuestro profeta, queréis verlo?! ¡Pues adelante, un poco de justicia final para él!
Cogí el pene helado del muerto entre mis manos y de un tajo preciso, se lo rebané». ¡Mucha Petra!, a ella le gusta que tengan en cuenta su modo de actuar, que aprecien su valía mediante la ironía, el humor o la seriedad, da igual, lo importante es que la valoren «...si algún día me hace falta ayuda, pensaré en usted; ha demostrado tener muy buena mano para la disección».

Por eso le molesta que la pillen en un renuncio, así que «Antes de que me preguntara por las llamadas nunca respondidas, decidí atacar —¿Y cómo demonio se les escapó a ustedes Ivanov?»


Buen libro, de estilo ágil, divertido, con toques de humor, y reivindicativo del papel social de la mujer. Son diez casos los que componen la saga Delicado. Creo que leeré alguno más.