lunes, 17 de noviembre de 2014

LA SEPULTURA 142

A finales de verano leí La sepultura 142, Juan Ramón Barat, su autor, tuvo la gentileza de enviarme el libro, recién salido, para que lo leyera. Y así lo hice, y me gustó tanto que pensé compartirlo. Muchos de vosotros lo habéis leído ya, por eso vamos a comentarlo.

La Sepultura 142 es la 2ª parte de Deja en paz a los muertos; los protagonistas son los mismos, sin embargo no es necesario leer la 1ª novela de lo que podríamos llamar, la serie de Daniel Villena (Juan Ramón te lanzo una sugerencia que seguro nos encanta a todos); de hecho, el final de ésta queda un tanto abierto.

Daniel es un chico sagaz, inteligente, perspicaz, buena persona, buen estudiante, pero sobre todo tiene un don que lo hace único, su mente es capaz de intuir situaciones que el resto de los mortales no puede, de vez en cuando puede comunicarse con desaparecidos, muertos que a través del subconsciente requieren su ayuda para que los causantes de la desgracia no queden sin castigo.

En esta ocasión, nuestro estudiante de Periodismo conseguirá, junto a su novia Alicia, resolver el asesinato de otra pareja de jóvenes, Héctor y Berta; aprovechando un trabajo que les mandan en la universidad, la realización de un reportaje sobre un caso actual, Daniel y Alicia pueden ir abriendo una serie de puertas que facilitarán el éxito, aunque también, en alguna ocasión, ponen en peligro sus propias vidas.

La novela es interesante, la trama se complica y, sin embargo, todo fluye de manera natural, no encontramos situaciones forzadas. Sería muy fácil, basándose en el don de Daniel, que el espíritu de Héctor se le apareciera y lo guiara hasta los asesinos, pero el autor sólo toma esta capacidad del protagonista para aumentar la tensión y el suspense, porque el misterio llega hasta el final y todo queda resuelto según la lógica, la deducción y la inteligencia. De hecho, aparecen secuencialmente los pasos que un buen periodista debe seguir para investigar un asunto y poder elaborar un excelente reportaje: lectura de datos, entrevistas con allegados o posibles conocidos, búsqueda en internet, revisión de fotografías, facturas, trabajo deductivo, de campo…

Leí Deja en paz a los muertos y me gustó. He leído La sepultura 142 y me ha gustado más; Daniel ha madurado, es mayor de edad y nos muestra temas candentes que contribuyen a que los lectores pensemos, y apoyemos —creo que unánimemente— la denuncia del autor: la trata de blancas; el comercio con chicas y sus horribles consecuencias son la base de la trama, pero también aparece la corrupción policial —de un sector—, la locura, o los malos profesionales como el detective Carlos Valley.

Estos temas consiguen mostrar un argumento redondo y, sin embargo, la novela da para más. Durante su lectura he reflexionado sobre las relaciones de pareja, los celos normales del comienzo, fruto de la inseguridad que se suele tener en la juventud, pero sobre todo, el cariño y la admiración mutua, base de algo duradero. Las relaciones familiares rodean al protagonista y éste se apoya en todo momento en su familia. Está bien que los progenitores sean tolerantes y al mismo tiempo capaces de hacer cumplir una serie de normas, sin excusas. El rol de los padres queda totalmente diferenciado al de los abuelos que, si bien aparecen de pasada, tienen un papel entrañable. Además permiten que el lector se entere de curiosidades como los diferentes tipos de uva y la creación del vino y, por supuesto, son los encargados junto a la hermana menor, Irene, de rebajar la tensión, aunque sea por escasos momentos, de la trama.

Asimismo detectamos las ventajas y posibilidades que el buen uso de las redes sociales puede aportarnos y, pese a que no se profundice demasiado en ella, la vida del estudiante se revela con algo de benevolencia.

Pero merece la pena abordar los múltiples guiños culturales que vamos percibiendo con gran satisfacción. Curiosísimo el enlazar el mito de Cipariso al argumento (¡Estos clásicos! siempre oportunos). Curioso el mito de Venus unido a la simbología de las flores y, por supuesto, las referencias a la pintura, a la música o a la literatura son de agradecer. Creo que voy a releer poemas de José Zorrilla.

Pues en esta cantidad de temas no he encontrado ni una sola página aburrida, por supuesto la historia tiene que ver en ello, pero no es menos importante la sintaxis perfecta del autor. Ni una sola falta, de concordancia, puntuación o siquiera errata. El libro se lee de un tirón porque Barat hace gala de un estilo dinámico, fluido, con un vocabulario coloquial aunque salpicado de términos cultos, como corresponde a Daniel, narrador universitario, y palabras algo más vulgares, que retratan a otros personajes o a determinadas situaciones. Asimismo las expresiones populares o refranes aportan, en ocasiones, un clima familiar.

En cada capítulo el narrador introduce algo nuevo que va expandiendo la trama, al tiempo que retrasa la resolución del misterio y aumenta la curiosidad del lector, además los episodios suelen terminar en el clímax de una situación, creando así la necesidad de seguir leyendo, o con una imagen impactante, mediante técnicas cinematográficas que mantienen la atención.


La novela, en fin, es de calidad, imaginativa y estilística. Ahora es el turno de todos los lectores que quieran comentar aquellas situaciones, expresiones o curiosidades que han llamado su atención. A mí me queda agradecer a Juan Ramón Barat su excelente literatura y a todos los que queráis, con vuestros comentarios, enriquecer la percepción de la novela.

jueves, 13 de noviembre de 2014

ASÍ EMPIEZA LO MALO

Podríamos empezar esta crítica literaria afirmando que el mito de Hamlet sigue vivo, de hecho el título del libro nos lleva a la obra teatral y la duda envuelve las 534 páginas; el propio narrador, protagonista omnisciente, duda a veces en sus afirmaciones, otro protagonista duda a la hora de tomar decisiones importantes, y la protagonista duda entre ser o no ser.

Pero no voy a centrarme en esta apreciación, porque lo que de verdad he sentido al leer Así empieza lo malo es que el mito de Shakespeare sigue vivo en Javier Marías. El estilo de nuestro escritor, ya reflexivo de por sí, se repliega en su novela para hacer aflorar, entre historias paralelas, conceptos universales; así el lector, desde las primeras páginas comienza a darse cuenta del valor que los cónyuges de matrimonios largos se otorgan entre sí: el mismo que la vista del salón, algo con lo que se convive de forma excesivamente natural; comienza a percibir cómo tendemos a hablar sin escuchar en las conversaciones; cómo la doble moral católica continúa impávida desde siglos «todos sabemos que Dios es interpretable y que a todos nos entiende si nos explicamos como es debido y le venimos con buenas razones».

Así empieza lo malo comienza cuando Eduardo Muriel, un productor cinematográfico, le encarga a su ayudante, el joven de Vere, que investigue al doctor Van Vechten, pues le han llegado comentarios muy graves sobre su comportamiento en la España franquista.

Este inicio triangular dará como resultado el argumento de la novela, compuesto a su vez por tres historias paralelas que, sin darnos cuenta, en algún momento torcerán el rumbo hasta juntarse formando una unidad perfecta, el círculo que se cierra y que da sentido a todo lo que se produce dentro de él (el paso del tiempo, el eterno retorno).

Así pues, nos encontramos con la historia novelada de un matrimonio de postguerra, Eduardo y Beatriz, con problemas en una relación desconcertante, donde observamos malos tratos psicológicos, palabras hirientes que van minando el orgullo y que se conectan a alguien generoso, bienintencionado y leal. Sin embargo puede que éste sea el detonante –o no– para que en esta novela aparezcan más escenas eróticas y sexuales de lo que es habitual en Marías.

Asimismo, el doctor Van Vechten nos acerca a la historia real de la España franquista en la que muchos medraron a costa de la humillación, la miseria, o la muerte de otros. Probablemente un tema que Javier Marías no está dispuesto a olvidar, como pretende la sociedad de hoy, tan permisiva con lo que puede acarrear disquisiciones morales.

Y por último, la historia del narrador, Juan de Vere, contada desde su presente en el que intenta recordar el periodo que pasó con Muriel y Beatriz y que, sorpresivamente el paso del tiempo lo erigió como base de su propia vida (por no hacer mudanza en su costumbre).
La luna, metáfora del destino, preside todas las situaciones como indiferente vigía, centinela nocturna, soñoliento ojo obligado que contempla, centinela y fría, el morir en su palidez sin que su ojo entreabierto parpadee; este destino apunta rutinario y riguroso, como la incipiente luna sabedora de su ojo aburrido e impávido, aburrida ella misma de su existencia.

No sé hasta dónde, pero intuyo mucho del autor en esta novela. Por un lado, de la mano de Eduardo Muriel, hay un homenaje al séptimo arte, del que Marías forma parte y es entusiasta. Alusiones constantes en las páginas al cine, y curiosidades sobre películas, productores, directores y actores reales; incluso alguno de ellos como Herbert Lom, pasa a personaje de la novela.

Este mundo de artistas sirve para introducirnos, de forma paulatina, en curiosidades sobre pintura, música y, sobre todo, literatura; teorías francamente interesantes que no hacen sino confirmar los conocimientos casi enciclopédicos del autor, como la existencia, o no, de William Shakespeare.
El pasado angustioso que la familia Marías debió sufrir como perdedora de la guerra civil aparece en el personaje frío, despiadado, retorcido, sádico y calculador Jorge Van Vechten, del que Marías se vale para hacer una crítica feroz a las barbaridades que se cometieron en nombre de la Nueva España.

Y el joven Juan de Vere es, a veces, reflejo del propio Javier Marías: el amor por el Siglo de Oro, sobre todo inglés, lo lleva a citar, para el paso del tiempo, hasta tres veces la metáfora shakesperiana «desde el oriente al encorvado oeste». Otras alusiones al escritor universal asoman de vez en cuando, como las tres brujas de Macbeth, o los datos sobre coetáneos como Marlow; de hecho, en la novela aparece la posibilidad de que Edward de Vere, fuera el propio dramaturgo William Shakespeare. Pero no sólo se percibe su pasión literaria, también las sinestesias político-religiosas acercan la expresión del joven de Vere a Marías: «El lugar olía a extrema derecha»; normalmente el narrador hace gala de una educación exquisita, con vocablos correctísimos que contrastan con pensamientos vulgares (la mente que va por su cuenta y no se doblega), y alguna declaración zafia que, de inmediato arregla con otra culta, como si lamentara más que el mal pensamiento, la mala expresión. Y creo distinguir alguna fijación que le he leído en artículos, como el olvido de la mujer a caminar con gracia.

Así empieza lo malo hace gala del estilo peculiar, único de Javier Marías, lleno de digresiones y aclaraciones constantes que dificultan el seguimiento del hilo narrativo, aunque permiten introducirnos en la mente de los personajes hasta llegar a conocerlos a la perfección, hasta comprender que las reflexiones profundas de estos protagonistas los convierten en universales, que a su vez trasladan al lector común una serie de dudas atemporales. Así, el narrador, en medio de la trama, como si se tratara de una letanía, con preguntas anafóricas hace un recuento de la novela, y nosotros, tras tomar aire, intentamos responder a ¿A quién o a qué va dirigido este dardo certero? ¿A establecer las bases del conformismo? ¿A exponer la condición del ser humano? ¿Un ser humano que se empeña en conseguir lo que es susceptible de pérdida? ¿En continuar con lo que le hace daño? ¿Un ser humano que apela al perdón? ¿Y la justicia? Y todo eso salpicado de términos cultos, barbarismos y cultismos de los que puede explicar el significado u obligarnos a utilizar el diccionario. Expresiones populares aliñadas de comentarios ingeniosos. Expresiones usuales, de las que cambia una parte para acomodarlas a la situación «homenaje a Poe mediante» y que aportan altas dosis de humor.

Expresiones coloquiales, incluso infantiles, enmarcadas en un estilo indirecto libre, que aportan gran realismo al escrito. Otras veces, en el monólogo interior, estos coloquialismos contrastan con las metáforas embellecedoras, o con acertados epítetos épicos con los que designa a otro personaje. Las alusiones al lector para despertar su atención o implicarlo en lo escrito, acercan esta novela a la decimonónica o al Siglo de Oro, empleando así mismo guiños constantes a personas reales que forman parte del corpus novelístico y dan a veces la impresión de estar ante un ensayo, por la verosimilitud-verdad-conseguidas. Personas admiradas por Javier Marías se dan cita en esta novela, como su tío, el cineasta Jesús Franco, tratado con delicioso humor; el profesor universitario y académico Francisco Rico, cuya caricatura bienintencionada envuelta de cariño aparece aquí con más protagonismo que en otras de sus novelas: erudito, algo pedante, extrovertido en demasía, de expresión hipnotizadora, algo despistado… características que contribuyen a que sus apariciones rebajen la tensión, por el humor aportado, de la gravedad del tema. Un  humor lleno de ironía del que se vale para arremeter a veces contra la iglesia, los ayuntamientos españoles o las autoridades estadounidenses.

Desde la primera página mi pensamiento empezó a funcionar, llevándome desde el presente a mi pasado más remoto y desde éste a un posible futuro que se desvanece de nuevo en el hoy. Me he visto reflejada en alguna situación, mi mente se ha identificado con la del protagonista, pero lo que consiguió agobiarme es que he ido desde el pasado de mi subconsciente al futuro de la novela. Fue una experiencia total leer un pasaje y recordar nítidamente un sueño de dos días antes. Otras veces un pensamiento del protagonista dentro de otro y dentro, a su vez, de un monólogo interior, ejemplifica lo que advierte el narrador «Son las mentes, engañadas, las que jamás se rinden, las que se sienten iguales que siempre y no ven motivos de cambio».

«Mala cosa es el agradecimiento sobrevenido. Nos hace olvidar las afrentas de golpe. Pasamos por alto las faltas. Mala cosa sentirse en deuda con quien nos hizo daño. A eso recurren los ofensores consciente y aun calculadoramente».


Y yo me pregunto, ¿Para cuándo el Premio Nobel?